07 mayo 2008

Un hombre marcado

Santiago González

Antes, incluso, de que Zaplana distrajese al personal del acto que aquella mañana iba a protagonizar el presidente nacional de su partido en el Congreso, estaba escrito en esta página: tampoco va a ser en 2.012. Acebes ha repetido la operación una semana más tarde en el Senado, al anunciar su decisión de no continuar en la secretaría general a partir del congreso de junio, aunque fuera requerido para ello, que no parece ser el caso.

Era una víctima cantada de la renovación. Pese a el afecto generalizado de la militancia, pese a que lo adornan todos los tópicos coloquiales con los que se habla de gente fiable, (el yerno ideal para cualquier suegra, un hombre a quien se le puede comprar un coche usado, una persona que puede custodiarte la chaqueta, etc.) estaba condenado desde aquel 11 de marzo que cambió nuestra historia reciente. Él fue el pagano del gran error de Aznar tras los atentados: no convocar al jefe de la oposición y compartir la estrategia para afrontar la crisis aquella mañana del jueves en la que todos los españoles, incluyendo en la categoría al lehendakari Ibarretxe, estaban convencidos de que el atentado era obra de ETA. Estaba obligado a ello por el Pacto Antiterrorista, que por aquel entonces estaba plenamente vigente, aunque fuera sometido a discretos magreos por debajo de la mesa.

No lo hizo y es una suposición razonable pensar que hubo en tal actitud un cálculo electoral. El mismo que a buen seguro se hacían los dirigentes de la oposición, lo que preguntarían los más descarados de entre los periodistas a los líderes de uno y otro partido: “Y esto, ¿a quién cree usted que beneficia?” Lo que pasa es que la iniciativa correspondía al Gobierno y éste, al equivocarse, quedó clamorosamente en evidencia.

Aquella tarde y el día siguiente quedó sellado el destino de Ángel Acebes con un sintagma que ha hecho fortuna: “la mentira del PP”. ¿Mintió Acebes para ocultar a los españoles la autoría islamista de la masacre? Una vez superado el elemental criterio clasificatorio: la derecha siempre miente; la izquierda siempre dice la verdad, sería difícil en términos subjetivos responder con un “sí” categórico a la pregunta. Haberlo sostenido con éxito a lo largo de una legislatura caracterizada por el ‘bullshit’ es una virguería en el arte de la comunicación.

Acebes fue aquellos días un ministro del Interior, un hombre, desarbolado por el pánico ante los ojos espantados de millones de españoles. Y lo fue una comparecencia tras otra, en las que iba comunicando urbi et orbi los descubrimientos policiales en tiempo real, a medida que llegaban a su conocimiento, tratando de agarrarlos por el asa que menos le quemaba.

Acebes y Zaplana estaban sentenciados porque la percepción de la opinión pública sobre estos dos dirigentes así lo había establecido. Es triste, pero es así la vida. Una vez que Rajoy explicó su intención de renovar el partido, se vio metido en un juego cuyas reglas no las dictaba él. Por más que la baja de la semana haya sido un eficaz secretario general que ha mantenido unido al PP según la máxima ignaciana, ninguna renovación sería creíble sin su sacrificio, sumado al de Zaplana. El asunto ahora es que para otorgarle el ISO 9002 a la calidad en la renovación, la Aenor (Asociación española de normalización y certificación) gubernamental va a exigirle, le está exigiendo ya a Mariano Rajoy, un sacrificio más en aras de una renovación irreprochable: el suyo propio. Algo tendría que hacer. El mes y medio que falta hasta el congreso es mucho tiempo para resistir esa presión en la posición de don Tancredo.

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