¿Posado o robado?
Santiago González
La primera cuestión que se plantea al leer la transcripción de las conversaciones mantenidas por Arnaldo Otegi y por Pakito con sus visitas en el locutorio de la cárcel es la misma que podía hacerse cualquiera hace unos años a la vista de una foto de famosa enseñando chicha en las revistas del ramo: ¿será un posado o un robado? Digo hace unos años, de cuando las estarletes querían pregonar la mercancía y guardar al mismo tiempo el recato y la presunción de la decencia. El robado tenía un aire más casual, luz natural, sin focos, instantánea hecha con película más rápida y por ende, con más grano. Permitía enseñar más pelo, pero las fotos tenían menos definición. Raramente se puede tener todo.
Ahora es otra cosa. En la misma revista en que enseñan las tetas te explican sus tarifas y el truco del robado se queda para las grabaciones de la cárcel. Llama la atención que Arnaldo Otegi nunca haya dicho cosas ni siquiera parecidas en sus comparecencias públicas o en los posados de estudio con su prensa amiga. Él sabía que lo estaban grabando, pero quería hacer creer al papparazzo que era un intruso en vez de un invitado. ¿Cuál es la verdad del escuchado? Seguramente las dos. Se deja grabar lo que seguramente excita el celo negociador de los últimos oyentes, pero en ningún caso permite hacer creer que está por el abandono de las armas sin contrapartidas políticas, corolario inevitable de la aceptación de la derrota. Por contra, la declaración de Alsasua pretende equiparar la actividad terrorista de la banda con la capacidad disuasoria de un Estado democrático, equiparación que jamás ha aceptado ningún estado, salvo que fuera perdiendo la guerra.
Hace seis años, Pakito Mujika y otros cinco ni siquiera confiaban en que un Gobierno quisiera negociar con ellos y escribieron una carta a la organización desde la cárcel abogando por el abandono de la lucha armada (es el motor lo que no marcha, decían con metáfora mecánica). Cuatro meses después, el presidente del Gobierno empezó a demostrarles que estaban equivocados: sí había alguien dispuesto a negociar con ellos. Fueron expulsados por derrotistas y Zaptero se cobró una pequeña victoria derrotando al sector proclive a la rendición. Hoy, Mujika Garmendia es un seguidor de Otegi y partidario de la negociación en los términos de Alsasua.
Son signos inequívocos de que la cosa va bien, pero nadie en el Gobierno debería engañarse: lo que ha debilitado a ETA es el trato que los Gobiernos de España le han dado antes y después de proceso de paz, no durante. La cárcel suele ser mano de santo y el discurso de Otegi después de pasar por ella, ya había tenido precedentes en los casos de Txelis, Pakito, Makario, Carmen Gisasola y otros de menor rango. Pero no hay que confiarse. Si alguien decide volver a las andadas negociadoras notará que el mero hecho de sentarse a la mesa de la negociación les fortalece y verá con qué rapidez se vienen arriba, como Charles Chaplin y Jack Oakie en la escena de la barbería de ‘El gran dictador’. Es lo que tiene el posado, que las posturas son inevitablemente más explícitas y la foto resulta más obscena.
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