La Monarquía y yo
Santiago González
El sábado, a las diez de la mañana, me enteré por un boletín informativo de la radio que estaban operando al Rey de un nódulo en el pulmón derecho. La memoria hizo un descenso de vértigo por sus 35 años de reinado, me puse en lo peor, y me dije: “vaya, era justo lo que nos faltaba”. A un servidor, la Monarquía le hace recordar aquel párrafo final de ‘Annie Hall’, en el que Alvy Singer/Woody Allen, dice: “…y me acordé de aquel viejo chiste, ya saben, el del tipo que va a ver al psiquiatra y le dice: “Doctor, mi hermano se ha vuelto loco. Se cree que es una gallina”. Y el médico le contesta: Bueno, “¿y por qué no hace que lo encierren?” Y el tipo le replica: “lo haría, pero es que necesito los huevos”. En fin, yo creo que eso expresa muy bien lo que siento acerca de las relaciones entre las personas. ¿Saben? Son completamente irracionales, disparatadas, absurdas y… pero, ah, creo que las seguimos manteniendo porque la mayor parte de nosotros necesitamos los huevos.”
Esa es justamente la cuestión que me convirtió en un monárquico práctico. Sería incapaz de aportar razones teóricas para sostener una forma de Gobierno cuya titularidad de transmite de forma consanguínea y no electiva; en que la más alta magistratura del Estado es irresponsable, según la Constitución, pero allá por los tiempos en que yo ví ‘Annie Hall’ por vez primera, Santiago Carrillo calmó los ardores republicanos a quienes entonces éramos sus cachorros con un argumento que entonces me pareció demagógico, aunque con el pasar de los años ha ido cargándose de sentido: “¿qué es más democrática, la monarquía sueca o una república bananera?”
Por aquel entonces se postulaba como candidato a presidir la Tercera República Española un notario llamado Antonio García Trevijano, socio de Carrillo en la Junta Democrática y socio y proveedor del dictador guineano, Francisco Macías Nguema. Poco después vivimos aquella noche del 23-F, en la que el Rey salió de la interinidad de su nombramiento y sentó plaza de titular en el corazón de los españoles.
Vista la cosa en perspectiva treinta años después, no se trata sólo de apriorismos, está el balance. Comparemos el de las dos experiencias republicanas, en su ser, en su desarrollo, antes de que el espadón de Pavía y el de Franco les pusieran fin, y estos 35 años de monarquía constitucional. Ahora, imaginen que la primera magistratura del país no es la amable irresponsabilidad de ese poder moderador que nos define el artículo 56.3 de la Constitución, sino un cargo presidencial que cada cuatro años se disputan en campaña electoral los dos principales partidos españoles, no pondré nombres. Eso sin contar con que la forma de gobierno republicana puede crear sus propias dinastías: ahí están en Grecia los hijos de Karamanlis y Papandreu, reproduciendo lo que aprendieron de sus padres. Todas estas cosas pasaron por la mente de un servidor a las diez de la mañana del sábado, cuando oí que estaban operando al Rey de un tumor en un pulmón. Pues sí, un servidor necesita los huevos. Dicho sea con perdón y sin ánimo de señalar, naturalmente.
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