04 junio 2007

Un proyecto fracasado


Julio Camba

Hace unos meses, Pío Baroja convocó en el Café Oriental a media docena de amigos para comunicarnos un proceso que no llegó a realizarse, pero que merece ser contado. Se trataba de abrir un concurso para ponerle letra española al himno de La Internacional. Cada unos de nosotros contribuiría a la formación dle premio con el importe de un artículo, y, el 1º de mayo, el poeta premiado se gastaría todo su dinero en invitarnos a una cena. Esta cena sería a la vez, opípara y sociológica, y los comensales saldríamos del restaurant cantando, en manifestación pública, las nuevas estrofas revolucionarias.
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El proyecto de Baroja no pudo verificarse, porque a unos les pareció demasiado serio y a otros demasiado frívolo, y porque Baroja es más un hombre de imaginación que un hombre de acción, y, al concebir un proyecto, en vez de dedicarse a realizarlo, se preocupa de inventar otro. Por todas esta razones los amigos de Pío Baroja no cenaremos juntos en este día; pero nuestro proyecto es digno de figurar en la Historia al lado de las Aventuras, inventos y mistificaciones de Silvestre Paradox.
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Nosotros hemos querido poner en la árida sociología española una nota de sentimiento, de alegría y de melodía. Para sostener un ideal en el espíritu de la melodía. Para sostener un ideal en el espíritu de la multitud, no bastan las elucubraciones filosóficas, los vibrantes discursos y los artículos de estadística. Todo ideal necesita una canción, porque la canción representa la parte sentimental de los ideales, que es, persisamente, la más fuerte, la más popular y la más temible. Las multitudes no proceden nunca por reflexión, sino por sentimiento: un discurso elocuente las conmueve mucho más que un artículo científico y una canción mucho más que un discurso.
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En España, las multitudes obreras no tienen apenas canciones, y todos sus actos se celebran en seco y en serio, sin melodía, sin alegría, sin exaltación y sin entusiasmo. Aquel que les de una canción, aquel que logre cristalizar sus sentimientos en una estrofa, las unirá mucho más que si les diera un programa. Es preciso que las pasiones populares florezcan en canciones, y así ocurre siempre que esas pasiones son intensas. Cuando lo de Guisasola y lo del descanso dominical -para citar casos recientes y locales-, la indignación del público madrileño se manifestó en coplas satíricas, picarescas y acaso canallescas, y la gente se agrupaba al son de esas coplas en los cafés, en la calle y en los teatros.
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Las multitudes no irán nunca a tomar sus ideales en el terreno árido de la filosofía. Un ideal, para ser popular, debe expresarse por canciones, después de haberse expresado por razones y debe ser como una efusión sentimental de millares de personas. El proyecto de Baroja -ese proyecto, un poco paradójico del cronista de Paradox- tenía un gran fondo de sensatez. Ya que no era posible hacer una música nueva, se tomaba un himno glorioso, lleno de recuerdos, y se le ponía una letra española para que los obreros españoles se expresaran en su lengua a los mismos acordes en que se han expresado los obreros revolucionarios de todo el mundo.
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-Eso es demasiado trascendental -dijo Emilio Carrere atacando su pipa, llena de un tabaco pestífero-. Yo creo que nosotros no debemos preocuparnos de la política ni de la sociología, sino exclusivamente de la belleza...
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-Pues creo que eso es tomar broma un asunto muy serio -dijo otro contertulio.
Y por si la cosa era muy seria o muy frívola, no se hizo.
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-Esta gente -refunfuñaba luego Pío Baroja -no comprende que lo más divertido y lo más emocionante sería intervenir muy en serio en la vida política y hacer un partido en toda regla...


España Nueva, 1 de mayo de 1907