Un debate maragato
Santiago González
El talento del presidente del Gobierno ya estaba descrito en ‘Primera plana’, una comedia escrita por Ben Hetch y Charles MacArthur hace 81 años, y llevada al cine por Hawks y Wilder (entre otros) con particular fortuna. Walter Burns, director del Chicago Examiner pide a su periodista estrella que lea el gran reportaje que está escribiendo. Cuando empieza a hacerlo, le interrumpe: “Un momento. No mencionas el periódico. ¿Nos perdemos los laureles?”, a lo que Johnson responde: “Eso viene en el segundo párrafo”. “¿Y quién diablos va a leer el segundo párrafo? Llevo quince años enseñándote cómo se escribe un artículo…”
El presidente es leonés y dada la querencia que acostumbra a manifestar por las cosas de su tierra, es muy probable que esté influido por el cocido maragato, una versión del puchero de tres vuelcos que se empieza a ingerir por las carnes, para seguir con los garbanzos y verduras y rematar con la sopa. Una de las leyendas sobre los orígenes de este plato contaba que unos soldados de la guarnición de Astorga, que habían preparado un cocido, decidieron atacar el asunto por sus partes más proteicas, por si acaso los franceses.
Como Burns, el presi sólo cree en el primer párrafo; como buen soldado maragato, acostumbra a centrarse en lo que le interesa. ¿Y qué es lo que le interesa? Ganar las elecciones. Por eso, escupió a Rajoy su mayor desprecio: “Usted es un especialista en perder elecciones”. ¿Qué significa a estas alturas el Debate sobre el Estado de la Nación? Prácticamente nada; es el cuarto párrafo del artículo de Johnson, la sopa de fideo o las natillas del cocido leonés.
Recapitulemos: la semana pasada hizo unas propuestas que nadie se esperaba, pero que no aguantaron vivas hasta el día siguiente. Los franceses siempre adelantan el ataque, pero no tanto como para no dar tiempo a terminar las carnes. Los periódicos decimos que ganó el debate, y al día siguiente el ordenador de los escolares pasa a ser material de promesa renovable, como el que prometió Chaves en las dos últimas elecciones andaluzas. El cambio de modelo económico, orientado hacia I+D+i, se estrella contra el presupuesto del Ministerio de Innovación, que es el que sufre el recorte más drástico. La frágil barca del amor siempre se estrella contra la vida cotidiana, escribió desesperanzado Maiakovski.
Con qué habilidad buscó las cosquillas al PP para obligarle a exigir la reforma del mercado de trabajo y atacarle después por neocón. En esta semana, el grupo socialista acordó esa reforma con CiU, para negarla luego por presiones de IU. Noventa proposiciones para camuflar los restos de naufragio del discurso presidencial, cuánta paja para esconder tan pocas agujas. Los socialistas se aplaudieron por haber ganado casi todas, aunque habría dado igual, porque no eran imperativas. Y sus señorías abandonaron masivamente la cámara, mientras algunas minorías hablaban de los menores inmigrantes, el cine y otras naderías. Olabarría llamaba a Goebbels “ministro franquista” (cuando oigo la palabra ‘cultura’ desenfundo la pistola) ante la indiferencia plácida de los diputados que aún quedaban en el hemiciclo. Y las diputadas, claro. Fin del sexto párrafo. La última cucharada de sopa.
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