24 febrero 2008




Cajas destempladas

Santiago González

Felipe González recordó el pasado jueves que también a él le montaron un escándalo en la Universidad, pero que no llamó a la Policía y aguantó como un hombre, “sin llorar ni lamentarse”. La destinataria del desdén era su antigua compañera, Rosa Díez, víctima de un intento de boicot durante una conferencia que impartió en la Universidad Complutense. La exparlamentaria socialista ha recibido testimonios solidarios de Mariano Rajoy, Manuel Pizarro y María San Gil. De su antiguo partido sólo la ha llamado un militante de base: Nicolás Redondo Terreros.

El 17 de octubre de 1996, HB se manifestó frente a la casa de Carlos Iturgaiz para llamarle ‘carcelero’ y prometerle “te vamos a machacar”. El dirigente popular denunció la intimidación en rueda de prensa. Joseba Egibar se lo afeó: “El PNV cuando tiene concentraciones de esas, y las tiene a diario, baja a la calle y da la cara. Lo que no hace es correr, acudir a medios de comunicación y proyectar una imagen real, pero parcialmente (sic) de lo que pasa en este país”.

Las protestas en la Autónoma de Madrid contra Felipe, en la de Barcelona contra Aznar, o la de los funcionarios de Justicia contra Zapatero son censuras al Gobierno en sus actos. Abuchear o boicotear a los partidos de la oposición para impedirles la palabra es negarles en su ser. Como dice uno de los trece eslóganes de la campaña socialista, “no es lo mismo”, aunque la extralimitación no sea más justificable en aquellos casos que en estos.

El desprecio de González parece inspirado en el de Egibar. Lo malo de este último PSOE es que transita sin mayores miramientos por la trocha de indiferencia moral y de impiedad que le ha abierto el nacionalismo felizmente gobernante en Euskadi, el único lugar del mundo en el que una banda terrorista de carácter insurgente no amenaza al Gobierno, sino a la oposición, que vive escoltada.

¿Quiere esto decir que el PSOE y el PNV secundan los actos de boicot contra los partidos de la oposición? No necesariamente, por más que la presencia de concejales socialistas en los sucesos de Parla constituyan un elemento preocupante. Recordemos que el presidente del Senado lamentó “no haber podido acudir” a la concentración en la que algunos cargos socialistas, como su propia hija, violaron la jornada de reflexión en 2004 para manifestarse contra el PP.

No supongamos siquiera que los dirigentes socialistas o nacionalistas experimenten regodeo alguno en la exclusión de sus adversarios. Lo más notable es que ninguno de los dos se muestra dispuesto a renunciar a la ventaja que les proporciona el hecho de que los totalitarios silencien a sus adversarios con armas o sin ellas.

Durante estos años, el partido del Gobierno y el Gobierno han dedicado a los dirigentes de la oposición insultos como: ‘viles’, ‘mezquinos’, ‘miserables’ o ‘desgraciados’. La oposición misma ha sido permanentemente calificada de “la derecha extrema”. ¿Puede extrañarse alguien de que finalmente aparezcan grupos que nieguen la palabra o agredan a quienes previamente se ha negado la dignidad?

La expresión “cajas destempladas” tiene su origen en la tradición militar de destensar la piel de los tambores en los castigos que implicaban el deshonor y la expulsión del Ejército. La infamante liturgia de arrancar al reo charreteras y medallas era acompañada por el ruido sordo y desapacible de las cajas. Esa es precisamente la función de los insultos: son las cajas destempladas que acompañan la expulsión de un colectivo del terreno común de la convivencia.

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