Jáuregui, la novedad
Santiago González
Sí, soy previsible, reconoció Rajoy en el Congreso a Elena Salgado y aprovechó para destacar como virtud de los gobernantes que sus hechos fueran predecibles para los administrados, al revés de lo que pasa con el presidente del Gobierno. Los dos tenían razón, aunque ninguno de ellos supiera hasta qué punto: Zapatero es imprevisible hasta para sí mismo. El domingo, tras el mitin eufórico de Ponferrada, anunció que pensaba terminar la legislatura cambiando sólo al pregonado ministro de Trabajo.
Tres días después anunciaba la más profunda de las ocho crisis de Gobierno desde el 14 de abril de 2004, fecha de su primera investidura. “Presidente”, le preguntó una periodista profesional, “el domingo, a 400 kilómetros de aquí anunció que sólo pensaba sustituir al ministro de Trabajo. ¿Cuándo cambió de opinión?” El gobernante, impávido, respondió: “el domingo por la tarde”.
Una ocurrencia. Imaginémoslo. Está contento con el acuerdo que le permite salvar los presupuestos. Por la mañana había anunciado continuidad. Por la tarde, se levanta de la siesta y se plantea la pregunta fundamental para el día de la semana: ¿Qué hacer un domingo por la tarde? Una de dos: o retiras las tropas de Irak o una crisis de Gobierno. “Voy a vacilar un poco a los periodistas de esta mañana”, debió de pensar. Y acaba con la idea de la juventud como un valor intrínseco para dar entrada a gente que ya no cumplirá los cincuenta, con algo menos de frescura, quizá, pero con conocimiento, sentido común y un bagaje de experiencias. Está también Pajín, es cierto, pero su hueco en el partido lo va cubrir Marcelino Iglesias, váyase lo uno por lo otro. Note el avisado lector que los Presupuestos que tan contento le tienen son inservibles desde la misma mañana de su aprobación en el Congreso. El Gobierno tiene dos Departamentos menos, se ha creado uno nuevo y las cuentas ya no son las adecuadas. Una enmienda a la totalidad sin tramitar.
La sorpresa mayor es Ramón Jáuregui, un socialista capaz, trabajador, honrado, con dotes para el diálogo y una tendencia innata a buscar soluciones donde vea un problema. Ha sido candidato en todas las crisis, pero Zapatero había desaprovechado todas las ocasiones. Cuando lo sustituyó por Eduardo Madina en el Grupo Socialista para enviarlo a ese cementerio de viudas blancas y líderes descatalogados que es el Parlamento europeo, mostró un punto de crueldad innecesaria. “Ahora sí hemos acertado”, dijo, tras oír el aplauso unánime con que recibió a Madina el Grupo Parlamentario. En realidad había acertado antes, al nombrar a Jáuregui, como demostró la ovación cerrada de todos los diputados de la cámara puestos en pie para despedirlo.
La única vez que Zapatero le encomendó un trabajo específico fue la presidencia de la gestora que desmontó el pacto de 2001 entre Nicolás Redondo y Mayor Oreja. Fue muy eficaz. Es probable que el presidente lo quiera para repetir la operación en el acuerdo de Gobierno de Patxi López con Antonio Basagoiti. Se entiende con los nacionalistas, una ventaja inapreciable para el cargo y la función, le tienen respeto, y, tal como ha dicho el presidente, “se expresa muy bien”.
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