08 noviembre 2006

TRIBUNA: SUSO DE TORO


El turco, el danés y los suecos


SUSO DE TORO EL PAÍS - Opinión - 08-11-2006

Hay gente a la que les disgustan los fallos del premio Nobel, en realidad creo que les carga el premio Nobel en sí. Y realmente es bien discutible en sí mismo ese tribunal que pontifica e instituye obras, nombres y valores en el planeta se quiera o no. Pero a algunos nos gusta toda esa teatralidad casi ingenua y antigua, ya nadie se atreve hoy a hacer cosas tan bonitas, con un rey y su palacio y todo. Al fondo la leyenda de una fortuna mítica nacida de la remota dinamita que nos lleva a imaginar las minas, de oro naturalmente. La ceremonia de los Nobel casi tiene la hermosura onírica de los cuentos de hadas, solamente por eso está bien que existan pero, además, quizá no esté mal que alguien instituya referencias y premie la excelencia, aunque sean discutibles sus fallos. Absolutamente discutibles cuando premian a un señor llamado Kissinger, por ejemplo.

Pero los premios de literatura suelen ser los que más discusión dan. A mí particularmente sus fallos me parecen razonables casi siempre y aunque se hayan olvidado de obras literarias imprescindibles, también veo que nos han llamado la atención sobre otras que nos serían desconocidas. Y, además, cada tres o cuatro años nos sorprenden, que es cuando más vidilla dan. Por otro lado, nunca se puede premiar a todo el mundo que lo merece, ni siquiera castigar pues bien decía el danés (me encanta esto de "el danés") que si se le diese a todo el mundo lo que le corresponde nadie quedaría sin llevarse sus buenos correazos.

Pero dejemos al danés y volvamos a los suecos que este año han premiado a un escritor turco y, nuevamente, ronda la discusión de si se premia a un autor, a un país o a una propuesta ideológica. Esa discusión sólo nos recuerda lo evidente, que la creación literaria no se puede encerrar pues es dinámica por paradójica, nace de lo más personal, particular, pero tiene una naturaleza universal que trasciende fronteras de lenguas, Estados y saberes especializados. Y, al tiempo, siendo un mundo autónomo abarca toda la experiencia tanto individual como colectiva, inevitablemente este arte tan íntimo y subjetivo es enormemente social, política. Y eso no puede evitarse, aunque no esté en las intenciones conscientes del escritor.

El escritor premiado, Orhan Pamuk, ha sido presentado en casi toda la prensa como "escritor turco". Es a discutir que el nombre "escritor" merezca un adjetivo, "turco" en este caso. Pues el gentilicio lo expenden los Estados en sus documentos de identidad mientras que la literatura, a través de las traducciones, llega a personas de distintos lugares, épocas, lenguas y se puede decir que el verdadero país de un escritor lo forman aquellas personas que leen su obra, sean de donde sean y hablen y lean lo que lean.

En cierto modo es así, alguien escribe en soledad para alguien que lee en soledad. Pero también es cierto que existe un lazo esencial entre un escritor y la comunidad que lo forma y de donde sale. Pues, a diferencia de artistas como un pintor o un escultor el escritor no es dueño de la materia prima con la que trabaja, las palabras. Las palabras no las puede comprar en tienda alguna, sino que las toma prestadas de una lengua, la que sea, y al no ser suyas las palabras es como si sembrase en un campo ajeno. Nunca será completamente dueño de su trabajo que, en cambio, incrementará el valor del campo trabajado. Para el escritor es un lazo trágico, que marca su destino unido a la suerte de una lengua.

Frecuentemente, aunque no siempre, el escritor entiende que su comunidad es una comunidad nacional y de lengua. Pero hay ocasiones, en que la comunidad de referencia es la de una lengua que abarca países y otras veces es la de un Estado con varias lenguas pero que forma una comunidad ciudadana. Y, aunque el escritor olvide este aspecto de su situación, es la comunidad quien se lo recuerda. Bien acusándolo de dar una imagen injusta o negativa de la comunidad o bien celebrando su éxito artístico como un éxito colectivo propio. El premio a Pamuk es el caso más frecuente, la comunidad le critica la imagen que ofrece de ella al mundo y, al tiempo, todos entienden que el premio es un premio no tanto a un autor cuanto a una literatura o un país. El escritor vive verdaderamente en peligro de descuartizamiento entre esos dos mundos, el viaje interior radical y la dialéctica con una colectividad. Qué difícil es ser escritor y no estar loco. De hecho, es imposible.

Y ahí está el señor Pamuk hablando ora como artista individual ora como portavoz de una Turquía que él argumenta, aunque nosotros no sepamos bien si existe. ¿Y si estuviese luchando hacia fuera porque aceptemos la existencia de una Turquía que realmente no existe y, al tiempo, luchando hacia dentro porque su país acepte ser esa Turquía casi europea deseada por él? El escritor lucha contra el caos, añora la armonía que no existe ni ha existido ni existirá. Suele querer recordarle a su comunidad lo que fue porque desea que se realice una comunidad ideal que porta en su imaginación. Uno tiene la impresión de que es el caso de este autor que, como todos sus semejantes, está condenado a saberse distinto dentro de su comunidad y al tiempo atado a ella por un lazo dramático.

Nos parece que no va a existir esa Turquía soñada. Los escritores y soñadores en general siempre creen, sienten, que hubo un momento en que todo estuvo a punto de ser de otra manera, una manera mejor ("¿Cuándo se jodió el Perú, Zavalita?"). Pero la mayor parte de la gente no siente lo mismo, de hecho, ni siquiera mira hacia atrás. Aunque a efectos literarios eso no importa; al contrario, es de ahí, de esa nostalgia equivocada y de ese dolor que nos causa este presente de donde saca el escritor su caudal.

De la Turquía existente salió un escritor que sueña otra Turquía, y hace su trabajo: creó otro país, otro mundo, otra historia y lucha para imponerla a la realidad. La literatura es eso, un esfuerzo absurdo por inútil pero necesario. Fracasa en lo colectivo y público, triunfa en lo individual e íntimo. Por más que confíe en el poder de las palabras, su realidad imaginada no es, al cabo, más que palabras, palabras, palabras. Como le diría el danés a este turco que han premiado los suecos.

Suso de Toro es escritor.

1 comentario:

T dijo...

¡Como se puede ser tan memo! Aviados estamos con los intelectuales de guardia de ZP