La vida continúa
Santiago González
La casualidad ha querido que el calendario de 2008 sea un calco del de 1997. Ayer, a la hora en que el 12º Congreso del Partido Popular vasco se disponía a celebrar su acto de clausura, se cumplían once años justos del hallazgo del cuerpo exánime de Miguel Ángel Blanco, abandonado por sus secuestradores y asesinos con las manos atadas y dos tiros en la cabeza en las afueras de Lasarte. En aquel caluroso sábado de julio, Bilbao acababa de vivir dos horas antes la manifestación más multitudinaria de su historia para tratar de detener lo irremediable. Por primera vez se rompió la convención de silencio que había sido tan características en las convocatorias de los demócratas vascos y las voces de '¡libertad!' se sucedieron como ecos de sí mismas durante casi tres horas en las calles bilbaínas.
La efemérides fue un broche de unanimidad para un Congreso que ya por la mañana había resuelto las desavenencias planteadas por San Gil y sus tres partidarios al dirigirse a las bases con sendas cartas abiertas en vísperas del Congreso. La integración de los críticos en la nueva dirección quitó mucho hierro al tema, como pudo verse en el compacto comité de bienvenida que, capitaneado por el candidato único, acompañaron a Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz Gallardón y Javier Arenas. Entre ellos, Santiago Abascal e Ignacio Astarloa cuyo pregonado abandono de la vida política va a suponer para el PP –y no sólo en el País Vasco- la pérdida de un dirigente cualificado.
Las palabras de Marimar Blanco constituyeron un elemento de consenso en el obligado homenaje a la memoria de su hermano, al recordar aquella "marea humana" que por un par de horas la unió a la inmensa mayoría en la esperanza, vana, de que los terroristas no se atrevieran a desoír aquel clamor.
El nuevo presidente abordó en sus dos discursos los dos asuntos candentes de las jornadas precongresuales. Mensaje de consumo interno por la mañana con insistentes apelaciones a la unidad y a la vigencia de los principios y, por la tarde, discurso crítico contra la conjura de Ibarretxe consigo mismo para no cumplir la Ley y contra la indefinición de los socialistas. Ambas fueron las mismas pautas que había seguido el discurso de María San Gil cuatro años antes.
Si a Basagoiti le hubiesen dicho hace dos meses que a mediodía de ayer iba a ser elegido presidente de los populares vascos con el 82,3% de los votos, probablemente no lo habría creído. Más del 90% para un candidato solitario es lo que técnicamente se podría considerar un congreso búlgaro. María San Gil obtuvo el 88% en el Congreso anterior, celebrado a comienzos de noviembre de 2004, siete puntos menos de los que había obtenido su antecesor cuatro años antes. Sobre aquel Congreso pesó la negativa del aparato a admitir la candidatura de la malograda Loyola de Palacio, que se había postulado para sustituir a Carlos Iturgaiz.
Es un resultado perfectamente compatible con el ejercicio de la autoridad y es de suponer que las tensiones vividas hasta este fin de semana se vayan diluyendo a partir del lunes. Para los populares vascos, el partido no representa lo mismo que para los valencianos o los madrileños. La intemperie en Euskadi, podríamos decir parafraseando a Neruda, es más aguda y desapacible que otras intemperies. Las catacumbas intensifican los lazos afectivos entre los afiliados y el partido se convierte en una prolongación de la familia. La presidenta ausente fue recordada por todos, citada correcta y protocolariamente por Rajoy y aplaudida con ganas por las bases. La crisis parece ya cerrada.
La efemérides fue un broche de unanimidad para un Congreso que ya por la mañana había resuelto las desavenencias planteadas por San Gil y sus tres partidarios al dirigirse a las bases con sendas cartas abiertas en vísperas del Congreso. La integración de los críticos en la nueva dirección quitó mucho hierro al tema, como pudo verse en el compacto comité de bienvenida que, capitaneado por el candidato único, acompañaron a Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz Gallardón y Javier Arenas. Entre ellos, Santiago Abascal e Ignacio Astarloa cuyo pregonado abandono de la vida política va a suponer para el PP –y no sólo en el País Vasco- la pérdida de un dirigente cualificado.
Las palabras de Marimar Blanco constituyeron un elemento de consenso en el obligado homenaje a la memoria de su hermano, al recordar aquella "marea humana" que por un par de horas la unió a la inmensa mayoría en la esperanza, vana, de que los terroristas no se atrevieran a desoír aquel clamor.
El nuevo presidente abordó en sus dos discursos los dos asuntos candentes de las jornadas precongresuales. Mensaje de consumo interno por la mañana con insistentes apelaciones a la unidad y a la vigencia de los principios y, por la tarde, discurso crítico contra la conjura de Ibarretxe consigo mismo para no cumplir la Ley y contra la indefinición de los socialistas. Ambas fueron las mismas pautas que había seguido el discurso de María San Gil cuatro años antes.
Si a Basagoiti le hubiesen dicho hace dos meses que a mediodía de ayer iba a ser elegido presidente de los populares vascos con el 82,3% de los votos, probablemente no lo habría creído. Más del 90% para un candidato solitario es lo que técnicamente se podría considerar un congreso búlgaro. María San Gil obtuvo el 88% en el Congreso anterior, celebrado a comienzos de noviembre de 2004, siete puntos menos de los que había obtenido su antecesor cuatro años antes. Sobre aquel Congreso pesó la negativa del aparato a admitir la candidatura de la malograda Loyola de Palacio, que se había postulado para sustituir a Carlos Iturgaiz.
Es un resultado perfectamente compatible con el ejercicio de la autoridad y es de suponer que las tensiones vividas hasta este fin de semana se vayan diluyendo a partir del lunes. Para los populares vascos, el partido no representa lo mismo que para los valencianos o los madrileños. La intemperie en Euskadi, podríamos decir parafraseando a Neruda, es más aguda y desapacible que otras intemperies. Las catacumbas intensifican los lazos afectivos entre los afiliados y el partido se convierte en una prolongación de la familia. La presidenta ausente fue recordada por todos, citada correcta y protocolariamente por Rajoy y aplaudida con ganas por las bases. La crisis parece ya cerrada.
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