28 junio 2008


Un voto que pringa

Santiago González

A la misma hora en que el lehendakari comenzaba a recitar ayer su salmodia en el Parlamento vasco, la Gran Vía de Bilbao era una calle bulliciosa en horas de actividad intensa. Doce horas antes, mientras España y Rusia se disputaban el paso a la final de la Eurocopa, el centro de la ciudad eran una serie de calles vacías. La ciudadanía vasca se había hecho fuerte frente a la televisión, sin duda para apoyar emocionalmente a Rusia, según la prescripción realizada días antes por el presidente del Euskadi Buru Batzar.

No parecía que la propuesta de Ibarretxe fuera ayer una de las cinco primeras preocupaciones de los vascos, pese al empecinamiento de su impulsor en trabajar la paradoja de hacer un plan para mejorar la convivencia con España, mientras se rompe entre los ciudadanos vascos. La propuesta que se aprobó ayer en Vitoria supone una quiebra radical del triple pacto que supuso el Estatuto: un pacto interno de los ciudadanos vascos entre sí, un elemento de cohesión de los tres territorios y un acuerdo entre los vascos y el resto de los españoles.

Ibarretxe ha dividido a los vascos en dos mitades, ha roto la alianza entre territorios, tal como demostró la exigencia de retirar la consulta formulada al lehendakari por las Juntas Generales de Alava el pasado 16 de junio y ha planteado un conflicto con el Estado que ni siquiera la acreditada labilidad de Zapatero ha podido soslayar.

No es posible que a esto se le llame normalización política. Hay en el lehendakari una determinación ciega de insistir en la búsqueda de lo imposible. Está vacunado contra el efecto realidad y no le arredra el relato de los hechos por muy descabellado que sea o por irreconocibles que resulten los mismos cuando los cuenta el lehendakari. Vaya a título de ejemplo el reproche que hizo al portavoz del Grupo Popular, al plantear que en mayo de 1999, el PP se estaba apoyando en ETA para ganar las elecciones municipales que se iban a celebrar el mes siguiente.

No se puede manipular más groseramente la realidad. El lehendakari se refería al encuentro entre los dirigentes etarras Mikel Antza y Belén González Peñalba y los enviados del Gobierno, Arriola, Martí Fluxá y Zarzalejos, en un hotel de la ciudad suiza de Vevey el 20 de mayo de 1999. La reunión duró dos horas y treinta y cinco minutos y no tuvo continuidad.

Hagamos un somero repaso a las fechas y los acontecimientos pertinentes: durante el verano de 1998, el partido de Ibarretxe y EA negociaron con ETA “la construcción nacional de Euskal Herria” y la ruptura de cualquier acuerdo con el PP y el PSE. Aquel pacto dio paso a una tregua de ETA que el partido de Ibarretxe ocultó al Gobierno del PP y a sus socios del PSE en Vitoria. Tras las elecciones autonómicas, fue investido lehendakari el 29 de diciembre de 1998 con los votos de Euska Herritarrok. Dos de los 14 parlamentarios que hicieron posible su investidura fueron Josu Ternera y Jon Salaberria, ambos dirigentes de ETA y parlamentarios por EH aquella legislatura. Después de un proceso de negociaciones que duró cuatro meses, Ibarretxe presentó el 18 de mayo de 1999 el acuerdo de legislatura PNV-EA-EH.

Al día siguiente de la firma de este acuerdo, ETA explicó en un comunicado el sentido de la misma, revelando que uno de los objetivos de la tregua había sido “atraer al PNV hacia sus posiciones”. (Ministerio del Interior, Cronología). Es portentoso que este hombre se atreva siquiera a insinuar que el PP o el PSOE “se apoyaron en ETA”.

Ayer se cumplió rigurosamente lo previsto. El Partido Comunista de las Tierras Várdulas (PCTV-EHAK) sostuvo lo anunciado y volvió a apoyar a Ibarretxe, escenificando obscenamente su desprecio al proyecto y su poder en el Parlamento con un miserable voto. Le basta la novena parte de sus efectivos para determinar la política vasca. Un mínimo de dignidad institucional habría obligado a los nacionalistas retirar su plan y prescindir de ese voto contaminado.

No pudo ser. El lehendakari no ha parado de hacer gestos obsequiosos a los desdeñosos abertzales que tenían la llave de su propuesta con una sola súplica: “Dame plan y dime tonto”. Las nekanes podrían haberse sorteado el voto del desdén, a ver a quién le tocaba hacer la gracia. Ese voto constituye un pringue moral del que Ibarretxe no podrá desprenderse en lo que le quede de vida política. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, no es descartable que ETA haga su particular explicación de voto. No es posible que este hombre haya confundido el voto del pringue con la paz, sea cual fuere el significado de esta última palabra en su extravagante diccionario.

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