El proceso no discurre
Santiago González
El pasado 16 de octubre el Gobierno esperaba una declaración de ETA anunciando que el alto el fuego era irreversible y transmitió su esperanza a los medios de comunicación. Estos, insobornables fedatarios de la realidad, levantaron acta del optimismo gubernamental.
No había razones evidentes para ello. Tres semanas antes, la organización terrorista había protagonizado un mitin organizado en una campa del monte Aritxulegi, en la que congregaron a tres mil simpatizantes que fueron conducidos al lugar de autos con estrictas medidas de seguridad.
Allí, dos encapuchados ofrecían a los asistentes un experimento con gaseosa, haciendo siete disparos al aire con fusiles de asalto, mientras un colega suyo leía a la asistencia un comunicado en el que ETA explicaba sus intenciones con este nivel de explicitud:
"Reafirmamos el compromiso de seguir firmemente en la lucha con las armas en la mano hasta lograr la independencia y el socialismo de Euskal Herria. Estamos preparados para dar por ello nuestra sangre. ¡Lo conseguiremos!"
El pasado martes, entrevistado en Ondacero, el portavoz socialista en el Congreso de los Diputados Diego López Garrido, dijo en un momento dado "el llamado proceso de paz". Momento sublime de distanciamiento brechtiano. Llamado ¿por quién? Así lo han llamado desde hace un año el presidente del Gobierno y los ministros y ministras, los parlamentarios que tienen como portavoz a López Garrido, los dirigentes y los afiliados de su partido y de los partidos que mantienen sociedad con ellos, la prensa amiga y una buena parte de la opinión pública.
El "proceso de paz" es un sintagma nacido para la guerra y el amor: vale para ganar la guerra a la oposición y el amor de la opinión pública. El Gobierno y la prensa amiga han usado la expresión hasta la saciedad, qué digo saciedad, hasta el empalago. El 5 de junio, Ignacio Sánchez Cuenca publicaba en El País un artículo titulado "El proceso de paz y sus enemigos". Es un título que exime de la lectura del artículo, porque ya está todo en él: los enemigos son quienes no se muestran partidarios, curiosa distinción que permite considerar a ETA y Batasuna compañía más deseable que el partido de la oposición, puesto que participan en el proceso.
Proceso de paz es una locución sin costes, un bien en sí mismo. No es lo mismo que decir "proceso de negociaciones con los terroristas", pongamos por caso. En una negociación hay drama y en el mejor de los casos, coste: hay que dejar pelos en la gatera, estar dispuesto a dejar parte de lo propio en la mesa de negociación. Pero es que, además, todo puede terminar mal. En los últimos días se ha formulado alguna de las hipótesis que la ilusión institucional había considerado imposibles desde que arrancó el proceso: que ETA puede volver a matar.
Recordemos que el comienzo de toda esta historia fue una carta remitida por ETA al presidente del Gobierno en el verano de 2004. La carta es un misterio que el presidente del Gobierno no ha desvelado a nadie, pero él entendió de su lectura que la organización terrorista estaba dispuesta a dejar las armas sin exigir un precio político a cambio.
Era comprensible el mosqueo de los terroristas con la filtración hecha por Aralar de la carta que 'Pakito' y otros cinco dirigentes presos habían dirigido a la dirección de la organización, en la que criticaban la "lucha armada" y proponían dejarlo. Su filtración ponía en evidencia los planes de la banda. Pero si la carta que ETA envió a Rodríguez Zapatero estaba escrita en los términos en que éste la describió, la animadversión etarra no podía orientarse contra quienes compartían su estrategia de negociar el abandono, como para expulsarles de la organización varios meses después. Podría argumentarse que la expulsión se produce porque dieron copia de su carta a Aralar, pero es bastante probable que si Mujica Garmendia y los demás están de acuerdo con la organización es no es una carta de ruptura sino unacontribución al debate. No habría tenido ningún sentido filtrarla.
La otra carta, la que nadie ha visto, es el único elemento que soporta el proceso, siempre sobre la base de la fe y la confianza en el líder. El PSOE presenta una resolución en el Congreso que autoriza al Gobierno a negociar con ETA el fin de la violencia sin pago de precio político y siempre que garantice su voluntad de acabar definitivamente con sus actividades terroristas. Resumido el espíritu de la resolución del 17 de mayo de 2005 con una de esas frases tan del gusto del presidente, sería: "primero, la paz; luego, la política".
No hay un cálculo muy racional en este eslogan. Si ETA abandona las armas a cambio de algunos beneficios penitenciarios para sus activistas presos, ¿qué otra cosa habría de negociarse después en una mesa de partidos con su brazo político? Las mesas de negociación son indeseables por las razones que se han expuesto in extenso en el documento de la Fundación para la Libertad que han elaborado los profesores Corcuera, Blanco y Martínez Gorriarán, pero es que, además, sólo tienen un sentido lógico si la mesa "política" precede a la "desmilitarizadora" . Los terroristas y sus aliados se temen razonablemente que, si acuerdan primero la paz, luego no tendrán elementos de presión para negociar en la mesa de partidos. Dicho de otra manera: para ellos, el orden tiene que ser el siguiente: primero la política y después la paz, precisamente para que el terrorismo pueda condicionar la negociación.
No sólo para ellos, también para algunos aliados del Gobierno que, una vez sentados a la mesa de partidos, defenderían los mismos objetivos que los representantes de los terroristas. Esta es la razón de que el Ejecutivo haya intentado reunirse con ETA este verano y de que su llamada no haya obtenido respuesta por parte de la banda, tal como señaló el portavoz del PSE en el Parlamento vasco.
Si a eso le añadimos la dificultad básica para el proceso de no tener a su favor al partido de la oposición, se explicará su propensión al colapso, que López Garrido se haya distanciado conceptualmente, el cambio implícito en el mensaje del video contra "la otra negociación": el PP sí que era blando frente a ETA y el nuevo aire de firmeza presente en las últimas declaraciones del ministro del Interior: "el Gobierno no acerca presos etarras al País Vasco porque no cree que ETA haya demostrado su voluntad inequívoca de abandonar la violencia."
Fue el propio Rubalcaba el que en tres ocasiones, tres, presentó al presidente del Gobierno otros tantos informes de verificación en lo que se afirmaba justamente lo contrario, que ETA tenía la inequívoca voluntad de abandonar las armas, ¿recuerdan?, que la actividad de ETA se había ralentizado en Francia, ¿recuerdan?
Ayer, en la sesión de control al Gobierno, el presidente anunció su intención de seguir dando pasos, pero "pasos firmes, no pasos falsos". Debemos estar preparados para un cambio si las malas expectativas se confirman. Tenemos un gran modelo en Fernando VII: "Vayamos todos, y yo el primero, por la senda constitucional".
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