Morir de éxito
Santiago González
No se había visto cosa igual ni siquiera en los tres días que transcurrieron entre aquel jueves de marzo y el domingo en que Zapatero ganó las elecciones de 2004. Bien es verdad que el vuelco en el voto ciudadano se da sólo por ahora como una intención en las encuestas, y que éstas sólo valen para contrastarse con otras y apuntar tendencias.
Pues bien, la tendencia se presenta como cataclismo. El PP apunta hacia la mayoría absoluta en unas hipotéticas elecciones generales, con 1,1 puntos más de los que le valieron a Aznar 184 diputados hace diez años. Pero es que el resultado de las autonómicas es otro terremoto: el PP recupera la mayoría absoluta en Baleares -¡después de lo de Jaume Matas!- conquista dos feudos eternos del PSOE como son Castilla-La Mancha y Extremadura, y adquiere mayoría suficiente en Asturias y hasta en Cantabria, a pesar del populismo castizo de Revilla y su pandereta de anchoas.
La debacle. El presidente se enfrenta sólo y en circunstancias adversas a la reforma laboral. Solo, fané y descangallado, no parece que le vaya a resultar fácil hacer recular a CiU de la amenaza solemne de rechazarle los Presupuestos 2011 que le hizo Durán en el Congreso. Salvo, un suponer, que repita con Montilla lo que hizo con Pasqual Maragall, aunque es de temer que el de Iznájar no se va a dejar mover la silla por un líder en horas tan bajas. La gente, es lo que tiene, se quiere más a sí misma que al presidente del Gobierno.
Queda el PNV, explican en Moncloa, tratando de infundir algo de optimismo a todo aquel que les quiere preguntar, pero al partido-guía de los vascos ya no le basta con un dinero que Madrid no tiene, según explicaba su posición con claridad meridiana por boca de su presidente, Iñigo Urkullu: “Mientras siga el pacto de PSE y PP, que no cuenten con el PNV en Madrid”. Zapatero está preso, una vez más, de su propia estrategia, y los nacionalistas vascos no parecen estar dispuestos a pactar más barato que los catalanes: Salomé no se le rendirá por menos que por la cabeza del Bautista López. El problema es que el lehendakari, único éxito de la política de alianzas de Zapatero al día de hoy, gracias a un pacto constitucionalista, no va a estar por la labor con más entusiasmo que Pepe Montilla. Lo que apuntan las encuestas, intención virtual en todo caso, es su último gran fracaso: la definición de unas geometrías variables definidas todas ellas para su provecho.
Sin embargo, incluso este fiasco esconde un éxito total de la estrategia de agit-prop que con tanto empeño han desarrollado Blanco y Pajín: convencer a los españoles de que el PP no está a la altura de la alta responsabilidad que le confiaron en dos elecciones generales sucesivas, (2004 y 2008) al elegirle para la delicada misión de arrimar el hombro al frente de la oposición. Podría parecer que han decidido retirarle ese encargo para ofrecérselo al único gran partido que puede desempeñarlo de manera eficaz y responsable: el que aún lidera José Luis Rodríguez Zapatero. Morir de éxito, habría llamado Felipe González a esta gesta.
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