19 noviembre 2010



De profundis
Santiago González
Ver a Zapatero en actuación parlamentaria tiene algo de estupefaciente. En todas sus comparecencias hay una voluntad de estilo, que el presidente toma de su género de comparecencia preferido: el mitin. Nadie espera rigor, profundidad ni finura analítica en el orador de un mitin. Nadie le reprochará demagogia o que se le vaya la mano en la sal gorda. Hay un rito que congrega al oficiante y a su público en una comunión de emociones. “En el mitin lo importante no son los discursos sino los aplausos”, confesó hace tres años a su biógrafo De Toro.

El presidente tiene clasificados a sus antagonistas. Hay dos de oposición: Rajoy y la estrella solitaria de UPyD, algún ejemplo de responsabilidad, como Erkoreka, a quien elogia hasta abrumarlo y mediopensionistas a los que agradece el tono y dirige alguna crítica menor. 

La lidia siempre es la misma en el mismo tercio electoral: Rajoy no arrima el hombro ni hace propuestas, y al contrario que él, solo tiene interés en el poder, pero va a perder las elecciones como todas las anteriores. Rosa Díez es una diputada de 350, debería ser más humilde, como si no fuera una voz entera de la soberanía popular cuyo escaño, por cierto, está apoyado por más ciudadanos que los seis del PNV que le han salvado la legislatura.

Es difícil rebatir a alguien que te imputa con voluntad de injuria sus características personales básicas y que, además, está en todas las posiciones al mismo tiempo.
“¿Saben porqué es fácil (criticar)? Porque no cuesta ningún esfuerzo. Lo que cuesta esfuerzo es profundizar, es proponer ideas.” Lo sostuvo ayer con la misma convicción con la que contaba su encuentro juvenil con un sencillo pastor que le hizo una revelación: “no he podido estudiar, pero se acordará de una cosa que le voy a decir: ‘las cosas que se aprenden sin estudiar no se olvidan’. Lo he repetido muchas veces.”

En  él todo es flexible: el lenguaje, los conceptos, su lugar en el espacio y el tiempo y los límites de su propia personalidad. No es sólo ubicuidad, también goza de ucronía y practica la alteridad. Los hechos no son tan importantes como su relato.

Rozó el surrealismo al reprochar a la diputada de ICV la perversión de considerar que la reforma es un recorte. “En los primeros años de la transición, la reforma (democrática) era un avance y se veía siempre con un color positivo y con una perspectiva positiva”. El presidente era muy joven entonces y debió de pedirle las precisiones históricas a Marcelino Iglesias. La reforma la sustentaba en solitario UCD; lo que entonces se llamaba la oposición democrática abogaba por la ruptura. La Ley para la Reforma Política  fue sometida a referéndum el 15 de diciembre de 1976. Pidió el ‘sí’ UCD. El PSOE, PCE, PSP, CDC, PNV, ID y los demás abogaron por la abstención. Hubo un 77,8% de participación (94,17% de votos afirmativos). La oposición trató de disimular orwellianamente su derrota y llamó ‘ruptura pactada’ a la reforma. El único partido que veía la reforma “con un color positivo”, UCD, está hoy disuelto junto a los restos de Alianza Popular en el PP.

El sueño de la memoria histórica tenía que llevar a esto. Ayer, el presidente del Gobierno llamó ‘superficial’ al jefe de la Oposición.

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