30 junio 2008



Tragedia y farsa

Santiago González

Entre las notas de interés que presentan las declaraciones de Eguiguren que hoy reproduce El Mundo destaca especialmente una frase a contrapelo del resto de la entrevista y de la realidad de un PNV que, por cobardía o con pleno convencimiento, sigue a Ibarretxe hasta el despeñadero y más allá. Reparemos en su última respuesta: “(Un lehendakari socialistas) No va a hacer un gobierno PSE-PP porque sería caer en el mismo error de Ibarretxe. (…) mi preferencia es lehendakari socialista y entendimiento con el PNV.”

Seguramente el presidente del PSE se teme que un Gobierno PSE-PP convoque un referéndum de autodeterminación y negocie sus términos con los enviados de ETA al Parlamento vasco. Cuando ETA asesine a otro de sus concejales ante la pasividad de ANV, propondrá mociones éticas para que se avergüencen de sí mismos y mismas, ampliará los supuestos y las prestaciones de la Ley de Víctimas de los Txakurras y, en general hará todo lo posible para que nadie tenga que añorar al inquilino actual de Ajuria Enea.

Eguiguren prefiere para gobernar al partido de Ibarretxe. Los socialistas preferirían al partido de Imaz, que es el mismo partido que el del lehendakari, pero con Imaz en la presidencia. Ésta es una preferencia curiosa, si tenemos en cuenta que los socialistas vascos debilitaron considerablemente las posiciones del añorado Josu Jon, al regalar la Diputación de Alava al sector de Egibar e Ibarretxe.

El Gobierno vasco se ha negado a aceptar la evidencia de que ETA había emprendido una campaña de atentados contra la ‘Y’ vasca, y no ha reparado en indignidades para no frustrar el voto sucio de Karmele Berasategi, la ‘nekane’ elegida para ser la txupinera de la kermesse inaugurada por Ibarretxe el viernes: ‘Jaiak bai, borroka ere bai’ (fiestas, sí; lucha, también).

Hace tres meses, Jesús Eguiguren declaraba que el Gobierno llegó al borde del precipicio para intentar salvar el proceso”, aunque hoy no lo recuerde: ni hablamos de política con ETA, ni con Batasuna de autodeterminación, sino del derecho a decidir de los vascos, pero dentro del marco constitucional y estutario, por supuesto.

Eguiguren y los suyos aspiran a ganar al PNV. Su modelo en la vida misma fue Pasqual Maragall -¡Virgen Santa!-para llegar a Ajuria Enea con el apoyo de Arnaldo Otegi y de Javier Madrazo, que es, probablemente, el político más bizcochable de toda la política española. Era una canción para después de una guerra, un proyecto para después de un proceso de paz. No pudo ser, y si en las próximas elecciones revalidan el triunfo de las generales, tratarán de gobernar con la anuencia del dueño.

Criticaba Ibarretxe que Patxi López hubiera hecho un discurso electoral. Buen discurso, por cierto y necesariamente electoral. Aligerar el paso de Ibarretxe por Ajuria Enea es una necesidad para la salud pública, pero no se adelantará mucho si el Gobierno no es de alternativa al PNV, el partido que ha apoyado sin fisuras a un líder tan improbable y ajeno a la realidad. El PSE debería repasar sus recuerdos del Gobierno de coalición de 1987-1990 y, si se les han emborronado, que lean las memorias de José Ramón Recalde.

Hay un anuncio de eterno retorno en las preferencias de Eguiguren. Si el PNV no paga este error político de la única manera posible, meditando en la oposición, volveremos a vivir la misma historia y ETA seguirá condicionando la política vasca y tiñéndola de sangre. La tragedia y la farsa, dijo Marx. Volverán las oscuras golondrinas, ya verán.

