31 mayo 2010

Morir de éxito

Santiago González

No se había visto cosa igual ni siquiera en los tres días que transcurrieron entre aquel jueves de marzo y el domingo en que Zapatero ganó las elecciones de 2004. Bien es verdad que el vuelco en el voto ciudadano se da sólo por ahora como una intención en las encuestas, y que éstas sólo valen para contrastarse con otras y apuntar tendencias.

Pues bien, la tendencia se presenta como cataclismo. El PP apunta hacia la mayoría absoluta en unas hipotéticas elecciones generales, con 1,1 puntos más de los que le valieron a Aznar 184 diputados hace diez años. Pero es que el resultado de las autonómicas es otro terremoto: el PP recupera la mayoría absoluta en Baleares -¡después de lo de Jaume Matas!- conquista dos feudos eternos del PSOE como son Castilla-La Mancha y Extremadura, y adquiere mayoría suficiente en Asturias y hasta en Cantabria, a pesar del populismo castizo de Revilla y su pandereta de anchoas.

La debacle. El presidente se enfrenta sólo y en circunstancias adversas a la reforma laboral. Solo, fané y descangallado, no parece que le vaya a resultar fácil hacer recular a CiU de la amenaza solemne de rechazarle los Presupuestos 2011 que le hizo Durán en el Congreso. Salvo, un suponer, que repita con Montilla lo que hizo con Pasqual Maragall, aunque es de temer que el de Iznájar no se va a dejar mover la silla por un líder en horas tan bajas. La gente, es lo que tiene, se quiere más a sí misma que al presidente del Gobierno.

Queda el PNV, explican en Moncloa, tratando de infundir algo de optimismo a todo aquel que les quiere preguntar, pero al partido-guía de los vascos ya no le basta con un dinero que Madrid no tiene, según explicaba su posición con claridad meridiana por boca de su presidente, Iñigo Urkullu: “Mientras siga el pacto de PSE y PP, que no cuenten con el PNV en Madrid”. Zapatero está preso, una vez más, de su propia estrategia, y los nacionalistas vascos no parecen estar dispuestos a pactar más barato que los catalanes: Salomé no se le rendirá por menos que por la cabeza del Bautista López. El problema es que el lehendakari, único éxito de la política de alianzas de Zapatero al día de hoy, gracias a un pacto constitucionalista, no va a estar por la labor con más entusiasmo que Pepe Montilla. Lo que apuntan las encuestas, intención virtual en todo caso, es su último gran fracaso: la definición de unas geometrías variables definidas todas ellas para su provecho.

Sin embargo, incluso este fiasco esconde un éxito total de la estrategia de agit-prop que con tanto empeño han desarrollado Blanco y Pajín: convencer a los españoles de que el PP no está a la altura de la alta responsabilidad que le confiaron en dos elecciones generales sucesivas, (2004 y 2008) al elegirle para la delicada misión de arrimar el hombro al frente de la oposición. Podría parecer que han decidido retirarle ese encargo para ofrecérselo al único gran partido que puede desempeñarlo de manera eficaz y responsable: el que aún lidera José Luis Rodríguez Zapatero. Morir de éxito, habría llamado Felipe González a esta gesta.

19 mayo 2010

Artículo Camps

Santiago González

El caso de Camps y los trajes de Milano va a sentar jurisprudencia. No habíamos conocido nada igual, ni siquiera parecido: un alto representante institucional sentado en el banquillo por el delito de cohecho pasivo impropio, que el Código Penal recoge en su artículo 426, como el perpetrado por “la autoridad o funcionario público que admitiere dádiva o regalo que le fueren ofrecidos en consideración a su función o para la consecución de un acto no prohibido legalmente”.

En países que acostumbran a legislar en caliente, no es inusual que algunas leyes lleven nombre propio, en recuerdo del caso que las suscitó. En Estados Unidos se conoce como ‘Ley Lindbergh’ a la aprobada tras el secuestro del hijo del famoso aviador por un inmigrante alemán llamado Bruno Hauptmann. Aquí, fuera del ámbito penal, Francisco Camps ya había dado su nombre a la regla que rige el mapa autonómico, las relaciones de las comunidades con el estado y entre sí. “Lo que hayáis acordado con los catalanes lo quiero para mi autonomía”.

