Memoria histórica
Pie de foto: Vista parcial de uno de los patios del Cuartel de la Montaña tras su toma por la Guardia de Asalto
Entrevista con motivo del 90º cumpleaños de Santiago Carrillo realizada por María Antonia Iglesias para El País Semanal, donde se publicó el 9 de enero de 2005
MAI.-En el exilio, usted tuvo que cargar además con una leyenda siniestra que le va a perseguir mientras viva: Paracuellos. No sé cómo soporta el hecho de que muchos españoles de la derecha sigan convencidos de que usted fue el responsable, el inductor incluso de aquella matanza.
SC.-Que todavía haya gente que pueda pensar eso, la verdad es que me produce tristeza. Durante muchos años se han escrito cosas terribles sobre mí a propósito de aquel desgraciado episodio. Pero la verdad es que la única decisión que yo tomé, de acuerdo con el general Miaja, en la Junta de Defensa en la que yo era responsable de las cuestiones de orden público, fue, respecto a aquellos 2.000 militares que estaban en la cárcel de Madrid porque se habían sublevado en el cuartel de la Montaña, [En el cuartel de la Montaña no hubo apenas supervivientes. Según lo contaba «The New York Times»: Del asalto al Cuartel de la Montaña los días 19 y 20 de julio de 1936 sobreviven 64 falangistas divididos así: 25 civiles y el resto oficiales de complemento, más 4 cadetes del Alcázar de Toledo y 6 oficiales de Infantería. Al Cuartel de la Montaña entraron la noche del 19 de julio (leve error informativo, ya que debe referirse a la noche anterior) diecisiete cadetes, entre ellos los hijos del general Cruz Bullosa y del coronel Moscardó».] fue, ya digo, trasladarlos a Valencia. Porque nos dimos cuenta de que esa gente podía formar perfectamente un cuerpo de ejército, que eso era, en realidad, la Quinta Columna. Yo entonces estaba desbordado organizando la resistencia de Madrid y puse aquella misión en manos de mis colaboradores, que tuvieron que organizar, con muchas dificultades, la seguridad de aquel traslado. La conclusión a la que llegamos el general Miaja y yo fue que la gente de la calle que vio aquel traslado, que era gente que ya había sufrido los ataques fascistas, se lanzó a por ellos, y la guardia que iba custodiándoles no les defendió. [Lo cuenta como si hubiera sido un hecho aislado. Lo cierto es que hubo siete sacas de presos entre el 8 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936. Todas ellas fueron autorizadas por el segundo de Carrillo en la Junta de Defensa, Segundo Serrano Poncela. Todas ellas fueron conducidas hasta Paracuellos del Jarama, donde se fusilaba a los presos y se les enterraba en grandes zanjas que habían sido excavadas la víspera por los lugareños. No hay lugar para esa conversación entre Carrillo y Miaja. Ambos tuvieron noticia de la primera matanza el día 9 de noviembre, de labios de George Henny, delegado internacional de la Cruz Roja y Felix Schlayer, encargado de Negocios de Noruega en España, que habían visto la tierra removida y restos humanos sobresaliendo de ella, tanto en Paracuellos como en Torrejón. Después de avisados pasó seis veces más. Las sacas se cortaron cuando fue nombrado director general de Prisiones el anarquista Melchor Rodríguez. Lo consiguió con una orden sencilla: Ningún preso saldrá de ninguna cárcel de Madrid sin mi autorización.] En Madrid, en aquellos momentos de caos, había grupos radicales, igual que había grupos fascistas que salían de noche a poner bombas. Pienso que si alguna responsabilidad tuve yo en aquello fue la de no tener capacidad para controlar y castigar a los responsables. [No fue en Madrid, sino en un pueblo situado a casi 30 kilómetros, adonde se llevaba a los presos en autobuses de la Empresa Municipal de Tranvías. Por otra parte, el 8 de noviembre de 1936, en una reunión de la CNT, el representante de la Federación Local de los Sindicatos Unificados, Amor Nuño, da cuenta del protocolo sobre presos fascistas acordado por los anarquistas y las Juventudes Socialistas Unificadas, cuyo secretario general era Santiago Carrillo.] Pero… en fin, no se puede olvidar que había un frente de guerra en Madrid. Sin duda fue muy doloroso que muriera aquella gente así, pero también estaban muriendo niños, y mujeres, y viejos, y defensores de Madrid que eran chavales que ni siquiera habían hecho el servicio militar. Es verdad que yo no pude defender a aquella gente con eficacia y llevarla a Valencia con seguridad. Fue una desgracia tremenda, pero en tiempos de guerra hubiera sido mucho peor que se hubieran unido al ejército que estaba atacando Madrid. [O sea, que no estuvo tan mal]. Le puedo asegurar que si Franco hubiera tenido un grupo de presos de esas características, los hubiera fusilado sin más. La República, no. Nosotros hicimos lo que pudimos, pero la verdad es que no teníamos fuerzas con moral suficiente y ganas para defenderles. [Los franquistas fusilaban, nosotros nos limitábamos a dejar que se los llevaran los milicianos. “Tirad, pero tirad sin odio”, decía en el otro bando Antonio Rivera Martínez, el ángel del Alcázar.]
Y no lo hicimos, eso está claro. Pero, mire usted, en la Guerra Civil murió mucha gente inocente que no debería haber muerto y otra gente que ha muerto que no era tan inocente. [O sea, que se lo merecía.] Yo he soportado esta calumnia de Paracuellos como un peso más que hay que soportar en esta vida. No he encontrado forma de neutralizar esa calumnia, pero opté por tomar un camino: actuar en la política de este país. [Es evidente que no dice la verdad. Es imposible que tomara la decisión de actuar en la política de este país como forma de enfrentarse a 'esa calumnia' de Paracuellos. Ya actuaba en política: como secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas y como delegado de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid.] Quiero la paz entre los españoles, yo no soy un hombre que odiara físicamente a nadie. Creo que muchos lo han entendido así.
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