28 junio 2008


Un voto que pringa

Santiago González

A la misma hora en que el lehendakari comenzaba a recitar ayer su salmodia en el Parlamento vasco, la Gran Vía de Bilbao era una calle bulliciosa en horas de actividad intensa. Doce horas antes, mientras España y Rusia se disputaban el paso a la final de la Eurocopa, el centro de la ciudad eran una serie de calles vacías. La ciudadanía vasca se había hecho fuerte frente a la televisión, sin duda para apoyar emocionalmente a Rusia, según la prescripción realizada días antes por el presidente del Euskadi Buru Batzar.

No parecía que la propuesta de Ibarretxe fuera ayer una de las cinco primeras preocupaciones de los vascos, pese al empecinamiento de su impulsor en trabajar la paradoja de hacer un plan para mejorar la convivencia con España, mientras se rompe entre los ciudadanos vascos. La propuesta que se aprobó ayer en Vitoria supone una quiebra radical del triple pacto que supuso el Estatuto: un pacto interno de los ciudadanos vascos entre sí, un elemento de cohesión de los tres territorios y un acuerdo entre los vascos y el resto de los españoles.

Ibarretxe ha dividido a los vascos en dos mitades, ha roto la alianza entre territorios, tal como demostró la exigencia de retirar la consulta formulada al lehendakari por las Juntas Generales de Alava el pasado 16 de junio y ha planteado un conflicto con el Estado que ni siquiera la acreditada labilidad de Zapatero ha podido soslayar.

No es posible que a esto se le llame normalización política. Hay en el lehendakari una determinación ciega de insistir en la búsqueda de lo imposible. Está vacunado contra el efecto realidad y no le arredra el relato de los hechos por muy descabellado que sea o por irreconocibles que resulten los mismos cuando los cuenta el lehendakari. Vaya a título de ejemplo el reproche que hizo al portavoz del Grupo Popular, al plantear que en mayo de 1999, el PP se estaba apoyando en ETA para ganar las elecciones municipales que se iban a celebrar el mes siguiente.

No se puede manipular más groseramente la realidad. El lehendakari se refería al encuentro entre los dirigentes etarras Mikel Antza y Belén González Peñalba y los enviados del Gobierno, Arriola, Martí Fluxá y Zarzalejos, en un hotel de la ciudad suiza de Vevey el 20 de mayo de 1999. La reunión duró dos horas y treinta y cinco minutos y no tuvo continuidad.

Hagamos un somero repaso a las fechas y los acontecimientos pertinentes: durante el verano de 1998, el partido de Ibarretxe y EA negociaron con ETA “la construcción nacional de Euskal Herria” y la ruptura de cualquier acuerdo con el PP y el PSE. Aquel pacto dio paso a una tregua de ETA que el partido de Ibarretxe ocultó al Gobierno del PP y a sus socios del PSE en Vitoria. Tras las elecciones autonómicas, fue investido lehendakari el 29 de diciembre de 1998 con los votos de Euska Herritarrok. Dos de los 14 parlamentarios que hicieron posible su investidura fueron Josu Ternera y Jon Salaberria, ambos dirigentes de ETA y parlamentarios por EH aquella legislatura. Después de un proceso de negociaciones que duró cuatro meses, Ibarretxe presentó el 18 de mayo de 1999 el acuerdo de legislatura PNV-EA-EH.

Al día siguiente de la firma de este acuerdo, ETA explicó en un comunicado el sentido de la misma, revelando que uno de los objetivos de la tregua había sido “atraer al PNV hacia sus posiciones”. (Ministerio del Interior, Cronología). Es portentoso que este hombre se atreva siquiera a insinuar que el PP o el PSOE “se apoyaron en ETA”.

Ayer se cumplió rigurosamente lo previsto. El Partido Comunista de las Tierras Várdulas (PCTV-EHAK) sostuvo lo anunciado y volvió a apoyar a Ibarretxe, escenificando obscenamente su desprecio al proyecto y su poder en el Parlamento con un miserable voto. Le basta la novena parte de sus efectivos para determinar la política vasca. Un mínimo de dignidad institucional habría obligado a los nacionalistas retirar su plan y prescindir de ese voto contaminado.

