04 junio 2008



Avales, diezmos y primicias

Santiago González

Al mismo tiempo que Obama roza la cifra mágica de 2.025 delegados que le van a permitir ser candidato a la Presidencia de los Estados Unidos en las elecciones de noviembre, Rajoy rebasa los 2.000 avales de los 3.025 que están en juego en toda España para la Presidencia del Partido Popular en el congreso.

Es una coincidencia en aspectos muy parciales. No es lo mismo una presidencia que otra, por mucho que idealicemos al Partido Popular. Aunque Mariano Rajoy copió al casi candidato Obama una de sus cursilerías de campaña, el buen pueblo español sólo encontró cursi a la niña de Rajoy, no a la de Obama, ni a la niña de Felipe, según el pertinente autodefinido de Carme Chacón. Es que lo de aquí no son primarias; son primíparas.

La bronca del PP permite plantearse algunas cuestiones: ¿Por qué cada compromisario no puede avalar más que a un candidato? Sería razonable que muchos compromisarios quisieran ver la confrontación entre dos o más aspirantes antes de optar por el mejor. Rajoy que no se ha revelado como un velocista puro a la hora de atajar la crisis de su partido, ha conseguido tantos por dos razones principales: es el único candidato y es el jefe. Pueden parecer redundantes, pero no lo son. La primera revela un apoyo resignado, modelo si no hay más, contigo Tomás, mientras la segunda es motivo de lucimiento para los barones que luego van a presentar su ofrenda al jefe, los avales recogidos entre la peña de su jurisdicción en señal de vasallaje.

Muchos de ellos han sido recabados antes de que la crisis se desarrollase tan pujantemente. ¿El aval es reversible o un Santa Rita, Rita?¿Puede María San Gil pedir que le devuelvan su aval para entregárselo a otro candidato, si se presenta, que esa es otra?¿Hasta cuándo va a esperar Rajoy para hacer oficial lo que ya difunden en voz baja sus partidarios, que se cederán avales a quien se presente? Por otra parte, Carlos Fabra, baranda popular de Castellón, no ha entregado al jefe su cestita de avales, sin que uno acierte a clasificarle entre los acérrimos de la doctrina o los vocacionales de la renovación.

¿Se presentará Juan Costa? ¿Es un candidato ilusionante? Probablemente es un aspirante ilusionado por la comparanza con Bob Kennedy que le hizo el señorito en estas páginas, aunque quizá este modelo le haya retraído en el último momento: Bobby no llegó vivo al final de las primarias, eso es historia.

El presidente del PP necesita un opositor para legitimar su victoria en el Congreso. Tanto, que si no se anima nadie entre la tropa, debería contratar una asistencia externa. Mientras, el Gobierno ha descubierto las ventajas de la tranquilidad. Habían vivido una legislatura en el error, creyendo que la esencia de la democracia, (amén de la cintura, la igualdad, la participación, la Constitución, la aceptabilidad de la derrota y nuestros derechos y libertades irrenunciables,) era salir en los telediarios y en los periódicos. Y resulta que no, que es mucho mejor que que sea la oposición quien sale en los papeles, mientras nosotros nos dedicamos a lo nuestro. El otro Mariano, el gran Bermejo explicaba en la Cuatro que una gran ventaja de que la oposición esté tan alicaída es que eso les dejaba trabajar en paz.

La oposición como un estorbo. Hace muchos años había en mi pueblo un músico que el Ayuntamiento solía contratar junto a un colega para tocar en las dos romerías que se celebraban anualmente en los alrededores. En sus primeros tiempos también se quejaba de que los mozos no le dejaban concentrarse y les gritaba: “¡No bailéis, que me confundís!”



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