22 septiembre 2008

Un eterno retorno

Santiago González

Habría que remontarse años atrás para encontrar otra noche como ésta, en la que ETA hubiera colocado casi 200 kilos de explosivos repartidos entre dos coches-bomba: uno en la nueva sede vitoriana de la Caja Vital y otro frente al cuartel de la Ertzaintza en Ondarroa. LA manera de actuar frente al cuartel y la ausencia de llamada de aviso avalan la explicación dada por el consejero de Interior del Gobierno vasco, que la bomba estaba puesta para causar una masacre. Se habría producido si los agentes hubieran respondido a la provocación de los cócteles molotov en vez de seguir rigurosamente el protocolo y salir por la parte trasera del cuartel. Era más difícil que causara víctimas la bomba contra la Caja Vital. Se trataba, en todo caso de dos atentados con destinatarios simbólicos: el PSE, que gestiona la entidad financiera y el PNV, que gobierna la Policía Autonómica.
Es un vicio periodístico tratar de hallar, detrás de un atentado, cuál es la razón del mismo, la causa que ha llevado a un comando etarra a montar un coche-bomba.

Tarea inútil. Sea para vengarse por la ilegalización de las siglas de la izquierda abertzale, sea para obligar a los poderes del Estado a sentarse en la mesa de la negociación, a nadie que esté decidido a poner una bomba de 100 kilos deben de faltarle pretextos, que a él le parecerán extraordinarias razones para actuar.
Ondarroa es una localidad vizcaína de 10.000 habitantes situada a unos 60 kilómetros de Bilbao, en la frontera con Guipúzcoa. Fue uno de los municipios en los que se anularon las listas de ANV para las municipales de 2007. No hubo campaña electoral, nadie se atrevió a acercarse al pueblo a dar un mitin. Los votos nulos, opción elegida por la marca de Batasuna para poder contabilizar sus apoyos, fueron 2.195; el PNV obtuvo 1.720. Los partidos que alcanzaron representación fueron: PNV, EA, EB y PP. Sólo el concejal del PP, Germán López Bravo se atrevió a hacerse cargo de su acta y hubo que nombrar una gestora presidida por un afiliado al PNV.

El lehendakari Ibarretxe tiene hoy una agenda muy apretada. Presenta en Irún la primera unidad del futuro tranvía de Vitoria, fabricado por CAF y presidirá la inauguración del curso académico en la Universidad de Deusto. Es asombroso que ayer no tuviera tiempo para expresarse tras un atentado contra el cuerpo de seguridad cuya jefatura suprema ostenta él mismo.

Es una buena ocasión para que se replantee el mantra que ha venido repitiendo durante los últimos años, que sus planes y sus consultas son caminos hacia la paz. Es también una oportunidad para que el Gobierno central se replantee si la violencia va a determinar la ruptura del mundo abertzale con ETA o, muy al contrario, es precisamente la sangre la especie bajo la que comulgan los fieles en esta misa negra. ETA está más débil, es cierto, pero se ha recompuesto, tiene capacidad para hacer daño y vuelve a los atentados con el mismo propósito de siempre: acumular fuerzas para obligar al Estado a sentarse en la mesa de negociación. Un día, algún Gobierno o el partido de la oposición enviará a un Eguiguren a charlar con un Arnaldo, etcétera. Algún precedente hay.

De momento, tenemos un asunto más concreto para reflexionar: ¿Qué efectos va a tener el coche bomba de la madrugada del domingo sobre una población y su gestora atenazadas por el miedo?¿Puede decirse que ETA está derrotada en Ondarroa, un pueblo en el que la indignación de los vecinos solo se expresa con sordina, donde no se puede levantar la voz ni para quejarse?

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