22 abril 2008


Llegó la crisis

Santiago González

A Rajoy le ha pasado con la política lo mismo que a Zapatero con la economía: que ha visto cómo en un momento la desaceleración se transformaba en crisis. La diferencia, a favor de los socialistas, es que la crisis que gestionan ellos es escote, mientras la crisis política de los populares es personal e intransferible. Da la impresión de que la derecha española, sin un liderazgo enérgico que le aporte una cierta cohesión, se deshilacha por las taifas y los personalismos.

Con el aldabonazo de ayer en Elche, Rajoy ha tratado de afirmar ese liderazgo, aunque el resultado parece escasamente estimulante para su clientela potencial. No por culpa suya solamente, claro. Después de una derrota como la que experimentó el PP el 9 de marzo, lo más lógico habría sido dejarle gestionar el resultado y pactar la renovación del partido de aquí al congreso de Valencia, en vez de convertir este tiempo en una batalla por las primarias, ni siquiera declarada por una de las partes, pero igualmente encarnizada.

Deberían tomar nota de la experiencia del PSOE. Hicieron unas primarias que ganó Borrell y a la vista del éxito, no volvieron a convocarlas. No parece que de este tiempo vaya a salir un proyecto político centrado capaz de ilusionar a esos dos millones de votantes socialistas que quiere atraer Rajoy. Si el Congreso se resuelve bien, puede que el Partido Popular esté en disposición de ganar las elecciones de 2016.

Zapatero ha demostrado su capacidad para gobernar durante una legislatura mediante un pacto de aislamiento al principal partido de la oposición. Lo más notable, es que, después de fracasar en sus proyectos clave, haya vuelto a ganar las elecciones con la estrategia contraria, ofreciendo pactos al PP. Ha conseguido convencer a la opinión pública de que la clave de los fracasos macro no está en la acción del Gobierno, sino en la actitud de la oposición. El éxito en este empeño ha sido tal que los populares han interiorizado la falacia. Como si creyesen que su oposición era un elemento de crispación, se muestran dispuestos a alcanzar acuerdos donde en los cuatro años anteriores no pudieron, dando la razón retrospectivamente a las acusaciones socialistas ante la opinión pública.

En consecuencia y mientras el Gobierno surfea sobre la crisis económica con ministras y cuidados paliativos, los populares han colgado el cartel de ‘las familias no reciben’, al tiempo que han pedido pista y focos para depurar sus responsabilidades. Se han convertido en ruiseñor de sus desdichas y eco de la mala suerte, como diría aproximadamente Miguel Hernández. Mientras, Zapatero forma un Gobierno a su imagen y semejanza cuya tarea fundamental no es tanto la gestión de los problemas como hacer pedagogía, es decir, para que nos vayamos enterando. Le ha faltado en realidad un poco más de audacia revolucionaria, porque en el fondo no puede sustraerse a su condición socialdemócrata: si se hubiera atrevido con un gabinete compuesto exclusivamente por ministras, salvo él mismo, habría blindado la gestión de la acción de gobierno a cualquier crítica, que sería inmediatamente descalificada por machista y sus autores, quizá imputados en alguno de los supuestos que contempla la Ley contra la Violencia de Género.

El PP está en crisis y, en vez de modular como oposición, se va a embarcar en un debate ideológico. Y en un juego político distinto: ya no es verdad universal que la derecha se una por intereses y la izquierda se divida por ideología. Ahora son los de derechas los que parecen trotskistas.

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