15 julio 2009

Financiar la igualdad



Santiago González

El presidente del Gobierno cree que el estado autonómico es en sí mismo un factor de corrección de las desigualdades entre los españoles. Así lo ha dicho en repetidas ocasiones. La última, el 13 de mayo pasado, fiesta de la Virgen de Fátima, (dicho sea sin ánimo de señalar) en el Debate sobre el Estado de la Nación: “El centralismo (…) es lo que más desigualdad territorial ha provocado (…) El Estado de las Autonomías ha facilitado un acortamiento de las distancias de renta per cápita entre nuestras CCAA”. Rosa Díez trató de explicarle la relación causal sin gran provecho: “ni el centralismo ni la autonomía garantizan la igualdad. La igualdad la garantizan las políticas redistributivas” (Diario de Sesiones del Congreso).

Él no ha visto la necesidad de orientar la financiación a un fin que ya cumplen las Autonomías de por sí. Lógico que haya buscado otros objetivos, como aliviar su soledad parlamentaria y discriminar positivamente las tierras que le dan los votos. Tampoco es de extrañar que dirigentes con menos predicamento y estudios, como el president Montilla, tengan ideas alternativas sobre la solidaridad: “Defiendo la solidaridad pero no es razonable que los que dan más reciban menos...” dijo hace poco más de un año en la Moncloa. Afortunadamente, en los tiempos en que España recibía el maná de los fondos europeos, no prevaleció en la Europa rica un criterio parecido al de Montilla, porque aquellos fondos que tan bien nos vinieron, se habrían quedado en Alemania o Francia.

El presidente, intelectual y moralmente hablando, vive al día. Seguramente somos los únicos demócratas europeos a quienes sus gobernantes niegan una explicación sobre cómo gastan su dinero. La vicepresidenta Salgado no cree que todas las CCAA van a quedar por encima de la media, como anunció el presidente. Cataluña sí, pero no van a dar cifras. Han decidido sumar los quebrados sin reducirlos a común denominador, para que nadie sepa qué sumamos. Ojos que no ven. Los autonómicos podrán sacar pecho, que el Gobierno les dejará mentir, para que no queden como unos pringados ante sus iguales.

¿Recuerdan ustedes cuando el Gobierno consideraba razonable la exigencia catalana de dar a conocer las balanzas fiscales? Hasta ahí llegó la transparencia. En esas balanzas nunca se anotó la gran deuda que la España rica contrajo con regiones que se despoblaban de mano de obra joven y barata, creadora de riqueza en los tres centros industriales: Cataluña, Madrid y el País Vasco, que aquí no cuenta, porque ya tiene sus propios privilegios. Tal vez en Iznájar perdieron un buen alcalde para dar a Cataluña un mal president, nunca se sabe. La población que quedaba era, además, un mercado cautivo para sus manufacturas, negocio redondo.

En la primera mitad de los 80, Borrell fue requerido por Victoria Prego en un programa de la tele para definir en un minuto qué era para él el socialismo, a lo que el entrevistado repuso que le sobraba tiempo: “el socialismo es la pasión por la igualdad”. Faltaban 25 años para que Zapatero pusiera el nombre del concepto apasionado al Ministerio de la Propiedad Conmutativa. La igualdad era esto.


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