31 marzo 2008



Sólo cuestión de negocios

Santiago González

Tiene razón Llamazares al quejarse de que la Ley Electoral ha castigado a Izquierda Unida. Es el problema de los restos o las sobras, frente a las opciones nacionalistas, que concentran sus votos en pocas circunscripciones y apenas tienen desperdicio. Si los 350 escaños del Congreso se hubieran repartido proporcionalmente entre los 25,5 millones de votos que obtuvieron las candidaturas, el PSOE habría perdido 17 diputados; el PP, 15; el PNV habría obtenido cuatro escaños (en lugar de 6), los mismos que Rosa Díez (en vez de 1) e IU habría sacado 13 diputados y no dos.

Es un problema para Izquierda Unida, pero no el único sobre el que deberían reflexionar sus afiliados. Deberían pensar, por ejemplo, en que en 2008, con siete millones más de ciudadanos en el censo que en 1977, han sacado 800.000 votos menos de los que sacó el Partido Comunista entonces. El PSOE rozó el 30% de los votos, lo que hizo defender a Carrillo el voto comunista como un voto de calidad, frente al “aluvión” de Felipe. Se quejaba el entonces secretario general de la herencia franquista y los miedos atávicos que el nombre del PCE despertaba en muchos españoles. Tantos años después, ya sin hoces ni martillos, ni la voz ‘comunista’ en el nombre de la cosa, Llamazares sigue en las metáforas acuáticas: el tsunami bipartidista. Izquierda Unida, ya con este nombre y con mucho bipartidismo, había llegado a sacar 2.253.722 votos en las elecciones de 1993.

Esta es la cuestión principal, por más que la accesoria merezca un debate interesante. Basta echar un vistazo a la simulación para comprender que los dos partidos mayoritarios jamás aceptarán un sistema proporcional puro y no sólo por razones de gobernabilidad.

Los partidos grandes atienden a su interés. Exactamente igual que los pequeños. A partir de mañana, la Mesa del Congreso tendrá cinco días de plazo para constituir los grupos parlamentarios. Todo hace prever que Izquierda Unida constituirá un grupo junto a ERC y BNG, salvo que Bono haga uso de una interpretación creativa del Reglamento y decida perdonarles las tres centésimas que les faltan para alcanzar entre los dos primeros el 5% que prescribe dicho reglamento. También tendría que perdonarles el previsible voto negativo a su presidencia, lo cual parece ya mucho perdonar, incluso para el acendrado catolicismo de Pepe Bono.

Es muy previsible, por tanto, que tengan que dar cabida a un tercer socio, que podría ser UPG o NaBai. El otro permanecería en el mixto, en compañía de CC y UPyD. Los dos grupos quedarían empatados con tres partidos cada uno, en una situación de equilibrio perfecto. Si uno de ellos cambiase de grupo pasaría a cobrar la mitad que las dos fuerzas que se quedan en el grupo que abandona.

No se trata de amor, son sólo negocios, venía a decir Tessio en ‘El Padrino’ en el momento de rendir cuentas, por más que Nafarroa Bai haga hincapié en sus convicciones. Sus fobias no llegan a tanto como para dejar que Rosa Díez se corone emperatriz del Grupo Mixto. Lo sorprendente es que Gaspar Llamazares afirmara el sábado que su voto a Zapatero o la abstención en la investidura dependen de que el candidato gire a la izquierda y hacia la única fuerza que la encarna de verdad al oeste del Pecos o que prefiera negociar con los nacionalistas. No se entiende que el coordinador en funciones no acepte en el candidato a presidente la misma lógica que le va a llevar a él a compartir el segundo grupo mixto con dos partidos nacionalistas, quizá para tener la ocasión de perder en 2012 los votos que no le ha cedido a Zapatero en 2008.

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