10 abril 2011


¿Comprar la paz?
Santiago González
Una manifestación numerosa recorrió ayer las calles de Madrid en petición de que ETA no esté presente en las elecciones el próximo 22-M. Era una manifestación preventiva. Normal. Después del 22 de mayo solo quedaría el recurso de la queja. Ante la convocatoria de ayer, el Gobierno y su partido se habían puesto de perfil: renunciaron a su competencia de inscribir o denegar la inscripción de la nueva marca de Batasuna y se la endosaron al Tribunal Supremo. A partir de ahí se entiende que la manifestación dejaba de ser una exigencia al Gobierno para constituir intolerable presión hacia el Supremo. Sólo la de las víctimas, ojo. No consta que ningún dirigente socialista haya manifestado reparo parecido a las manifestaciones convocadas por la izquierda abertzale en Bilbao los días 19 de febrero y 2 de abril y llama poderosamente la atención el doble discurso de acatar el auto del Supremo y reivindicar los votos discrepantes al mismo tiempo. Soplar y sorber, sus falacias desembocan necesariamente en la aporía. Seamos indulgentes con los problemas del Gobierno. Los preveía Montesquieu en su magnífico libro ‘Grandeza y decadencia de los romanos’: “Las faltas cometidas por los hombres de Estado (…) a menudo son consecuencias necesarias de la situación en que se hallan; y los inconvenientes dan origen a otros inconvenientes”.
Lo que está en juego es importante. No sólo porque los ayuntamientos son una base logística importante y garantía de dinero público para sus futuras movilizaciones, sino, muy especialmente porque se dilucida el relato que ha de quedar después de tantos años de infamia, de tanto miedo, de tanta sangre derramada.
Las víctimas saben que la paz sin derrota de los terroristas es el empate de Azkoitia: la experiencia de Pilar Elías de tener en los bajos de su casa la cristalería del asesino de su marido, cuya mujer se quejaba de la impertinencia de la víctima por sostenerle la mirada: “Es que esta señora no tiene ninguna humildad”. No cabe un quid pro quo, como no cabía después de la guerra por antonomasia, la Segunda Guerra Mundial. La paz era un gran objetivo para una Europa exhausta, qué duda cabe, pero sólo si iba precedida por la derrota del nazismo. Eisenhower se negó a ver al general Jodl hasta que éste hubo firmado la rendición incondicional. Entonces entró en la sala y sin preámbulos, preguntó: ¿Han entendido ustedes los términos de su rendición incondicional y están dispuestos a cumplirlos? Jodl se levantó, se cuadró y asintió con la cabeza. Eso fue todo.
Es sólo una analogía, pero valga para entender las razones de las víctimas: no sin la disolución  de ETA, no sin que asuman que la historia de ETA es la expresión del mal que a veces aflora en la historia de la humanidad: Por eso debe ser derrotada y condenada su historia. El modelo de negociación con los piratas del Índico no puede ser el patrón para comprar la paz a ETA. Lo explicaba también Montesquieu en la obra citada: "Unas veces la cobardía de los emperadores, otras la debilidad del Imperio, impulsaban a comprar con dinero a los pueblos que amenazaban invadirlo. Pero la paz no se puede comprarse, pues quien la ha vendido se encuentra con ello en mejores condiciones para volver a hacer que se la compren…”

2 comentarios:

Kaizen dijo...

Así debe ser.

Sancho Quijano dijo...

El nombre "paz" tiene sentido con apellidos, puede ser paz de los cementerios o paz con libertad y con dignidad, por ejemplo.
Magnífica entrada por la apuesta por la libertad,la dignidad y en contra del totalitarismo fanático y asesino