12 julio 2008



Romancero de ausencias

Santiago González

Aunque los populares vascos siguieron el orden canónico en el desarrollo de su congreso, a saber: discursos inaugurales, discusión de las enmiendas a la ponencia y elección sin sorpresas del nuevo presidente, no parece que entre los 400 compromisarios presentes en el Palacio Euskalduna ni entre los periodistas allí destacados hubiese un interés extraordinario en el debate sobre la ponencia. Vale decir que todo resultaba algo desconcertante, empezando por los horarios. Es ya una convención perfectamente asumida que todo congreso partidario ha de durar como mínimo, dos telediarios: uno para dar cuenta de la inauguración, con repetición en los de la noche y otro para la clausura más o menos apoteósica.

El 12º Congreso de los populares vascos fue un cancionero de presencias y un romancero de ausencias y entre éstas hubo algunas notables. Faltaron María San Gil, que aún es formalmente presidenta de los populares constituidos en congreso y Jaime Mayor Oreja, todavía presidente de honor del PP.

La ausencia de este último es muy notable, si tenemos en cuenta que no ha presentado hasta el momento su renuncia a seguir presidiendo el partido con carácter honorífico. No parece que sea muy compatible la técnica de la espantada con el mantenimiento de la dignidad del cargo. La ausencia de María es más coherente, examinada desde este punto de vista, aunque forma parte de una actuación que en todo este asunto resulta bastante incomprensible, políticamente hablando.

Nada que decir sobre su intuición; los hechos suelen ser más fiables que los pálpitos, pero aceptemos que los caminos de la epistemología son varios e inescrutables. Tampoco sobre su desconfianza hacia el mando y su sentimiento de humillación en la ya lejana discusión de la ponencia para el congreso nacional. La desconfianza es la base del conocimiento científico y la piedra angular de cualquier construcción democrática. La vida interna en los partidos es a veces hosca y desagradable y es muy probable que a Rajoy le faltara algo de mano izquierda en su relación con la presidenta del PP vasco. Tuviera razón o estuviera asistida sólo de razones, María podría haber optado por uno de los caminos más lógicos: haberle presentado a Rajoy su dimisión irrevocable, instándole a constituir una gestora que se encargara de conducir el partido hasta el congreso que termina hoy o plantear batalla política y defender sus convicciones, su ponencia y su candidatura ante los compromisarios. Había una solución intermedia: que no estuviera dispuesta a formar parte de la dirección en los tiempos que vienen, pero se aviniera a pilotar su propia sucesión.

Esto le habría permitido negociar con su sustituto la secretaría general para alguno de los suyos y cumplir hasta el final con sus obligaciones de presidenta. Ella debió acudir al congreso, tomar la palabra en el acto inaugural, dar cuentas de su gestión y despedirse de los compromisarios. Así lo hizo en Valencia Ángel Acebes, que fue uno de los más aplaudidos por la asistencia. La diferencia es que el exsecretario general del PP conserva su capacidad para criticar a la nueva dirección, mientras María San Gil se ha anulado en gestos que iban cimentando su soledad política, patente ayer en la última fila que ocupaban ayer en el Euskalduna los remitentes solidarios con su causa. No volverá, pese a los buenos deseos expresados ayer por Iturgaiz y Barrio, hermosas muestras de wishful thinking. Y es una lástima, porque presidió con mucha dignidad a su partido en sus horas más difíciles y merecía en su adiós un aplauso generalizado. Dentro y fuera de su partido.


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