Viento de otoño
Santiago González
El acto convocado ayer por el PP en el Museo Marítimo de Bilbao era un anuncio inequívoco de que el otoño ya está aquí. En un paisaje erizado de grúas inactivas y recuerdos simbólicos de un pasado esplendor portuario, Rajoy se apareció a los suyos como un arcángel del nuevo tiempo electoral para poner punto final a la crisis, que no ‘punto y final’, como tan a menudo se escribe en los periódicos. L a imagen de la división interna había venido acompañando a los populares vascos y a todo el PP desde que María San Gil plantó al presidente nacional de su partido, abriendo una crisis que hace sólo tres meses tenía imprevisibles consecuencias.
Dos fueron los aspectos más destacables del acto, ambos complementarios: hemos superado la crisis de junio y estamos preparados para lo que venga. Si éste era el objetivo, se cumplió con holgura, a pesar del mal fario de los prolegómenos: Rajoy llegó tarde porque el avión que lo traía se desvió a Foronda por los fuertes vientos que hicieron desaconsejable el aterrizaje en Loiu.
La puesta en escena y el desarrollo del acto estaban pensados para producir la impresión de que el verano le ha sentado bien a la derecha. El meollo del asunto era un acto partidario que las formaciones no nacionalistas solían celebrar en ambiente más bien recoleto en Euskadi. Se trataba de la entrega de carnés a 107 nuevos afiliados al partido de los populares vascos. ¿Hay 107 nuevos afiliados al PP?, cabe plantearse aquí, con parecido escepticismo al que llevaba a Jardiel Poncela a preguntarse: “Pero, ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?”
Pues los hay, aunque una parte importante de ellos ya venían desarrollando actividad política en el ámbito de este partido. No estuvieron todos. Los estudios y los exámenes, se comentó. Los últimos días de vacaciones para otros. El hecho de que los afiliados tienen menos disciplina partidaria que los militantes, figura que se corresponde más con los viejos tiempos y con los partidos de izquierda. Pero era lo de menos. Había algo de heroico en aquellas tres docenas de jóvenes catecúmenos en trance de bautizarse mediante la entrega de un carné. Aparecer en un lugar público de esta comunidad autónoma proclamando a los cuatro vientos la pertenencia a las juventudes del PP es menos gratificante y tiene algo más de riesgo que ser de EGI y presumir de ello en el Alderdi Eguna, pongamos por caso. Estos son de los pocos momentos en que el pesimismo antropológico da un poco de cuartel. Porque pertenecer al PP en el País Vasco no es lo mismo que en Madrid o Valencia, como sabe todo el mundo. Algo parecido podría decirse de militar en el PSE, si no fuera porque, en contra de lo que dijo el hoy presidente del Senado en la campaña electoral de 2001, (“en los campos nazis no se preguntaba a los judíos si eran de derechas o de izquierdas”) hoy, en Euskadi, en una situación mucho menos dramática que, no ya la Alemania nazi, sino la Euskadi de 2001, hay judíos que descalifican a otros porque son de derechas.
107 nuevos afiliados, luego crecemos. Los neófitos compusieron uno de esos fondos juveniles y guapos que disponen los regidores de televisión para configurar un paisaje amable detrás de los presentadores del talk show, quizá con alguna influencia estética de las cabeceras de honor de los congresos del PCUS, dicho sea sin ánimo de señalar ni de establecer la menor relación entre partidos de orientación doctrinal tan escasamente compartida.
En el Museo Marítimo estuvo todo el mundo que tenía algo que ver y algún interés en el asunto, independientemente de afinidades o incompatibilidades internas: los oficiales, los críticos y los mediopensionistas. No había masa crítica para escribir un romancero de ausencias. La única destacable era la de Jaime Mayor Oreja, que, a estas alturas, no era significativa: todo el mundo da por supuesto que ocupará la cabeza de lista en las próximas elecciones europeas y ese dato hace tan improbable la disidencia como el voto que se van a cambiar los socialistas con el PNV convierte en papel mojado la oposición de Patxi López a Ibarretxe.
