La sucesión en Fátima
Santiago González
La Navidad nos pone sentimentales. Tal vez por eso, Zapatero aflojó la muy’ para decir que ya ha tomado una decisión sobre el tema. Recuerdo haber escrito que uno de los principales objetivos del presidente era desconcertar a la oposición, que por eso anunció de sopetón los nuevos recortes que había negado unos días antes en la entrevista de El País.
Se equivocó la paloma, una vez más. También disfruta mucho confundiendo a los propios. Tengo un secreto, pero sólo lo conocen Sonsoles y uno de vosotros. El progresismo es una religión alternativa, y la sucesión, un remake del milagro de Fátima, con José Luis en el papel de Nuestra Señora; Sonsoles, en el de la pastorcilla Lucía y un socialista, llamémosle ‘x’, sin ánimo de molestar, encarnando al pastor Jacinto.
El tercer secreto de Fátima, cuántas bromas hicimos los progres de antaño, era la conversión de Rusia. Ahí la tienes, báilala. El presidente ha querido hacer de su destino un cuaderno rojo, versión de izquierdas del cuaderno azul de Aznar, donde éste anotaba a sus bienventurados. Zapatero, según confesó a Millás (EPS, 5/9/2004) tiene por cuaderno azul la guía telefónica y pocas sorpresas nos puede dar ya en lo que toca a nombramientos.
Pero aparte de la indiscutible competencia presidencial de disolver las cámaras, la determinación de continuar o abrir un proceso sucesorio, no puede ser objeto de este jugueteo preadolescente, chincha, rabiña. No es decente para miles de expectantes y temerosos socialistas, que querrían saber a qué carta abstenerse. No lo es para quienes viven expectativas sucesorias, una combustión interna a fuego lento que para qué los místicos. Imaginen que el depositario de la revelación es Pepe Blanco. ¿Con qué moral seguiría comiéndose marrones Rubalcaba, el achicharrado pararrayos presidencial? Y viceversa, ¿cómo mantener el orden con Tomás Gómez reclamando primarias y los aturdidos barones escrutándose los unos a otros, mientras se preguntan: “finalmente, ¿quién tiene la poción mágica?”
Por eso, en el pasado, FG, que ahora se entretiene esculpiendo joyos y haciendo cábalas sobre lo que él habría hecho con los terroristas “probablemente”, si hubiera sido el jefe del Ejecutivo, una vez que tomó la decisión de dimitir la puso en marcha. Sin dar pie a polémicas y, sobre todo, sin alimentarlas él mismo.
El presidente no distingue muy bien lo público de lo privado. Su decisión no es un aspecto de su intimidad, sino un hecho con repercusiones públicas. Tal vez no llegó a aprenderlo en aquel famoso par de tardes, pero la renta es función de una serie de variables, algunas cuantificables (capital, trabajo, tierra) y otras no, como las expectativas de los empresarios y la ‘variable institucional’, que hace de las democracias con instituciones sólidas y predecibles unos lugares, probablemente más aburridos, pero mejores para invertir que las apasionantes repúblicas bananeras, gobernadas por la sorpresa diaria de Hugo Chávez. Por eso, este misterio de Fátima es una mala noticia también para nuestra deuda. Los inversores quieren saber. Ahora ya sólo falta que les vacile un poco también a ellos y nombre a Pajín su sucesora. O a Chaves, qué más da. En todo caso, para mí que la decisión es ‘depende’.
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