Después del auto del Supremo, reabriendo el caso de los trajes, puede que pase a llamarse ‘artículo Camps’ el 426 del C.P. Éste es un artículo altamente preventivo para la honestidad de los funcionarios públicos, que a tenor del mismo deberían rechazar cualquier regalo que se les haga en función de su cargo. ¿Cómo saber que un regalo se da y se recibe en función del cargo que se tiene y no por la extraordinaria simpatía y galanura del receptor? Cuestión de difícil discernimiento ésta, salvo en casos muy evidentes de esquizofrenia que de pistas a los rumbosos, pero tal vez este artículo ha de ser interpretado en relación con la cuantía del regalo, la proporcionalidad y la personalidad del donante. No es lo mismo que Revilla regalara a Zapatero sus publicitadas anchoas de Santoña que un regalo hecho por el ‘capo’ de una trama corrupta, por usar la analogía de Rita Barberá. El problema de Camps podría no alcanzar relevancia penal durante la vista oral, pero ya la tiene política en grado suficiente para acabar con su carrera. No tenía las amistades adecuadas y muestra una tendencia letal a la cursilería. ¿Cómo puede decir “estoy más feliz que ayer” después de conocer el auto?

Los artículos del Código Penal deberían ser más precisos para no dar lugar a equívocos, pero si éste se mantiene, es probable que Camps sea sólo el primero y Bono no debería hacer ironías sobre el precursor.

No las hará Garzón. Es casi seguro que los efectivos de la División Villarejo, formada por sus defensores acérrimos, no encontrarán pega alguna a este auto del Supremo, pese a que lo firma Juan Saavedra, presidente de su Sala Segunda, que lo es, al mismo tiempo, de las tres causas por las que se va a sentar el hiperjuez en el banquillo. En la que se le sigue por el patrocinio del Banco Santander, el justiciable escribió tres cartas al presidente de la entidad a la que pidió financiación, una de ellas firmada como ‘magistrado-juez’, aunque estaba lejos en el espacio y el tiempo de sus funciones jurisdiccionales. O sea, en función de su cargo.

14 mayo 2010

Ojo, España no es Grecia


Santiago González

España no es Grecia, como puede advertir cualquiera. Su deuda medida en porcentaje respecto al PIB es casi el doble (115%) que la nuestra, su déficit (13,6%) es sólo dos puntos mayor, y su índice de paro, (12,1%) ocho puntos más bajo. “Grecia queda más a la izquierda”, decía un piloto de helicóptero a su ilustre pasajero, en ‘Avanti!’, una hermosa película otoñal de Billy Wilder. “Los de Grecia, (los números) son más rojos”, podía haber dicho con idéntica propiedad. “Ah, no”, respondía el viajero, J. J. Blodgett. “Mientras yo esté en el Departamento de Estado, ni hablar”. Nada quedaba tan a la izquierda como el sueño de Zapatero para España, pero el Departamento de Estado ya no es lo que era, ni la bandera ante la que el entonces líder de la oposición se sentaba desdeñosamente en 2003, mientras ahora, es el mismísimo jefe del Imperio el que ha ordenado a nuestro presidente disciplinarse y aplicar la purga económica a sus conciudadanos.

España no será Grecia, pero los sindicatos griegos llevan convocadas cuatro huelgas generales contra unas reformas que en algunos aspectos son más llevaderas que las nuestras. Un suponer, el recorte salarial a los funcionarios. En Grecia se les congelan durante los próximos tres años, salvo para los que ganen más de 3.000 euros al mes que perderán dos pagas extras. Méndez y Fernández no se han atrevido con la huelga general (el recorte salarial a los funcionarios no es una medida impopular para el resto de la peña) y se han conformado con anunciar una huelga en el sector público para el 2 de junio.