Basagoiti y Rajoy se repartieron los papeles y los adversarios a criticar por ámbitos de actuación: el primero se centró en Ibarretxe y su cada vez más improbable consulta, mientras Rajoy se aplicó a Zapatero y sus vistosos escamoteos de la crisis. El líder de la oposición gasta una seriedad como de registrador de la propiedad o quizá de notario, pero se le veía optimista y casi contento. En algún momento, pareció que sonreía.
Dos fueron los aspectos más destacables del acto, ambos complementarios: hemos superado la crisis de junio y estamos preparados para lo que venga. Si éste era el objetivo, se cumplió con holgura, a pesar del mal fario de los prolegómenos: Rajoy llegó tarde porque el avión que lo traía se desvió a Foronda por los fuertes vientos que hicieron desaconsejable el aterrizaje en Loiu.
La puesta en escena y el desarrollo del acto estaban pensados para producir la impresión de que el verano le ha sentado bien a la derecha. El meollo del asunto era un acto partidario que las formaciones no nacionalistas solían celebrar en ambiente más bien recoleto en Euskadi. Se trataba de la entrega de carnés a 107 nuevos afiliados al partido de los populares vascos. ¿Hay 107 nuevos afiliados al PP?, cabe plantearse aquí, con parecido escepticismo al que llevaba a Jardiel Poncela a preguntarse: “Pero, ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?”
Pues los hay, aunque una parte importante de ellos ya venían desarrollando actividad política en el ámbito de este partido. No estuvieron todos. Los estudios y los exámenes, se comentó. Los últimos días de vacaciones para otros. El hecho de que los afiliados tienen menos disciplina partidaria que los militantes, figura que se corresponde más con los viejos tiempos y con los partidos de izquierda. Pero era lo de menos. Había algo de heroico en aquellas tres docenas de jóvenes catecúmenos en trance de bautizarse mediante la entrega de un carné. Aparecer en un lugar público de esta comunidad autónoma proclamando a los cuatro vientos la pertenencia a las juventudes del PP es menos gratificante y tiene algo más de riesgo que ser de EGI y presumir de ello en el Alderdi Eguna, pongamos por caso. Estos son de los pocos momentos en que el pesimismo antropológico da un poco de cuartel. Porque pertenecer al PP en el País Vasco no es lo mismo que en Madrid o Valencia, como sabe todo el mundo. Algo parecido podría decirse de militar en el PSE, si no fuera porque, en contra de lo que dijo el hoy presidente del Senado en la campaña electoral de 2001, (“en los campos nazis no se preguntaba a los judíos si eran de derechas o de izquierdas”) hoy, en Euskadi, en una situación mucho menos dramática que, no ya la Alemania nazi, sino la Euskadi de 2001, hay judíos que descalifican a otros porque son de derechas.
107 nuevos afiliados, luego crecemos. Los neófitos compusieron uno de esos fondos juveniles y guapos que disponen los regidores de televisión para configurar un paisaje amable detrás de los presentadores del talk show, quizá con alguna influencia estética de las cabeceras de honor de los congresos del PCUS, dicho sea sin ánimo de señalar ni de establecer la menor relación entre partidos de orientación doctrinal tan escasamente compartida.
En el Museo Marítimo estuvo todo el mundo que tenía algo que ver y algún interés en el asunto, independientemente de afinidades o incompatibilidades internas: los oficiales, los críticos y los mediopensionistas. No había masa crítica para escribir un romancero de ausencias. La única destacable era la de Jaime Mayor Oreja, que, a estas alturas, no era significativa: todo el mundo da por supuesto que ocupará la cabeza de lista en las próximas elecciones europeas y ese dato hace tan improbable la disidencia como el voto que se van a cambiar los socialistas con el PNV convierte en papel mojado la oposición de Patxi López a Ibarretxe.
Basagoiti y Rajoy se repartieron los papeles y los adversarios a criticar por ámbitos de actuación: el primero se centró en Ibarretxe y su cada vez más improbable consulta, mientras Rajoy se aplicó a Zapatero y sus vistosos escamoteos de la crisis. El líder de la oposición gasta una seriedad como de registrador de la propiedad o quizá de notario, pero se le veía optimista y casi contento. En algún momento, pareció que sonreía.
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