05 noviembre 2010


Un desorden aleatorio
Santiago González
Después de la Identidad de Género, había que abordar el orden de los apellidos. No podíamos tolerar que tantos ciudadanos vivieran prisioneros en apellidos equivocados. Hagamos normal lo que a nivel de calle es simplemente normal, como dijo Adolfo Suárez. Se acabó el infame tuneado de los apellidos, la elipsis de los Pérez,  Rodríguez, González y demás linajes de masas. Se acabaron los guiones dos en uno. El propio padre del presidente del Gobierno puso uno para retener el apellido del padre fusilado, su tercero, pegado al de su madre, su segundo: Rodríguez García-Lozano. Franco lo hizo a la brava con su nieto, porque el BOE era suyo.
Se acabó la preposición de pertenencia, Pérez de Villarreal, de rancia estirpe alavesa. Ahora, también por razón de identidad, Villarreal ha pasado a llamarse Legutiano. En punto a tronío no hay color, pero queda como más vasca, váyase lo uno por lo otro.

Ya estuvo cumbre el Gobierno al maltraducir ‘gender’ por ‘género’ en lugar de ‘sexo’ y, sobre todo, al intentar sustituir en 2006 el término ‘padres’ por ‘progenitor A’ y ‘progenitor B’, según el ‘género’ de cada cual. Lástima que entre esa A y esa B persistía la prelación alfabética a favor del padre, salvo que las letras se asignaran por sorteo en el interior del matrimonio. En 1999, Aznar había reformado la Ley para que los padres pudiesen cambiar el orden de los apellidos a sus niños. Por defecto, se imponía el habitual paterno-materno. Ahora el orden (o el desorden) de los apellidos será alfabético, salvo acuerdo entre los progenitores. Eso sí, el orden decidido para el mayor de los hijos se impondrá a los demás, hasta que sean mayores de edad y adopten los apellidos que más convengan a la identidad de sus sueños. No es descartable que los segundones se levanten contra la tiranía de la gerontocracia y acabemos reformando la ley para que cada cual se apellide como quiera desde su bautizo laico.

Es para solucionar los conflictos, argumentan, cuando en realidad es abrirles la puerta. El problema no es el cambio, sino el desorden. ¿Qué será de la memoria histórica con hermanos de apellidos diferentes e imprevisibles? ¿Cómo rastrearán los hechos los historiadores del futuro? Tendrán que ser expertos en combinatoria.

En ‘Una noche en Casablanca’, el personaje de Groucho Marx es nombrado gerente de un hotel. Su segunda orden es cambia rlos números de todas las habitaciones. “Pero los clientes se van a equivocar de cuarto. Piense en la confusión”, a lo que él responde: “y usted piense en la diversión”.

Comprenderán que en esto, un González no elidido esté por encima de toda sospecha y merezca presunción de objetividad. Si hubiera tenido hijas, que no es el caso, no podría angustiarme el temor a la desaparición del apellido ni la preocupación de conservar memoria toponímica. Es de agradecer que nuestra casta gobernante haya planteado el asalto final al patriarcado, aunque en estos días uno hubiese preferido que los esfuerzos unidos del progresismo y el hembrismo patrios (o matrios) se hubieran empleado en el intento de obligar a Ahmadineyad a anular la pena de muerte impuesta a Shakineh Ashtiani. Es una lástima que no puedan estar en todo.

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