01 marzo 2007

Presentación de Victoria Prego


Hace cosa de un año, Victoria Prego, que fue la artífice del fichaje de Arcadi Espada por El Mundo, saludaba al nuevo columnista con una presentación/columna de bienvenida que a mí me gustó mucho, en la que retrataba a nuestro amigo Arcadi como un tenaz aplicador de lo que ella llamó “la técnica Durero”:

“se echa cuerpo a tierra y acerca la vista hasta casi aplastar su nariz contra una brizna, una frase, un adverbio, una mirada. O una estupidez.”

A mí me parece muy bien descrita esa “técnica de Durero” o ese instinto de perro perdiguero (depende de que consideremos que el periodista se hace o nace) que lleva a Espada a aproximar el hocico a la realidad y no despegarse de ella.

Era un retrato muy eficaz de Arcadi, pero era, a la vez, un autorretrato. Victoria Prego es así, una perra de raza, (esto lo digo con la seguridad de que nuestro público sabe descodificar las metáforas). Quiero decir, una periodista que no ha renunciado nunca a la búsqueda de la verdad, ni a la independencia, ni a la objetividad.

En estos tiempos de relativismo es bueno decir que la verdad, la independencia y la objetividad son posibles. Para lo primero, basta con respetar los hechos.Para lo segundo y lo tercero hay que saber distinguir los
los hechos de las opiniones y relatar esos hechos a contrapelo de nuestras filias y fobias, nuestra ideología y nuestros intereses. Tratar de trascender nuestras más bajas pasiones, en definitiva.

No me propongo describir aquí la biografía profesional de Victoria, porque nos podrían dar la uvas. Ella es una periodista todoterreno, integral (ahora le llamarían ‘multimedia’ y ha hecho bien su oficio en todos los campos, dotando siempre a su trabajo de la pulcritud, el rigor y el sentido común que son en ella señas de identidad. Sí quiero recordar especialmente dos que aportaciones suyas que ya son historia de la televisión española: La serie ‘La Transición’ y el programa de entrevistas ‘Los Españoles’.

La objetividad no significa equidistancia. Me vais a permitir que me deje llevar por mi memoria, mi subjetiva capacidad de recuerdo para contar que en dos grandes momentos de la historia de todos estos años yo me he sentido muy bien representado por dos periodistas, dos mujeres a quienes los representantes de los ciudadanos encargaron en sendos momentos históricos, si me permitís el uso de un adjetivo tan baqueteado, interpretar el papel de Mariana Pineda, borda que te bordarás la bandera de la libertad.

Fueron Rosa María Mateo, al dar lectura al comunicado unitario de la España democrática tras el golpe de Estado del 23-F, tal día como hoy de hace 26 años, y Victoria Prego, que en julio de 1997 dio cuerpo y voz a lo que se ha convenido en llamar “el espíritu de Ermua”, a la rebeldía de los ciudadanos frente al crimen, la impunidad y el olvido.

En su intervención dijo algo que quiero repetir aquí, unas palabras que se manipularon, pero que son inequívocas y claras en defensa del Estado de derecho, de la libertad de todos frente a los liberticidas:

“… si en algún instante pudiera tener sentido decir que todas esas muertes, y especialmente la última, que por eso es la más dolorosa, la de Miguel Angel, no han sido en vano, ese momento es éste. Porque las cosas han dado un vuelco radical. Y como las cosas pueden haber dado ya un vuelco radical, que puede ser histórico, tiene sentido que yo os diga lo que ahora os voy a decir, con la paz y con la palabra, pero también con la ley, con la paz y con la palabra: a por ellos. Desde el respeto a la vida, desde la más profunda de las convicciones democráticas, desde la más firme defensa de la convivencia pacífica: a por ellos con la paz y la palabra. Porque somos infinitamente más y, sobre todo, porque somos infinitamente mejores: a por ellos, porque ¡basta ya!”

He querido recordar estas palabras, precisamente porque ha corrido mucha agua bajo el puente en estos diez años.

Aquello tuvo efectos políticos, sirvió para ponerle armazón al Estado de derecho y para llevar a ETA y a sus cómplices a los momentos de mayor debilidad de su historia. Hoy las cosas han cambiado a peor y esto no es una opinión. Son hechos. El presidente del Gobierno no se equivocó el 29 de diciembre porque ETA desmintiera dramáticamente al cabo de unas horas su autosatisfecha afirmación de que “hoy estamos mejor que hace un año”. Aunque ETA no hubiera puesto la bomba de la T-4, aquel día estábamos peor que a finales de 2005, fechas en las que estábamos peor que en diciembre de 2004 y aún peor que al terminar 2003.

En 2006 ETA ha cometido un atentado más que en 2003, lo que es un aumento sustancial si tenemos en cuenta que durante 2006 hemos estado nueve meses largos bajo tregua. La kale borroka también ha ido a más. En los tres años citados los actos de violencia callejera han aumentado en un 285%.

