17 junio 2009

El curricán nacional

Santiago González

Desengañémonos. España puede acreditarse por el nivel de sus deportistas, ahora que Pau Gasol ha sumado su éxito a los de Nadal, Alonso, las selecciones de baloncesto y fútbol y tantos otros que desmienten el infundio sobre la mala gestión de Zapatero. Se autonombra ministro de Deportes y, como diría él mismo, plaf, Gasol se hace con el anillo de la NBA.

El mundo de los detectives privados y los espías, sin embargo, nunca se nos ha mostrado propicio. Los primeros eran minusvalorados hasta hace bien poco por los policías de verdad, que les llamaban ‘huelebraguetas’, porque el objeto de su negocio era mayormente el rastreo de cuernos y olfateo de alcobas para trotes esporádicos. ¿Qué decir de los espías y agentes secretos? Entre la historia, el cine y la leyenda, ahí están Mata Hari, James Bond y los espías que los soviéticos reclutaban entre la flor y nata de Cambridge: Guy Burgess, Anthony Blunt y, por encima de todos, Kim Philby. No es extraño que profesionales tan acreditados inspirasen a John Le Carré el extraordinario personaje de George Smiley.

Nuestros espías en la ficción eran de tebeo, dicho sea en sentido estricto: Anacleto y Mortadelo. Ya me dirán ustedes. Ayer contaba este periódico que el director del Centro Nacional de Inteligencia se fue a pescar a Senegal con varios agentes de la casa y se enseñaban las fotos. No era una fiesta de Berlusconi, quede claro: ni una teta, ni un pene erecto. Ni siquiera se habían tomado la molestia de pixelar el marlín, aunque sí de alterar la foto. La cabeza de Alberto Sáiz había sido sustituida en la foto por la de un sargento de la guardia civil que tenía a su izquierda. En la foto quedaron dos tipos idénticos, con la mirada en un ángulo igual respecto a la cámara, una cosa a medio camino entre ‘Los gemelos se van al marlin’ y la armonía de la natación sincronizada.

El espectáculo queda bonito, pero da un poco de cante. A Saiz le ha pasado con el curricán lo mismo que a Garzón y Bermejo con la escopeta. Es verdad que hay una inclinación al exhibicionismo que es natural en el pescador. El hábito corporativo de exagerar sus hazañas y el tamaño de las piezas les lleva a combatir el escepticismo de la audiencia mediante pruebas fotográficas. Esto es bastante inadecuado para la profesión de espía que presupone la búsqueda de la alteridad, esa vocación de convertirse en otro. Es que un espía en activo haciéndose fotos es como una afgana en un posado sin quitarse el burka. Queda raro.

De ahí que nuestro M haya preferido posar con la cabeza de un guardia, además del cuerpo del pez-espada. Se le comparará con Franco si fundamento alguno. El dictador iba al atún. Lo de Saiz es una afición más hemingwayana y más estética. Uno nunca ha visto un atún disecado adornando las paredes de ningún club náutico o sociedad de pescadores.

Parece que también ha buscado algunas sinergias en una reforma de su casa. Unas obras en casa y una cacería de gorra cortaron la carrera de Bermejo, al igual que unos trajes tienen la de Camps en entredicho. Es de suponer que Saiz no tendrá problemas de facturas, pero la chapuza de esa foto no es un buen presagio.

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