Santiago González
El primer acto formal de la nueva legislatura sirvió para demostrar dos cosas. La primera, que el populismo no es premiado siempre, según demuestra el doble record de Bono, el único presidente del Congreso que no ha sido elegido en primera vuelta y el que menos votos ha obtenido en cualquiera de sus dos intentos. Es, también, la prueba de que el diputado Erkoreka patinó al tildarlo de ‘cabestro’, buey no apto para la lidia. Bono tuvo su segunda oportunidad y consiguió triunfar como sobrero de sí mismo tras ser devuelto a los corrales en la primera votación.
La segunda, es que el PSOE no ha aprendido mucho de su relación con los nacionalistas. Los socialistas han cedido dos asientos a CiU y al PNV, sin necesidad de contraprestación equivalente. Por ejemplo, votar la presidencia de Bono.
No parecen haber aprendido nada de experiencias anteriores. El 20 de febrero de 2002, el ministro de Hacienda del PP, Cristóbal Montoro, acordaba con la vicelehendakari del gobierno vasco un Concierto indefinido, que no estuviera sujeto a negociación cada 20 años. En el mismo lote, el último Gobierno de Aznar resolvió la financiación de la Ertzaintza, que en adelante sería sufragada por los impuestos de los españoles, descontándose del Cupo. Apenas tuvo diez días de calma. Las hemerotecas aún guardan la palabra emocionada de Montoro: “La renovación del Concierto es un paso adelante en la lucha contra el terrorismo y supone el anclaje definitivo del País Vasco al modelo constitucional”. Que Santa Lucía le conserve la vista.
Para los nacionalistas no existe el ‘do ut des’ (doy para que des), un deber de reciprocidad por la Secretaría o para agradecer que el PSE lleva tres años aprobándole a Ibarretxe sus presupuestos soberanistas. Ayer mismo, mientras los socialistas les convidaban a asiento en la Mesa del Congreso, a pesar de haber sacado menos votos que Rosa Díez, el PNV hacía fracasar en Mondragón el intento de plantear una moción de censura contra la alcaldesa de ANV que no quiso condenar el asesinato del socialista Isaías Carrasco. También se opuso Aralar, aunque su decisión era irrelevante; los cuatro concejales del PNV y los siete de ANV son la mayoría de los 21 que forman el Consistorio.
Según Joseba Egibar, presidente del PNV en Guipúzcoa, tal medida no serviría “para llegar a escenarios de normalización política”. Su posición fue respaldada por la Ejecutiva del PNV y la portavoz del Gobierno Ibarretxe, que empalmó dos aseveraciones ciertas con una falsedad, al señalar que fue el Gobierno de Zapatero "quien autorizó unas listas de ANV y otras no" y que, "tres meses después, los responsables socialistas hicieron declaraciones en sentido contrario". Esos tres meses no son una metáfora sobre la volubilidad de los socialistas, sino una elipsis indecente sobre el asesinato de Isaías. Todo en el mismo día en que la banda reivindicaba el crimen.
El flamante presidente del Senado explicaba que la negativa del PNV, que a él sí le votó, resultaba “desconcertante. Aunque nos hubiésemos podido equivocar, hoy no tiene justificación lo que ha hecho el PNV”. No se entiende que al hombre que vivió en primera fila la actitud del PNV y su Gobierno tras el asesinato de Buesa, su jefe y amigo, le pueda resultar desconcertante nada. Por otra parte, ganaría mucho en precisión si dijese llanamente: “aunque nos hayamos equivocado”. La tercera parte es incontestable: no tiene justificación lo que ha hecho el PNV. En el célebre debate de mayo de 1932 entre Azaña y Ortega sobre la España plural y diversa de la época, tenía razón el último. Sólo tiene sentido la conllevancia, el ‘do ut des’.
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