17 junio 2016

Gistau en COPE


David Gistau: La política corrompe a las personas y les llena la cabeza de ideas pervertidas. Tomemos como ejemplo el episodio de Albert Rivera y el dirigente del PP que ofreció llevar en su coche a Irene Montero. A Rivera le vienen con el cotilleo de que la principal asesora de Iglesias ha sido vista subiendo a ese coche, que resultó ser el de Ayllón. ¿Qué es lo que pensaría una persona normal, sana de mente, al enterarse de ese chisme? UUUuuuuuuyyy, aquí hay tomate, están liados... Cosas así. ¿Qué es lo que piensa Rivera? Que Ayllón y Montero se fugan para conspirar contra él.

Tan joven, y Rivera ya tiene atrofiado el hemisferio cerebral del romanticismo. A mí, por ejemplo, me habría hecho ilusión pensar en un amor de montescos y capuletos. Que, en la España de la polarización, un enamoramiento repentino podía hacer que a dos enemigos se les derritieran de pronto los odios y los prejuicios. Como cuando Pocahontas se enamoró de un oficial inglés.

Si Rivera se equivocó por exceso de suspicacia, yo me habría equivocado por exceso de sentimentalismo. Porque las cosas a veces son tan sencillas como lo parecen. Salen dos personas de una reunión, una le comenta a la otra que llega tarde a una cita y a ver dónde encuentro ahora un taxi, y la que tiene coche le dice: "Anda, sube, que me pilla de camino". Los cronistas parlamentarios sabemos que los odios cruzados entre los políticos a menudo están teatralizados. En la vida real, son personas que se toman un café juntas y hasta se llevan en coche si no hay taxi. Quién sabe, a lo mejor tiene razón mi parte romántica y, a veces, hasta ocurre que dos políticos de partidos rivales se gustan y se suben juntos a un coche para meterse en un hotel. Prefiero pensar eso a que se fugan para hacerle la pinza a Rivera, porque eso suena a postura rara en la cama.

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