No pudo ser. El lehendakari no ha parado de hacer gestos obsequiosos a los desdeñosos abertzales que tenían la llave de su propuesta con una sola súplica: “Dame plan y dime tonto”. Las nekanes podrían haberse sorteado el voto del desdén, a ver a quién le tocaba hacer la gracia. Ese voto constituye un pringue moral del que Ibarretxe no podrá desprenderse en lo que le quede de vida política. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, no es descartable que ETA haga su particular explicación de voto. No es posible que este hombre haya confundido el voto del pringue con la paz, sea cual fuere el significado de esta última palabra en su extravagante diccionario.

27 junio 2008




¿Vuelven los cesantes?

Santiago González

Uno había llegado a ilusionarse con la posibilidad de que el cainismo hubiera dado paso en los partidos a formas de convivencia más amable. Habría sido deseable que empezara el partido del Gobierno por una razón práctica, que su ejemplo es más perdurable que el de la oposición y más digno de imitación: no hay más que ver que los partidos de la oposición lo tienen como referente y se esfuerzan para imitarlo y ocupar su lugar. No se conoce en cambio, partido que gobierne y que intente cambiar su lugar por el que ocupa ningún partido de la oposición. A decir verdad, sí se conocen precedentes, pero en general cabe aplicarles la eximente de falta de voluntad; ha sido casi siempre sin querer.

Es el caso que en el desarrollo de los acontecimientos que se han vivido tan intensamente en el partido de la oposición desde que en los primeros compases estalló la crisis de María San Gil, el PP relativizó su papel de alternativa política de Gobierno y pasó a convertirse en campo privilegiado para la expresión de los sentimientos. Así se explica la espectacular llegada de Aznar. Venía de la boda de su amigo Flavio Briatore y esas cosas siempre predisponen al sentimentalismo. Tenía discurso programado para el sábado, pero para calentar al público, llegó tarde el primer día y puso morros al candidato. También se puso morrongón Jaime Mayor Oreja, que entendió –muy correctamente- que la inclusión de Marimar Blanco en la dirección del partido era una maniobra para tapar el hueco dejado por María San Gil. Así son las cosas en política. También cabe pensar que la cooptación de Cospedal era una respuesta en plan toma ya modernidad a la creación del Ministerio o Ministeria de Igualdad de Género o de Génera.

El candidato único no descompuso el gesto, pero se quedó con todas las caras y todos los detalles y ajustó cuentas con todos y todas. El momento Gallardón, quién lo iba a decir hace tres meses, fue una de las partidas de la cuenta que Rajoy le pasó a Esperanza Aguirre. Otra, fue la salida de Ignacio González, acompañada, para mayor escarnio, de la entrada de Lamela y Prada.

La respuesta de Aguirre permite colegir que la cólera de Dios se expresa a veces sin muchas alharacas. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha hecho una crisis en la que ha descabalgado a sus dos consejeros marianistas. El reajuste es más amplio: salen cinco y entran sólo dos. Para resumir y hacer balance: tres bajas netas y dos de ellas pertenecen al adversario.

No ha sido un ajuste de cuentas, ha venido a decir la presidenta, sino un adelgazamiento del Gobierno madrileño para predicar la mala nueva de la austeridad, que ya es la crisis. Tres consejeros cobran una pasta, pero la medida se quedaría en nada si se limitase a refundir las consejerías sin disminuir el número de funcionarios. Hasta ahora, uno daba por buena la expresión que ha repetido bastante Zapatero, a saber, que el PSOE es el partido que mejor representa a España. Ya no está tan claro. Podrían volver los cesantes, el ejército burocrático de reserva que acompañaba a los dos partidos alternantes en las tareas de Gobierno durante la Restauración, pero ahora sin necesidad de cambio de Gobierno. Es lógico. Los partidos Liberal y Conservador están hoy dentro del PP y para organizar el espectáculo de los cesantes no necesitan salir de casa.

