El ‘faisandage’
Santiago González
Quienes hayan seguido con atención la trayectoria de Alfredo Pérez Rubalcaba, recordarán una frialdad y una contención admirables. Ni siquiera en los oscuros días del escándalo Gal y la corrupción de los primeros 90 era fácil verle perder la compostura. Nunca se le vio tan desasistido de gesto y de palabra como en la última sesión de control por el caso Faisán, pero, sobre todo, nunca se le habían escuchado argumentos de tan baja calidad intelectual y tan seguidos.
Fue la del miércoles la segunda ocasión en que soslayó las preguntas con un proceso de intenciones a la oposición, en plan: “usted hace esto para lucirse en las cadenas de la extrema derecha” o “a usted no le gusta lo que está pasando: estamos ante el principio del fin de ETA, esta semana mejor que la anterior y la semana que viene mejor que ésta”, razonamientos sólo capaces de satisfacer a los desechos de tienta de su grupo. Otra prueba de los nervios fue la de usar la misma construcción lógica de la ‘medalla del amor’, más que ayer, menos que mañana, que Zapatero empleó el 29 de diciembre de 2006, veinte horas antes de la T-4.
Los éxitos que hoy celebramos en la política antiterrorista se han producido cuando el gobierno aplicó la que nunca habría debido abandonar. La falacia causal de que los éxitos de ahora vienen de aquello no se sostiene. Si fuera cierto, abordarían gallardamente otro proceso de paz, a negociar, a negociar, hasta enterrarlos en el mar.
No parece que la llamada al bar supusiera para ETA una ventaja inapreciable. Es el hecho en sí, es que la policía entre al garito del crimen gritando: “¡agua, agua, que viene la madera!” Es la imagen de una corrupción policial, no por dinero, sino por los intereses políticos del mando. Aquel día visitaba el bar Faisán el fallecido dirigente del PNV Gorka Agirre, imputado por Marlaska en la trama del cobro de la protección. Aquel día iba a recibir Zapatero en La Moncloa al presidente del PNV, Josu Jon Imaz y lo que menos convenía era la detención de un miembro de su Ejecutiva.
Está la comisión rogatoria de la juez Levert y esos famosos nueve folios secretos. Se dice que vienen los teléfonos de seguridad para etarras en apuros, tal vez las actas de las conversaciones a las que Eguiguren acudía con los pantalones arrugados. Todo hace pensar que en estas charlas habrá mucho más picante que en la de Suiza.
Gorka Agirre, muñidor junto a Egibar del pacto PNV-EA-ETA, previo a la tregua de Lizarra, en el verano de 1998, tuvo un disgusto con la Justicia seis años después. No fue por aquel miserable acuerdo en el que dos partidos considerados democráticos pactaron con una banda terrorista la exclusión política de sus adversarios, (PP y PSE) sino porque Marlaska lo imputó en la trama que recaudaba el impuesto revolucionario. Los nervios de Rubalcaba también llegan años después de aquello. A veces, la justicia recorre caminos insospechados y se presenta de improviso, con una tregua de retraso.
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