26 julio 2008


Planes descartados

Santiago González

La detención de Arkaitz Goikoetxea se está revelando fructífera en hallazgos policiales. Lo último, la caída en Francia de Olga Gómez y Asier Eceiza. Lo penúltimo, tres zulos con 155 kilos de explosivos, planes para un gran un atentado mediante coche-bomba en Neguri el próximo día 31 y otras dos posibilidades descartadas: el asesinato del juez Fernando Grande-Marlaska y el secuestro del concejal socialista de Eibar, Benjamín Atutxa, con el que habían pensado repetir la pasión y muerte de Miguel Ángel Blanco hace once años.

¿Cabe imaginar un nuevo caso Ermua once años después? El secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco Garrido suscitaron una reacción social contra el terrorismo que fue conocida como ‘el espíritu de Ermua’. Durante sus 40 años de carrera criminal, desde el guardia civil José Pardines hasta el del exconcejal Isaías Carrasco, nunca se había conocido nada igual. Entre las casi 900 víctimas de ETA ha habido niños, mujeres embarazadas y ancianos, a lo largo de estos últimos 40 años, sin que se registrara una inflamación indignada de civismo semejante. Ni siquiera parecida.

Tal vez el crimen perpetrado en Miguel Ángel Blanco removió en el inconsciente colectivo un poso religioso por la pasión y muerte de un inocente, retransmitida minuto a minuto por las cadenas de televisión. Coincidencias del calendario, la agonía del joven concejal popular tuvo también su jueves santo y también hubo dos mujeres en la pasión de Ermua.

¿Sería posible que los terroristas se arriesgaran a provocar una reacción social tan formidable como aquella en su contra? En rigor, no fue para tanto, por más que la escritura periodística esté llena de frases tan bienintencionadas como imprecisas: “Ermua marca un antes y un después en la lucha contra el terrorismo”, por ejemplo. Los hitos, es lo que tienen, se agotan en tres días. Hubo momentos emotivos, como el de los ertzainas quitándose el verduguillo frente a los manifestantes, pero políticamente todo quedó zanjado en un par de comunicados de la Mesa de Ajuria Enea, que fueron prontamente olvidados por algunos de los firmantes. Si hubo un antes y un después, los partidos nacionalistas se pusieron enseguida a trabajar para que el ‘después’ tuviera el mayor parecido posible con el ‘antes’.

Descartaron el secuestro de Benjamín Atutxa porque llevaba escolta. ¿Por qué habrían de considerar los terroristas un ‘error’ el asesinato de Miguel Ángel Blanco? Apenas un año después, dos de los tres partidos coligados en el Gobierno vasco (PNV y EA) negociaban con ellos en Francia la ruptura de sus relaciones con su socio de entonces (el PSE) y la marginación política de socialistas y populares. Catorce meses después de aquel asesinato, se firmó el Pacto de Lizarra y ETA concedió una tregua. A los quince meses del crimen, el 25 de octubre de 1998, se celebraron elecciones autonómicas en las que Herri Batasuna obtuvo la mayor representación parlamentaria de su historia, con 14 escaños en la cámara de Vitoria-Gasteiz.

Ezcaray es una hermosa localidad riojana, que unos pocos miles de vascos han elegido para su segunda residencia. El juez Grande-Marlaska era uno de ellos. El padre de Maialen Zuazo, la novia de Arkaitz Goikoetxea, detenida junto a él en Bilbao, otro. Allí tienen también vivienda los dos últimos consejeros de Interior del Gobierno vasco, Juan María Atutxa y Javier Balza. Allí acudía en ocasiones la expresidenta de los populares vascos, María San Gil.

Que el juez Marlaska sea un objetivo de ETA no es noticia en sí. Gajes del oficio, ha comentado sobriamente el magistrado de La Audiencia Nacional. Lo curioso es que, muy probablemente en este caso fue la oportunidad lo que determinó el plan. La casualidad lleva a conocer a un terrorista el dato de que el juez azote de ETA tiene un piso en la misma urbanización que el padre de su novia y ese dato pone en marcha el seguimiento.

Ha pasado más veces. Ernest Lluch fue asesinado el 21 de noviembre de 2000. Lierni Armendariz, miembro del comando que lo mató, era sobrina de Txiki Begiristain, técnico del Barcelona y amigo y vecino de Lluch. Cabe imaginarse algún encuentro casual, alguna conversación en la comida de los domingos, en la que la sobrina pregunta distraídamente al tío por su amigo socialista.

Una de las particularidades sociales del problema vasco es que la escasez de población ha llevado a que víctimas y verdugos estén juntos y revuelos, a veces en la misma familia. Las colonias de vascos en el exterior no tienen porque escaparse a esta generalidad. El terrorismo de ETA fuera de Euskadi es la continuación de la misma murga, por los mismos protagonistas, contra las mismas víctimas y con los mismos medios en otros lugares. Con permiso de Von Clausewitz, naturalmente.



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