26 abril 2010

Antifranquismos tardíos

Santiago González

El franquismo contra el que se manifestaron el sábado miles de personas en 21 capitales, era un centenar de tipos que cantaron brazo en alto el ‘Cara al Sol’ en Madrid. Los falangistas a los que el PP jalea y da oxígeno, según Pepe Blanco. Como era de esperar, las manifestaciones se han resuelto en bronca entre el PSOE y el PP. Normal. Al fin y al cabo, para eso habían sido convocadas. Sí fue sorprendente que muchos asistentes a lo de Madrid confesaran que era la primera manifestación de su vida a la prensa amiga: “Jamás habían protestado por nada, explicaban ayer ancianos de 80 años”.

Veamos. Un anciano de 80 años tenía 45 en el momento de morir Franco, un hombre pleno, vaya. ¿Es posible que no hubiera asistido a una sola manifestación ni antes ni después de aquel 20-N? Para explicar esta rareza se enuncia con impudor extremo que la transición no fue tal, que seguimos viviendo en el franquismo, que lo relacionado con la dictadura era un tabú, el miedo no permitía saber y que a Garzón lo persiguen por investigar el franquismo.

Nada de esto es cierto. Juan Pablo Fusi estimaba en 2005 que en los 30 años transcurridos desde la muerte de Franco se habían publicado en España 19.000 libros sobre la guerra y la dictadura. Otro dato sobre el resarcimiento de las víctimas. El Gobierno de Zapatero hizo público un informe en 2006, según el cual, el monto total de las indemnizaciones a las víctimas del franquismo era hasta la fecha de 16.000 millones de euros, más de dos billones seiscientos mil millones de las antiguas pesetas.

Es verdad que contra Franco nos manifestábamos peor, como ha parafraseado con fortuna mi amigo Luigi, pero desde que murió fue el no parar, incluso para los antifranquistas más prudentes. Nos manifestábamos contra los crímenes de la extrema derecha, contra los sucesos de Vitoria, por la amnistía, contra las centrales nucleares, por la Autonomía, contra los crímenes de ETA, contra el golpe del 23-F y así sucesivamente.

El que no la ha corrido de joven, la corre de mayor, se dice, pero tal vez sea que estamos ante un antifranquismo alternativo y sosegado, que supo contener sus impaciencias mientras vivía el objeto de su fobia. Almodóvar, maestro de ceremonias, se había “impuesto como norma no citar a Franco” en sus primeros filmes (1980). Le parecía que “la mayor de las venganzas era negar su existencia”.

Puede decirse que la mayor parte de los españoles fue de la escuela de Almodóvar. Castigaron al dictador con su indiferencia, dedicándose a sus cosas: no vamos a hacerle caso, que se joda. Junto a él, Almudena Grandes, que hace tres años aceptaba lo sustancial de la tragedia, aunque soñaba con invertir los papeles: “fusilaría cada mañana dos o tres voces que me sacan de quicio” (Sevilla, 26 de marzo de 2007). Si la manifestación hubiera sido contra Franco habría sido inocua. En realidad era contra lo único que habíamos sabido resolver con cierta decencia los españoles: el pacto de la transición y la amnistía. Nos han durado 35 años. No está mal, pero a los pueblos como el nuestro les coge la pulsión suicida aproximadamente cada veinte años y ya llevamos quince de regalo.

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