Cambio de tercio
Santiago González
Estamos viviendo una semana acotada entre dos martes históricos: el pasado, en el que Ibarretxe se despidió de la afición demostrando que no siempre es propio de la condición humana aprender de los errores, y el próximo, en el que, salvo imprevistos será investido el primer lehendakari no nacionalista en la historia de Euskadi.
Hubo un precedente fallido el 13 de mayo de 2001. Y en la etapa preautonómica fue también una jornada histórica aquel 17 de febrero de 1978 en el que Ramón Rubial fue elegido presidente del Consejo General Vasco gracias al decisivo e incierto voto del diputado de UCD Juan Echanove Tuero, que después de ocho empates y otras tantas vacilaciones, acabó votando al candidato socialista.
Aquel día, los socialistas vascos tuvieron la ocasión de sentirse tratados como intrusos. Otro tanto ocurrió el 14 de julio de 2001, durante la segunda jura de Juan José Ibarretxe como lehendakari en la Casa de Juntas de Guernica, mientras los simpatizantes del PNV insultaban a los parlamentarios del PP y el PSE por haberse atrevido a discutir al partido-guía los derechos de primogenitura. El pueblo elegido se constituía en turba con el mismo lenguaje e idénticas actitudes que sus cargos tenían que sufrir de las huestes de Herri Batasuna en juras anteriores o en la Salve donostiarra.
El senador nacionalista Iñaki Anasagasti anotaba en su blog los efectos de la resaca electoral el 6 de marzo pasado “ETA no ha desaparecido y volverá a matar si Patxi López es elegido lehendakari en vez del legítimo Ibarretxe". La propia ETA anunciaba el 11 de abril que el próximo Gobierno de Patxi López pasaba a ser “objetivo prioritario” de sus acciones terroristas.
Esta fue una de esas ocasiones en que el discurso nacionalista no es más que un relato sentimental, sin relación alguna con los hechos, aunque a ETA le sirve como coartada. Repasemos el estado de la cuestión en torno a las elecciones del 13-M de 2001, en las que Juan Josué Ibarretxe heredó la vara de mando del anciano y cansado Moisés en las alturas del monte Nebot.
El 6 de mayo, en plena campaña electoral, ETA asesinó al presidente del PP en Aragón, Manuel Giménez Abad en presencia de su hijo. Once días después del rotundo triunfo de Ibarretxe, el 24 de mayo asesinó al director financiero de ‘El Diario Vasco’, Santiago Oleaga. El 28 de junio hizo explotar una bomba en la calle López de Hoyos de Madrid, causando graves heridas al general Justo Oreja, que falleció un mes más tarde de resultas de las mismas. El 10 de julio, mató con un coche bomba al policía nacional Luis Ortiz de la Rosa en el barrio madrileño de Aluche.
El 14 de julio, aniversario de la toma de La Bastilla, el lehendakari legítimo a los ojos de ETA, según Anasagasti, juró su cargo en la Casa de Juntas de Guernica. El acto fue acompañado por los incidentes menores ya descritos. ETA expresó su beneplácito con dos asesinatos: a las diez de la mañana, una bomba-lapa bajo su furgoneta acabó con la vida del concejal de UPN en Leiza, José Javier Múgica. A las ocho de la tarde, tres pistoleros acribillaron a tiros en Lauburu (Guipúzcoa) al jefe de la Unidad de Inspección de la Ertzaintza, Mikel Uribe.
Así está el tema, mal que le pese a Anasagasti.
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