27 junio 2008




¿Vuelven los cesantes?

Santiago González

Uno había llegado a ilusionarse con la posibilidad de que el cainismo hubiera dado paso en los partidos a formas de convivencia más amable. Habría sido deseable que empezara el partido del Gobierno por una razón práctica, que su ejemplo es más perdurable que el de la oposición y más digno de imitación: no hay más que ver que los partidos de la oposición lo tienen como referente y se esfuerzan para imitarlo y ocupar su lugar. No se conoce en cambio, partido que gobierne y que intente cambiar su lugar por el que ocupa ningún partido de la oposición. A decir verdad, sí se conocen precedentes, pero en general cabe aplicarles la eximente de falta de voluntad; ha sido casi siempre sin querer.

Es el caso que en el desarrollo de los acontecimientos que se han vivido tan intensamente en el partido de la oposición desde que en los primeros compases estalló la crisis de María San Gil, el PP relativizó su papel de alternativa política de Gobierno y pasó a convertirse en campo privilegiado para la expresión de los sentimientos. Así se explica la espectacular llegada de Aznar. Venía de la boda de su amigo Flavio Briatore y esas cosas siempre predisponen al sentimentalismo. Tenía discurso programado para el sábado, pero para calentar al público, llegó tarde el primer día y puso morros al candidato. También se puso morrongón Jaime Mayor Oreja, que entendió –muy correctamente- que la inclusión de Marimar Blanco en la dirección del partido era una maniobra para tapar el hueco dejado por María San Gil. Así son las cosas en política. También cabe pensar que la cooptación de Cospedal era una respuesta en plan toma ya modernidad a la creación del Ministerio o Ministeria de Igualdad de Género o de Génera.

El candidato único no descompuso el gesto, pero se quedó con todas las caras y todos los detalles y ajustó cuentas con todos y todas. El momento Gallardón, quién lo iba a decir hace tres meses, fue una de las partidas de la cuenta que Rajoy le pasó a Esperanza Aguirre. Otra, fue la salida de Ignacio González, acompañada, para mayor escarnio, de la entrada de Lamela y Prada.

La respuesta de Aguirre permite colegir que la cólera de Dios se expresa a veces sin muchas alharacas. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha hecho una crisis en la que ha descabalgado a sus dos consejeros marianistas. El reajuste es más amplio: salen cinco y entran sólo dos. Para resumir y hacer balance: tres bajas netas y dos de ellas pertenecen al adversario.

No ha sido un ajuste de cuentas, ha venido a decir la presidenta, sino un adelgazamiento del Gobierno madrileño para predicar la mala nueva de la austeridad, que ya es la crisis. Tres consejeros cobran una pasta, pero la medida se quedaría en nada si se limitase a refundir las consejerías sin disminuir el número de funcionarios. Hasta ahora, uno daba por buena la expresión que ha repetido bastante Zapatero, a saber, que el PSOE es el partido que mejor representa a España. Ya no está tan claro. Podrían volver los cesantes, el ejército burocrático de reserva que acompañaba a los dos partidos alternantes en las tareas de Gobierno durante la Restauración, pero ahora sin necesidad de cambio de Gobierno. Es lógico. Los partidos Liberal y Conservador están hoy dentro del PP y para organizar el espectáculo de los cesantes no necesitan salir de casa.

El balance definitivo del congreso de Valencia ha sido la puesta en escena del eterno drama español tal como lo explicó Lorca en su ‘Reyerta’: “Señores guardias civiles:/ aquí pasó lo de siempre./Han muerto cuatro romanos/y cinco cartagineses.”

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