Mientras, la eficacia policial ha disminuido considerablemente. En 2006 el número de detenidos por terrorismo es menos de la cuarta parte de las detenciones de 2003. Han sido detenidos 25 sospechosos menos que en 1999, año que transcurrió en su totalidad bajo la tregua de 1988. La cifra de detenciones en relación con actividades terroristas ha sido en 2006 la más baja en la historia de la democracia española.

Y lo que es peor, los Cuerpos de Seguridad tienen menos datos sobre la organización terrorista. En 2003, la Policía había esclarecido antes de que terminara el año 15 de los 23 atentados cometidos por ETA. De los 24 atentados de 2006 no se ha esclarecido ninguno.

Hoy se cumplen 60 días naturales del atentado de Barajas y Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio son los muertos más evanescentes que jamás ha dejado tras de sí un atentado terrorista. Fueron despachados de tapadillo, sin que dejaran casi rastro. No estamos muy lejos de que vuelva a ponerse en marcha el contador del optimismo: llevamos 60 días sin muertos, lo cual es una verdad difícilmente refutable.

A quienes ya nos llamó la atención el optimismo que desataron las palabras de Otegi en el famoso mitin del 14 de noviembre de 2004 en Anoeta, nos ha llamado más, si cabe, la voluntad de encontrar motivos para la esperanza en la entrevista de este domingo en La Vanguardia.

“Hay elementos distintos”, ha dicho el Optimista Antropológico. Los chicos que dirigen el PSE han abundado: encuentran “elementos novedosos” y “cambios positivos”, aunque, tanto para uno como para otros son insuficientes.

Es el viaje a ninguna parte. El atentado de Barajas, dicen, ha elevado las exigencias para que se de la posibilidad de una solución dialogada. Pero, ¿es que esas exigencias no eran máximas? Así se establecía en la resolución del 17 de mayo de 2005 en el Congreso:

“si se producen las condiciones adecuadas para un finaldialogado de la violencia, fundamentadas en una clara voluntad para poner fin a la misma y en actitudes inequívocas que puedan conducir a esa convicción, apoyamos procesos de diálogo entre los poderes competentes del Estado y quienes decidan abandonar la violencia, respetando en todo momento el principio democrático irrenunciable de que las cuestiones políticas deben resolverse únicamente a través de los representantes legítimos de la voluntad popular. La violencia no tiene precio político y la democracia española nunca aceptará el chantaje de la violencia.”

¿Resultará que teníamos razón los pesimistas, al pensar que aquellos tres procesos de verificación, tres, que nos anunció Rubalcaba se los habían encargado al hermano menos despierto de Torrente o a algún ordenanza del Ministerio que buscaba las señales en las páginas del Marca?

Al comienzo de la tregua se nos dijo que “Otegi ha tenido un discurso por la paz y por abrir una etapa política distinta en Euskadi, palabras que ahora requieren hechos en la misma dirección”. Han pasado once meses. Si ya entonces era un hombre de paz, que tenía un discurso por la paz y sólo faltaba que las palabras se transformaran en hechos y ahora hace falta que la democracia tenga la seguridad de que la izquierda abertzale rechaza la violencia, ¿dónde está la novedad? La cosa tendría un sentido si dijesen:

“Bueno, es que la vez anterior les engañamos. No es verdad que quisieran rendirse, pero confiábamos en el poder hipnótico que el presidente ejerce sobre todos sus interlocutores. Pero ahora sí que les vamos a apretar las tuercas y les vamos a obligar a mirarle a los ojos.”

Uno de los problemas políticos del presente es que las palabras de los gobernantes han dejado de ser hechos políticos, compromisos expresados en la plaza pública. No hablo de los terroristas y sus aledaños, porque esto es irrelevante, considerar que JosuTernera o sus representantes civiles mienten es una futilidad semejante a sorprenderse porque el doctor Aníbal Lecter se muerda las uñas.

Pero lo del presidente del Gobierno sí es relevante. Este relativismo frente a las palabras y a los hechos, esta creencia en que se puede modificar el pasado, recuerda extraordinariamente las apreciaciones de Orwell en “Notas sobre el nacionalismo”: hace extraordinariamente difícil saber dónde estamos, qué está pasando y qué nos espera en el futuro.

Algo de esto pensaba el visitante de mi blog, que colgó antes de ayer un chiste pertinente sobre el estado de la cuestión. Pido perdón por adelantado porque no es políticamente correcto, aunque me esforzaré por suavizarlo.

Dos exploradores son apresados a orillas del Congo por una tribu hostil de negros sodomitas. Perdón, aquí he querido decir “una minoría étnica subsahariana de preferencias sexuales alternativas”. Uno de ellos, que se ha pasado toda la noche oyendo los gritos de su compañero, recibe la visita del jefezuelo, que, seguramente para respetar su derecho a decidir, le pregunta: ¿Tú qué querer, bolongo o muerte?

El explorador responde: “yo muerte, muerte”. El negrito sonríe avieso y responde: “De acuerdo. Pero antes, un poquito de bolongo”.

Así está el tema, pero como habéis venido a oír a Victoria, al igual que yo mismo, me callo en este punto y pasamos a escuchar sus opiniones sobre el panorama político español al día de hoy.

Bilbao, 27 de febrero de 2007

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