Errores hacia la paz
Santiago González
El presidente del Gobierno ha reconocido dos errores, lo que le ha permitido admirarse de sí mismo porque revela en él una actitud autocrítica infrecuente en la política española. El primero de ellos, cometido el 29 de diciembre del año pasado, mientras hacía el balance del “alto el fuego permanente”: “dentro de un año vamos a estar mucho mejor”. El segundo, al establecer en agosto las fechas en las que iba a llegar el AVE a Barcelona, Valladolid y Málaga: los días 21, 22 y 23 de diciembre, respectivamente.
Los yerros no son sólo de predicción y llenan un catálogo. Por centrarnos en el “proceso de paz”, gran error del presidente fue incumplir un acuerdo propuesto por él mismo, al autorizar conversaciones con Batasuna a espaldas del Gobierno (de Aznar) en 2002. Otro, reducir el pacto a su artículo 1º, ignorando el último párrafo del preámbulo y el punto 9º del mismo, que establece la necesidad de actuaciones concertadas entre el PP y el PSOE.
El acuerdo del PP era un factor imprescindible ante una negociación, y su ausencia, la garantía de un fracaso. Un gobernante sin el apoyo de la oposición está más débil en el trapicheo con una organización terrorista. Su soledad le obliga a ceder más y la capacidad desestabilizadora de la banda aumenta para cuando rompa la baraja.
Es pues deber del negociador implicar a la oposición en el proceso. ¿Quiso Zapatero implicar al PP? Tanto como Aznar al PSOE en la crisis del 11 al 14 de marzo de 2004. El optimismo presidencial debió de hacerle creer que el apoyo parlamentario a su propuesta iba a subrayar al mismo tiempo la soledad del PP. Examinemos los hechos. La propuesta del PSOE irrumpió en los diarios españoles el 14 de mayo de 2005: “El PSOE pide apoyo al Congreso para el diálogo con ETA si (ésta) deja las armas” decía un titular canónico, incorrecto no sólo en el aspecto gramatical. Si ETA dejara las armas no habría nada que negociar con ella. La resolución se aprobó tres días después, con 202 votos a favor, frente a los 312 que en su día obtuvo el pacto antiterrorista.
Error fue no haber aprendido de los yerros de quienes le precedieron. Otro fue llevarlo al Parlamento, solemnidad que era en sí misma una concesión política. Error sobre error, dividir a los diputados, 57% contra 43%. Fracaso que no era sólo cuantitativo; perdió al socio en la firmeza para ganar apoyos de comisionistas, partidarios de negociar en cualquier caso, como tiene ocasión de comprobar en estos días: Tras el doble asesinato de Capbreton y los atentados contra los juzgados de Sestao y
También se equivocó la paloma con los verificadores, que después de tres rondas de comprobación, hicieron decir al ministro del Interior que el proceso contaba “con bases sólidas”. El propio Rubalcaba reconoció meses después que el proceso estaba muerto a poco de empezar.
Seguramente se equivocó también el presidente al considerar que Otegi era “un líder de la izquierda abertzale que tiene un discurso por la paz”, y De Juana, “un preso a favor del proceso”. Otro tanto cabe decir de la pintoresca legalización de la mitad de ANV, como si un partido no fuera, a efectos legales, un todo uno e inconsútil.
Se equivocó si alguna vez creyó que ETA estaba dispuesta a dejar la violencia sin contrapartidas políticas. No es que fuera engañado; ETA y Batasuna no pararon de pregonar el precio de la transacción: autodeterminación y territorialidad. Se equivocó al creer que ANV se iba a romper con el primer asesinato tras la tregua.
No fue un error de profecía, sino del concepto, la oportunidad, la interpretación de los hechos y las personas que intervinieron en el proceso. Se equivocó y se sigue equivocando al negarnos un relato de los hechos y no aclarar sus intenciones para el futuro. Dos veces ha dicho en los dos últimos meses, Capbreton por medio, que “no hay expectativas de diálogo con ETA”, pero las expectativas las crea la actitud de la banda terrorista; nada nos dice sobre su voluntad negociadora. Es como si hubiera dicho: “no está el horno para bollos”. Bullshit.
Pregona en cambio su intención de perseverar en el primero de todos sus errores: descartar un acuerdo con el PP para buscarlo con los nacionalistas catalanes y vascos. Error que es a la vez conceptual y estratégico, porque con la mera declaración de intenciones ya ha encarecido el precio.
Entre tanto disparate, un acierto menor en el diagnóstico: Patxi López estimaba ayer que “hemos vuelto a la acumulación nacionalista más radical y más rancia”. Lástima que no se hubiera dado cuenta dos días antes, mientras le aprobaba los presupuestos a Ibarretxe.
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