El recorte funcionarial era la medida fácil para atender la petición de Obama, porque ahí hay cacho. ¿Ha hecho bien el presidente? Distingamos: estas medidas sirven para reducir el déficit, no para salir de la crisis; nada se dice de la reforma del mercado de trabajo y eso, en todo caso, no le competería al Gobierno, sino a los agentes sociales. Los errores en la política económica –tu quoque, Pedro, -los vamos a pagar caros, por lo que la rectificación de Zapatero exige asunción de responsabilidades, en vez de ser considerada como uno de los misterios gozosos del rosario. Las razones de los sindicatos son deplorables, porque ellos han sido los cómplices necesarios de la prodigalidad del Gobierno y del déficit.

¿Se trata de recortar 15.000 millones más? Recuerden aquella frase luminosa de nuestro presidente para anunciar su reforma fiscal de 2007: “bajar los impuestos es de izquierdas”. Según el último informe del Banco de España, la reforma del IRPF dejó de ingresar 2.400 millones; la ocurrencia de los 400 euros, 6.000 millones; el cheque bebé, 1.090; el efecto esperado de la reforma del Impuesto de Sociedades, 8.972 y la eliminación del Impuesto sobre el Patrimonio, 2.300. Aquellos disparates aumentaron nuestro déficit en 20.762 millones de euros. Merkel y Sarkozy no habrían tenido que llamarle a capítulo y Obama podría haberse buscado una actividad más placentera para el fin de semana que hablar con el traductor de Zapatero.

España no será Grecia, pero en el punto al que hemos llegado, es un elemento de consuelo que nuestros tutores nos controlen la paga y nos pidan cuentas por el uso que hacemos de ella.



12 mayo 2010

Garzón se guarece

Santiago González

El fiscal del Tribunal de La Haya, Luis Moreno Ocampo, ha ofrecido a Baltasar Garzón una plaza de consultor en la Corte Penal Internacional que el juez se ha apresurado a aceptar. Es de suponer que vamos a asistir a una formalización del fichaje rapidísima. Tiene que estar nombrado antes de una semana con el fin de abortar la suspensión de funciones que el CGPJ iba a acordar contra él después de que el juez Varela abra la vista oral de la primera de las tres causas que le aguardan. Garzón dejará ese día el servicio activo para estar en situación de servicios especiales. Como es obvio, no tiene sentido suspender a nadie en unas funciones que no ejerce.

El contratador tenía una obligación moral. El segundo de los procesos que aguardan a Garzón le vino de su mano en cierto modo. Fue Moreno Ocampo quien le habló de organizar un curso en la Universidad de NY y le presentó a James D. Fernández. No le dio ninguna pista sobre Botín, es cierto, pero, ¿cómo no sentirse responsable del infortunio de un amigo? Ah, si yo no le hubiese dicho aquel día en Harvard…

“El mundo necesita jueces como Garzón, que se enfrenten al poder”, declaró solemnemente Luis Moreno hace seis meses. Tal vez sea ésta una caracterización del superjuez que extrañe un poco a quienes han seguido su carrera y les haya chocado que el titular del Juzgado número cinco de la Audiencia Nacional se haya dado tanta prisa para instruir el caso Gürtel y tan poca para el caso Faisán.

Eso es porque no se han fijado bien en que en nuestro país, el poder de verdad, la responsabilidad de gobernar los asuntos públicos, no es tanto del Gobierno como de la oposición. La mano que mece la cuna es la mano que mueve el mundo. ¿Qué no diremos de la oposición que arrima el hombro o tira del carro, según esté detrás o delante del vehículo? ¿De quién es la culpa de todo? De la oposición, que ni mece la cuna, ni arrima el hombro, ni tira del carro.

El insobornable juez declaraba a la prensa amiga hace tres semanas: “Ahora y así no me puedo ir”. Hermosa declaración de principios. ‘Ahora’, dicho el 19 de abril, es un adverbio de tiempo muy preciso: no quiere decir “dentro de tres semanas”. ‘Así’ es adverbio de modo que entonces no incluía una plaza en el Tribunal de La Haya. Jacques Vergès definió dos estrategias clásicas de la defensa en los procesos políticos: la de connivencia, de quien acepta las reglas del juego, y la de ruptura, en la que el procesado niega legitimidad a sus juzgadores y aprovecha el juicio como plataforma propagandística. Entre ambas, Garzón ha elegido una intermedia: evitar la suspensión el día 19. No servirá para detener sus procesos, pero a corto plazo fortalece su posición a la sombra internacional del fiscal Moreno Ocampo. De usar este nuevo argumento para negar legitimidad al Tribunal Supremo ya se encargarán sus partidarios.