El balance definitivo del congreso de Valencia ha sido la puesta en escena del eterno drama español tal como lo explicó Lorca en su ‘Reyerta’: “Señores guardias civiles:/ aquí pasó lo de siempre./Han muerto cuatro romanos/y cinco cartagineses.”

25 junio 2008




Los derechos y las lenguas

Santiago González

Un grupo de intelectuales ha firmado un manifiesto por la koiné, la lengua común de la España plural y diversa, que es conocida comúnmente como castellano o español. Es un texto muy razonable que desmenuza muy razonadamente algunas tonterías que son de uso común respecto a las lenguas. Por ejemplo, lo de sus derechos. Si se toman la molestia de teclear en el buscador de Google la expresión “los derechos de las lenguas”, se encontrarán con una oferta de 11.100 páginas que tratan el asunto.

Las lenguas no tienen derechos, quienes sí los tienen son sus hablantes. Las lenguas son vehículos de comunicación antes que señas de identidad, tal como sienten los nacionalistas. También algunos socialistas. Uno de los mayores dislates que se han enunciado sobre el asunto salió de labios de Pasqual Maragall: “la lengua es el ADN de Cataluña”. El 8 de marzo de 2005, el entonces presidente del Congreso, Manuel Marín, cortó al diputado del PNV Aitor Esteban, al iniciar éste su intervención en euskera. Sostuvo Marín que el castellano es la lengua oficial del Estado y que las restantes «lenguas españolas» tenían carácter oficial sólo «en las respectivas comunidades autónomas de acuerdo con sus estatutos» (art.3 C.E.).

“Las lenguas están hechas para entenderse”, dijo Zapatero en contra de lo que habíamos aprendido con la Torre de Babel. Sánchez Ferlosio le cortó la retirada laica: sólo para entenderse sus hablantes entre sí. ¿Puede un viceconsejero de la Xunta de Galicia entenderse con un pequinés (de Pekín)? Sí, y sólo si, los dos hablan una lengua común. El chino, el inglés o el castellano tienen más probabilidades estadísticas. Podría ser que el chino hubiera estudiado gallego con mucho aprovechamiento, pero sería un caso más raro. Si el interlocutor de nuestro héroe fuera ciudadano británico, la cosa sería más extraña aún. Los ingleses tienen la sorprendente creencia de que ellos no necesitan hablar ninguna de las lenguas cooficiales de España. De hecho, ni siquiera se creen en la obligación de aprender español. Piensan, con razón, que ya aprenderemos nosotros inglés, por la cuenta que nos tiene.

El Congreso verá esta mañana en comisión una proposición no de ley por la que ICV insta al Gobierno a que apoye 'Gran Simio', un proyecto que solicita la equiparación de los derechos de los simios antropoides a los de las personas. No estamos hablando de proteger a los animales de los malos tratos, algo que se presupone en una comunidad civilizada, sino de, por decirlo con el lenguaje desprejuiciado de hoy en día, “ampliación de los derechos”. Así podemos hablar de los derechos de los grandes simios y extenderlos, por analogía, a otras especies animales. Quizá deberíamos regular el derecho del toro de lidia a la objeción de conciencia. Vistas así las cosas, es más fácil de aceptar el sintagma ‘los derechos de las lenguas’, aunque habría que especificar hasta dónde los reconocemos.

¿Tienen las lenguas derecho a decidir? ¿Puede una lengua dictaminar, en consecuencia, quiénes de entre sus hablantes son dignos de expresarse en ella? Esta posibilidad habría podido ahorrar al español la vergüenza de ser calificado por Arzalluz como “la lengua de Franco”. ¿Es comprensible que un partidario de ampliar los derechos humanos a los grandes simios o a todos los vertebrados, niegue a personas de verdad, unos 16 millones de españoles, el derecho de escolarizarse en su lengua materna? Es más, ¿negaríamos a un chimpancé el derecho a ser escolarizado en castellano, si ésta fuese la lengua propia?


