14 diciembre 2009

El día de la pamema

Santiago González

Hace ya unos cuantos años, Jon Juaristi, Patxo Unzueta y Juan Aranzadi publicaron un libro cuyo título era un afortunado calambur, esa figura que permite trocear un texto para darle un sentido distinto; algo como lo de Jack el Destripador, pero literario e incruento: ‘Auto de Terminación’.

Eran escritos referidos a lo que se llamaba ‘el problema vasco’, cuando estábamos lejos de pensar que el problema irresoluble en términos orteguianos para la convivencia era el catalán, más allá del evidente dramatismo que suponía la existencia en Euskadi de una organización terrorista que mataba a sus oponentes. Lejos estábamos de pensar entonces que un presidente del Gobierno iba a incurrir en la irresponsabilidad de prometer que daría por buenas las estupideces que aprobaran en el Parlamento de Cataluña.

Ciento sesenta y seis municipios catalanes votaron ayer por su independencia. Era una profecía autocumplida, porque los organizadores montaron la pamema justamente en los Ayuntamientos en que los independentistas son mayoritarios, y cuya composición política les permitía la prevaricación de convocar un simulacro de referéndum para el que no tienen capacidad legal.

Veamos. La Constitución establece en su artículo 92.2 que “el referéndum será convocado por el Rey (competencia atribuida a la Corona en el art. 62.c), mediante propuesta del presidente del Gobierno, previamente autorizada por el Congreso de los Diputados”. En su artículo 149.1.32 dice que el Estado tiene competencia exclusiva sobre la “autorización para la convocatoria de consultas populares por vía de referéndum”. El Estatut no va en esto mucho más lejos: sólo contempla el referéndum en sus artículos 222 y 223 para ratificar las reformas del propio Estatuto y establece que deben ser previamente aprobadas por las Cortes Generales.

Estamos ante un referéndum convocado por dos plataformas independentistas y el presidente del Barça. No hay que extrañarse de que el censo contenga una amplia proporción de inmigrantes, paisanos sin suerte de las estrellas del campeón de la liga española de fútbol: 120.000 de 700.000. No les hace falta identificación, se podrá votar a los 16, y la falta de otros interventores que los de la propia organización, permitirá votar más de una vez a quien lo desee. Les ha faltado audacia: si hubieran convocado la consulta en toda España, el número de votos afirmativos se habría multiplicado exponencialmente, aunque hubiera sido catastrófico para los catalanes razonables. Un suponer, para los fabricantes de cava, lástima que el gran momento quede justo a diez días de la Nochebuena. En línea con la campaña de aquella sombrerería de Zaragoza que en los durísimos años 40 anunció: “los rojos no usaban sombrero”, los bodegueros deberían sacar las fotos de Laporta empuñando la botella de champaña: “español, Laporta bebe ‘Mumm’. Tú puedes tomar cava”.

Mientras, ¿con qué argumento legal han cedido los Ayuntamientos instalaciones para la celebración de un acto ilegal? y ¿qué han dicho Montilla y Zapatero, que juraron guardar y hacer guardar la ley al tomar posesión de sus respectivos cargos? Esto último sí lo sabemos: ni ‘mumm’. Auto de terminación. El fin.



04 diciembre 2009

De crucifijos y velos

Santiago González

Ya ni siquiera las fobias compartidas son capaces de crear alianzas duraderas. Ayer, después de atizar por cuarta o quinta vez la estrategia “vamos a mosquear un poco a los obispos”, con el anuncio de retirar el crucifijo de las aulas, saltó la chispa entre el PSOE y sus socios republicanos. Sostiene el partido del Gobierno que ya se verá a qué colegios afecta la medida. Replica Tardá que a todos, empezando por los públicos. El diputado d’Esquerra, carn d’olla para una escudella sostenible, debería saber que la Constitución garantiza la libertad religiosa (art. 16.1). A cualquier confesión pueden negársele las subvenciones, pero no el derecho a crear escuelas y colocar en sus aulas cruces o medias lunas.

Lo que distingue a los países con implantación del cristianismo de los países musulmanes es que los primeros son compatibles con la democracia, mientras en los segundos predomina la teocracia, y el pecado se confunde de manera natural con el delito. En los primeros es posible el laicismo, que considera la religión como una cuestión particular. La no delimitación de los espacios público y privado es siempre condición necesaria para la corrupción y/o el totalitarismo.

Aceptemos pues la desaparición del crucifijo del espacio público en nombre del laicismo, pero la misma lógica impide admitir la exhibición de símbolos islamistas por la puerta trasera de la multiculturalidad. El laicismo, tal como se practica en Francia.

Uno de estos multiculturales sostenía por escrito que el crucifijo es asunto público, mientras el velo de las musulmanas es privado. Es evidente que no: todavía no hace un mes que dos buenos creyentes marroquíes apalearon en Socuéllamos hasta provocarle un aborto a una marroquí por no llevar el velo que pregona su fe en el espacio público. ¿Cómo puede ser privado un símbolo cuya función es dar testimonio de la fe y evitar que a las hijas y esposas de los creyentes se las confunda “con esclavas o con mujeres de costumbres libres”, según le dijo Omar a su cuñado Mahoma, el Profeta? Ah, las mujeres de costumbres libres. ¿Qué tendrá que decir de esto la ministra de Igualdad?

En la cruzada contra el crucifijo, elocuente oxímoron, está la verdad última de este laicismo asimétrico que campa por la España diversa. El éxito de público de las campañas contra la religión católica se debe a que sus impulsores piensan que “la nuestra es la única verdadera”. La blasfemia es patrimonio expresivo de los pueblos muy creyentes. “Gracias a Dios soy ateo”, que dijo Buñuel con su sorna característica.

Los colegios no podrán exhibir cruces en sus aulas, pero las alumnas musulmanas podrán lucir el velo islámico y en el comedor tendrán un menú alternativo, libre de alimentos impuros, como si en vez de creencias religiosas padecieran intolerancia al gluten. Y en los comedores de beneficencia, lo mismo.

Qué antiguo suena todo esto. Quevedo, que tenía muy mala follá, acusaba a Góngora de converso, proponiéndole la prueba de la dieta: “Yo te untaré mis obras con tocino,/ porque no me las muerdas, Gongorilla,/ perro de los ingenios de Castilla”. Qué razón tenía Julio Camba al escribir que “la cocina española está llena de ajo y de preocupaciones religiosas”. Y no digamos la política.