10 mayo 2010

La Monarquía y yo

Santiago González

El sábado, a las diez de la mañana, me enteré por un boletín informativo de la radio que estaban operando al Rey de un nódulo en el pulmón derecho. La memoria hizo un descenso de vértigo por sus 35 años de reinado, me puse en lo peor, y me dije: “vaya, era justo lo que nos faltaba”. A un servidor, la Monarquía le hace recordar aquel párrafo final de ‘Annie Hall’, en el que Alvy Singer/Woody Allen, dice: …y me acordé de aquel viejo chiste, ya saben, el del tipo que va a ver al psiquiatra y le dice: “Doctor, mi hermano se ha vuelto loco. Se cree que es una gallina”. Y el médico le contesta: Bueno, “¿y por qué no hace que lo encierren?” Y el tipo le replica: “lo haría, pero es que necesito los huevos”. En fin, yo creo que eso expresa muy bien lo que siento acerca de las relaciones entre las personas. ¿Saben? Son completamente irracionales, disparatadas, absurdas y… pero, ah, creo que las seguimos manteniendo porque la mayor parte de nosotros necesitamos los huevos.

Esa es justamente la cuestión que me convirtió en un monárquico práctico. Sería incapaz de aportar razones teóricas para sostener una forma de Gobierno cuya titularidad de transmite de forma consanguínea y no electiva; en que la más alta magistratura del Estado es irresponsable, según la Constitución, pero allá por los tiempos en que yo ví ‘Annie Hall’ por vez primera, Santiago Carrillo calmó los ardores republicanos a quienes entonces éramos sus cachorros con un argumento que entonces me pareció demagógico, aunque con el pasar de los años ha ido cargándose de sentido: “¿qué es más democrática, la monarquía sueca o una república bananera?”

Por aquel entonces se postulaba como candidato a presidir la Tercera República Española un notario llamado Antonio García Trevijano, socio de Carrillo en la Junta Democrática y socio y proveedor del dictador guineano, Francisco Macías Nguema. Poco después vivimos aquella noche del 23-F, en la que el Rey salió de la interinidad de su nombramiento y sentó plaza de titular en el corazón de los españoles.

Vista la cosa en perspectiva treinta años después, no se trata sólo de apriorismos, está el balance. Comparemos el de las dos experiencias republicanas, en su ser, en su desarrollo, antes de que el espadón de Pavía y el de Franco les pusieran fin, y estos 35 años de monarquía constitucional. Ahora, imaginen que la primera magistratura del país no es la amable irresponsabilidad de ese poder moderador que nos define el artículo 56.3 de la Constitución, sino un cargo presidencial que cada cuatro años se disputan en campaña electoral los dos principales partidos españoles, no pondré nombres. Eso sin contar con que la forma de gobierno republicana puede crear sus propias dinastías: ahí están en Grecia los hijos de Karamanlis y Papandreu, reproduciendo lo que aprendieron de sus padres. Todas estas cosas pasaron por la mente de un servidor a las diez de la mañana del sábado, cuando oí que estaban operando al Rey de un tumor en un pulmón. Pues sí, un servidor necesita los huevos. Dicho sea con perdón y sin ánimo de señalar, naturalmente.

09 mayo 2010

La risa del hombre libre

Santiago González

La muerte a mano airada nos clava en la memoria para siempre una instantánea de nosotros mismos en el momento de los hechos. El día en que asesinaron a José Luis López de Lacalle en Andoain era domingo y venía de cumplir la última rutina dominical de su vida: comprar los periódicos y desayunar café y cruasán en el bar Elizondo, como siempre. Yo acababa de sentarme a la mesa con los cruasanes para el desayuno familiar y los periódicos que acababa de comprar, cuando vino mi mujer con la noticia oída en el cuarto de baño por la radio. “Han matado a José Luis López de Lacalle”, dijo, y los dos nos echamos a llorar.