23 junio 2008



Eso fue todo

Santiago González

El gran problema que plantea el congreso del PP es la interpretación de los signos. Cómo valorar de manera unívoca la llegada de Aznar al plenario el viernes, interrumpiendo el desarrollo del mismo con su entrada, la puesta en pie de todos los asistentes y de la propia mesa del Congreso mientras sonaba el himno del partido y la discriminación de los saludos: abrazo de camarada, risotada y cachetito en el pestorejo al fiel Acebes y el pase del desdén al sucesor.

Tan solo 24 horas más tarde, el mismo Aznar dedicaba al mismo Rajoy un cálido apretón de manos ayudado con el palmoteo de la izquierda y adornado por alto con una carcajada de las que ponen en riesgo el ensamblaje de las mandíbulas, de esas que sólo pueden ser definidas con el portentoso neologismo acuñado por el difunto Jesús Gil: ostentórea.

Haría falta un sinólogo para interpretar correctamente el sentido de los gestos de José María Aznar. Más claras parecieron las palabras en su discurso: aquello fue un chorreo, un fuego graneado que iba criticando todos los aspectos del cambio estratégico que ya se perfila en la ejecutoria de Rajoy. Una de las advertencias contrapropuso su experiencia a la voluntad del sucesor de alterar el orden de los factores: "En 1996 primero ganamos y después gobernamos con diálogo y acuerdos. Por ese orden, que no se nos olvide". De ellos se deducen dos ideas: que Aznar se tiene como referencia a sí mismo y que no cree en la propiedad conmutativa: los mismos problemas planteados en tiempos distintos deben ser afrontados con las mismas recetas aplicadas en el mismo orden. Rajoy parecía responderle en el discurso de presentación de su candidatura al exponer un problema que no se le había presentado a Aznar: "no quiero que nadie vote al PSOE para que no gane el PP".

Por otra parte, el nacionalismo vasco ya mostró una ejecutoria incompatible con los principios del PP en el pacto que firmó con EA y con la organización terrorista ETA en el verano de 1998, un acuerdo para excluir a los partidos empeñados en la construcción de España y la destrucción de Euskal Herria. Y aquello no fue obstáculo para que Aznar negociara con el PNV el apoyo de sus cinco diputados a los presupuestos del año 1999 apenas dos meses más tarde. Y para que repitiese la jugada al año siguiente, para aprobar las cuentas de 2000. Y pagar en ambas ocasiones, naturalmente.

No se descarta que la bronca le venga bien a Rajoy para romper el maleficio que a lo largo de la anterior legislatura supo situar al PP en la derecha extrema. Si fuésemos unos virtuosos del wishful thinking podríamos pensar que la intervención de Aznar fue un acto de desprendimiento último: ser el cordero pascual que se lleva consigo las acusaciones de radicalismo. Evidentemente, no es el caso, pero, ¿por qué, después de una crítica tan sistemática al nuevo ma non troppo presidente, el crítico presidente de honor le expresa su "respaldo responsable"? Misterios de los partidos políticos. Queda pendiente alguna cuenta en Valencia, como la identidad del presidente con el candidato, pero queda otro congreso antes de que termine la legislatura. Rajoy ha tenido un apoyo más bajo que ningún otro presidente del PP, un 78,8% frente a votos en blanco, abstenciones y 47 votos nulos, pero nada podía salvarle de esto, salvo la acusación de ganar a la búlgara, váyase lo uno por lo otro. Rajoy ha abierto un poco el partido, pero no ha perdonado ni un solo agravio, que se lo pregunten a Costa o a Elorriaga, que eran de los suyos hasta que abrieron la boca.