El peso de la responsabilidad
Santiago González
"Siempre que hay elecciones siento responsabilidad y claro que me juego algo. Me siento responsable y sé que los factores de la política interna cuentan", había dicho Zapatero el último día de la campaña. Podría interpretarse que no ha cumplido su palabra, ni ha asumido responsabilidad alguna a juzgar por su falta de explicaciones desde la noche de autos.
Sería un juicio precipitado. Sus palabras están hechas de materia elástica y moldeable como la plastilina de los niños. Esto explica su ingeniosa réplica al inmortal Cebrián en la sede de la Real Academia en noviembre de 2007: “prefiero jugar con las palabras a golpear con ellas”. Zapatero ha mantenido una coherencia ejemplar en el asunto desde que en junio de 2005 estableció que “las palabras han de estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras”.
Por eso sorprende el silencio, su negativa a valorar qué ‘factores de la política interna’ le han llevado a perder dos comicios en tres meses. Podría salir del paso diciendo: “claro que me he jugado algo en estas elecciones: la amistad de Juan Fernando. Y la he perdido”.
Es cuestión de carácter. Nada soporta tan mal el líder como el desamor de su pueblo. Eso le llevó el domingo a salir de Ferraz por el garaje, con la cabeza gacha y protegido por los cristales tintados del coche. No era la primera vez. Recuerden cuando los féretros de soldados españoles muertos en lo que llamamos ‘misiones de paz’, que son las misiones de guerra cuando las hacemos los buenos, eran traídos de madrugada, quizá para eludir las protestas del populacho. Cuando en julio de 2005, volvió del interpuesto viaje a China y visitó el incendio de Guadalajara, realizó un encuentro sólo con los alcaldes socialistas de la zona. Sin público. Algo parecido ocurrió un año más tarde, en los incendios de Galicia: fue a “asumir responsabilidades”, sobrevoló la zona del desastre, tomó tierra (quemada) en Pontecaldelas, donde se encontró ante las cámaras con el entonces presidente Touriño, dio una rueda de prensa en el aeropuerto de Lavacolla y volvió a sus vacaciones en La Mareta. Cinco días tardó en visitar la T-4 desde el atentado, y lo hizo acompañado por el candidato de su partido a la Alcaldía de Madrid, a los efectos un particular.
Ha vuelto a pasar. Su error es que el silencio y la foto del coche aumentan el efecto del fracaso, al contrario del júbilo emergente en las fotos y declaraciones del principal partido de la oposición. Esto no le garantiza a Rajoy la victoria en 2012, pero la hace menos inverosímil que hace tres meses. Y tiene razón para estar contento. Nunca había alcanzado su partido un porcentaje tan alto de votos en unas europeas. Con Aznar, en el 94, sacó 2,13 puntos menos. Ésta es la primera vez que el PP supera en votos y porcentaje a la suma del PSOE e Izquierda Unida-ICV. Por dos centésimas, pero nunca había pasado antes.
Por eso llama la atención que una parte del PP sufra el síndrome de Polly, personaje secundario de ‘Manhattan’: después de haber terminado el psicoanálisis, “yo, bueno, tuve finalmente mi primer orgasmo, pero mi médico me dijo que no era el adecuado”.
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