“Yo no he vivido nunca en un régimen de libertad”, dijo en una entrevista unas semanas antes de que lo mataran dos tipos que nada sabían de él, ni de su biografía, ni del vozarrón al servicio de la libertad del que escribía Joseba Arregi en estas páginas en el décimo aniversario de su muerte, ni de aquella risotada tan característica suya, en la que comprometía cada parte de su organismo. El crimen fue en Andoain, un pueblo en el que se mata a sus mejores vecinos en los fines de semana entre el desayuno y el diario: el sábado, 8 de febrero de 2003 a Joseba Pagazaurtundua en el bar Daytona, mientras tomaba café y leía el periódico.

En su funeral se dio cita el viejo antifranquismo, el de verdad, y un sindicalismo que también era de verdad, para despedir a un viejo ex militante comunista y fundador de CCOO: Santiago Carrillo, Julián Ariza, José Mª Fidalgo, Agustín Ibarrola, Enrique Múgica, se encontraron con el ministro del Interior, Mayor Oreja, la presidenta del Senado, Esperanza Aguirre, el lehendakari Ibarretxe y un etcétera.

Sus victimarios no sabían quién era, de ahí que la perplejidad dolorida y sincera de tanta gente:: pasó cinco años en las cárceles de Franco, su mujer era profesora de ikastola, nada que ver con el caso. No era un error; los asesinos matan siempre adrede. Y aunque los que empuñaban la pistolas aquella mañana de mayo no supieran a quién mataban, sí lo sabían los miembros de la tupida red de la infamia que hay en el tejido social de pueblos como Andoain. Algunos de sus vecinos controlaban sus hábitos y horarios y pasaron la descripción de los mismos a quienes enviaron a dos almas de cántaro para que acabaran con su vida.

Como es costumbre, la muerte no fue la última ofensa a la víctima. Arnaldo Otegi explicó el crimen con asepsia de analista: “ETA pone sobre la mesa el papel que, a su juicio, los medios están planteando: una estrategia informativa de manipulación y de guerra en el conflicto entre Euskal Herria y el Estado”. “Lacalle, jódete asesino”, pintaron los cachorros aquella noche en las paredes del pueblo. El obispo Uriarte hizo excepción en la costumbre de no oficiar en los funerales de las víctimas de ETA, pero no sin incluir en el sermón una llamada al acercamiento de los terroristas presos.


La risa del hombre libre

Santiago González

La muerte a mano airada nos clava en la memoria para siempre una instantánea de nosotros mismos en el momento de los hechos. El día en que asesinaron a José Luis López de Lacalle en Andoain era domingo y venía de cumplir la última rutina dominical de su vida: comprar los periódicos y desayunar café y cruasán en el bar Elizondo, como siempre. Yo acababa de sentarme a la mesa con los cruasanes para el desayuno familiar y los periódicos que acababa de comprar, cuando vino mi mujer con la noticia oída en el cuarto de baño por la radio. “Han matado a José Luis López de Lacalle”, dijo, y los dos nos echamos a llorar.

“Yo no he vivido nunca en un régimen de libertad”, dijo en una entrevista unas semanas antes de que lo mataran dos tipos que nada sabían de él, ni de su biografía, ni del vozarrón al servicio de la libertad del que escribía Joseba Arregi en estas páginas en el décimo aniversario de su muerte, ni de aquella risotada tan característica suya, en la que comprometía cada parte de su organismo. El crimen fue en Andoain, un pueblo en el que se mata a sus mejores vecinos en los fines de semana entre el desayuno y el diario: el sábado, 8 de febrero de 2003 a Joseba Pagazaurtundua en el bar Daytona, mientras tomaba café y leía el periódico.

En su funeral se dio cita el viejo antifranquismo, el de verdad, y un sindicalismo que también era de verdad, para despedir a un viejo ex militante comunista y fundador de CCOO: Santiago Carrillo, Julián Ariza, José Mª Fidalgo, Agustín Ibarrola, Enrique Múgica, se encontraron con el ministro del Interior, Mayor Oreja, la presidenta del Senado, Esperanza Aguirre, el lehendakari Ibarretxe y un etcétera.

