12 abril 2008

del País Vasco

Un conflicto íntimo

Santiago González

La presidenta del Parlamento vasco, Izaskun Bilbao, inauguró ayer la escultura de Cristina Iglesias en recuerdo de las víctimas del terrorismo con palabras, sin duda bienintencionadas, pero erróneas: "Ninguno de los crímenes que hoy recordamos y lamentamos se han cometido en nombre de este pueblo". Tomemos la expresión en sí y tengamos en cuenta al mismo tiempo que la presidenta de la cámara vasca es persona que ha mostrado en todo momento un sentido de la dignidad institucional y un respeto hacia las víctimas infrecuentes en el ámbito nacionalista. En el mismo acto había puesto de relieve su empatía, flor escasa en estos pagos: “sois de los nuestros, sois nuestras víctimas”.

Tal vez quiso decir otra cosa, pero lo cierto es que ETA ha cometido todos y cada uno de sus crímenes en nombre de este pueblo. Usurpándolo, ciertamente, de manera ilegítima. Pero para deslegitimar el crimen tenemos un impedimento, un escollo casi insalvable: el concepto del conflicto.

El 22 de junio de 1987 se celebró en Barcelona la más grande manifestación contra el terrorismo conocida hasta la fecha, la mayor que había conocido la ciudad desde la vuelta de Tarradellas. Tres días antes, un Ford Sierra cargado con 25 kilos de amonal y 200 litros de líquido inflamable hacía explosión en el aparcamiento de Hipercor causando 21 víctimas mortales.

En cabeza de la marcha, junto a Jordi Pujol, caminaban el ministro de Cultura y portavoz del Gobierno, Javier Solana y el presidente del Parlamento vasco, el también socialista Jesús Eguiguren, pero no José Antonio Ardanza. Pocos días después, el lehendakari tuvo un almuerzo informal con periodistas y, ante la pregunta de uno de ellos sobre las razones de su ausencia, explicó con naturalidad que asistir, era tanto como reconocer que aquella monstruosidad se había cometido en nombre de Euskadi.

Al igual que la presidenta del Parlamento vasco hoy, el lehendakari Ardanza tenía hace 20 años bastante claros algunos conceptos que su partido se ha encargado de oscurecer posteriormente. En septiembre de aquel mismo año dijo que “de ETA no nos separan sólo los medios; también los fines.” Diez años más tarde, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, Ardanza leyó aquel comunicado de la Mesa de Ajuria Enea: "ETA sigue teniendo cómplices entre nosotros (...) Hoy queremos denunciarlos. Se llaman Herri Batasuna (...) No podremos actuar conjuntamente en la defensa de ninguna causa por legítima que ésta sea en sí misma, con quienes con su palabra de apoyo o su silencio cobarde se han hecho cómplices de tan abominable asesinato."

Después de elaborar aquel documento, que suscribieron todos los partidos, el entonces alcalde de Mondragón, el batasuno Xabier Zubizarreta, fue depuesto mediante una moción de censura, sin más trámites. Casi como ahora.

¿Cómo son posibles semejantes incoherencias? Euskadi es una sociedad de gente satisfecha, a la que cuadra como un guante el apellido ‘Del Bienestar’. Las víctimas del terrorismo son un problema, una incomodidad que nos interpela, sin que hayamos sido capaces de encontrar una respuesta convincente y duradera. A lo largo de muchos años y muchos atentados, mientras ETA asesinaba mayormente a agentes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, era más fácil hacerse el distraído para quien no pertenecía a grupos de riesgo. La víctima viajaba en un furgón que se iba lejos a enterrarla. Tras ella marchaban sus familiares directos, las más de las veces para no volver.

Nuestro pasado está tejido de silencio y cobardía. El homenaje que ayer se tributó a las víctimas, llega un poco tarde, pero, sobre todo, requiere alguna reflexión sobre conceptos como alguno de los expresados más arriba.

El gran conflicto vasco no tiene por antagonistas a Euskadi (desde 1992 Euskal Herria) y a España. Es un conflicto interno, íntimo, familiar. Son nuestras las víctimas y nuestros los asesinos. Ese es el núcleo de la tragedia que se va enseñoreando de Euskadi tanto tiempo. Aquel mismo año, 1987, Pedro Mari Baglietto publicó una autobiografía póstuma y apócrifa de su hermano Ramón, asesinado por un muchacho a quien había salvado la vida veinte años antes. Patxo Unzueta escribió un prólogo magnífico, en el que partía de la historia de los Baglietto, familia a la que también pertenecen una abogada de Batasuna y el mismísimo dirigente etarra Eugenio Etxebeste, ‘Antxon’. Hay más casos análogos. Euskadi es un árbol genealógico cuyas ramas dan indistintamente víctimas y verdugos. Para homenajear debidamente a las primeras, es condición necesaria, no suficiente, adoptarlas como propias. También es preciso considerar a los segundos como ajenos.

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