Sus victimarios no sabían quién era, de ahí que la perplejidad dolorida y sincera de tanta gente:: pasó cinco años en las cárceles de Franco, su mujer era profesora de ikastola, nada que ver con el caso. No era un error; los asesinos matan siempre adrede. Y aunque los que empuñaban la pistolas aquella mañana de mayo no supieran a quién mataban, sí lo sabían los miembros de la tupida red de la infamia que hay en el tejido social de pueblos como Andoain. Algunos de sus vecinos controlaban sus hábitos y horarios y pasaron la descripción de los mismos a quienes enviaron a dos almas de cántaro para que acabaran con su vida.

Como es costumbre, la muerte no fue la última ofensa a la víctima. Arnaldo Otegi explicó el crimen con asepsia de analista: “ETA pone sobre la mesa el papel que, a su juicio, los medios están planteando: una estrategia informativa de manipulación y de guerra en el conflicto entre Euskal Herria y el Estado”. “Lacalle, jódete asesino”, pintaron los cachorros aquella noche en las paredes del pueblo. El obispo Uriarte hizo excepción en la costumbre de no oficiar en los funerales de las víctimas de ETA, pero no sin incluir en el sermón una llamada al acercamiento de los terroristas presos.


05 mayo 2010

La visita

Santiago González

Los precedentes no son como para echar cohetes. Las nueve ocasiones en las que el jefe de la oposición ha sido llamado a La Moncloa han seguido el mismo protocolo, o, por decirlo con un tópico actual, la misma hoja de ruta. Llegaba Rajoy, se hacían la foto y la viceprimera lo despedía con uno de sus maliciosos torniscones.

Resumen de lo actuado en los últimos seis años: Rajoy no arrima el hombro. No es una metáfora adecuada. En sus dos primeras visitas, 24 de mayo y 7 de septiembre de 2004, hizo aportaciones razonablemente críticas sobre las reformas estatutarias: recordó a Zapatero que esa era una cuestión de Estado, la necesidad del consenso y que los límites eran los de la Constitución. Mire vuesa merced que son molinos, pero Zapatero consideraba que la España plural y diversa estaría más unida que nunca. No hay más que buscar en Google declaraciones de Montilla para comprobarlo.

A la última reunión mantenida hasta hoy, el 11 de noviembre de 2008 en el Congreso, Rajoy entregó al presidente una propuesta con medidas económicas. Diez meses más tarde, el 9 de septiembre de 2009, le prometió convocarle para hablar de economía. Y hasta hoy.

Ha perdido grandes ocasiones para hacer algo que la gravedad de la crisis pedía a gritos: un gran pacto de Estado por la economía, por la austeridad en las administraciones públicas, supresión de carteras y consejerías inútiles, una reforma laboral. Como el que supieron hacer en 1977 unos políticos novatos en democracia: unos porque venían del franquismo y otros de la clandestinidad. O el que han puesto en marcha nuestros vecinos, “los pobres portugueses”, como decía con su ironía característica el inolvidable Felipe Mellizo en sus telediarios.

Han pasado siete meses desde que prometió citar a Rajoy, pero la agenda de un presidente europeo no es una página en blanco y, además, nunca es tarde si la dicha es buena. Por otra parte, el presidente parece convencido de que su misión frente a la crisis es irradiar optimismo. En una lamentable digestión de la teoría de las expectativas, considera que él puede modificar las expectativas de los agentes sociales y predisponerles para la recuperación, de la que ya se encargarán terceros. Debería reflexionar sobre el hecho de que su comparecencia de ayer denunciando especulaciones y rumores, y expresando su confianza en la economía española, iba acompañada del desplome de la Bolsa, hasta un 5,41%. Con toda seguridad, fue un ataque perverso, pero la cuestión es por qué estos movimientos no cuajan en la bolsa alemana o la francesa. ¿La credibilidad, quizá?

Mientras, el pobre Rajoy (© F. Mellizo) está condenado a no acertar: por no arrimar el hombro, o porque, si lo arrima, está empujando para despeñarnos. El mensaje de Zapatero va a ser muy simple, cuatro palabras nada más: Mariano, tú la llevas.