Santiago González
Ah, la memoria. Ah, el espíritu negociador. El portavoz en funciones de los nacionalistas en el Congreso de los Diputados y su portavoz in pectore, que vienen a coincidir en el mismo Josu Erkoreka, plantea sus condiciones a los socialistas: o Zapatero se sienta a negociar con Ibarretxe o vamos a tener confrontación, que remite a las elecciones autonómicas del año que viene. Es dudoso que el PNV se empeñe en la radicalidad para afrontarlas, a poco desapasionadamente que examinen sus resultados electorales desde que tienen Plan. Llama la atención, sin embargo, que reproche a los socialistas que ahora nieguen validez a los acuerdos de Loyola de octubre de 2006.
Erkoreka no debería invocar el nombre de Loyola en vano. Es verdad que el PSE dio pasos imprudentes en el santuario. En rigor no dejó de darlos a lo largo de todo el proceso negociador, pero allí no se cerró ningún acuerdo con el PNV y Batasuna, porque Batasuna añadió en un momento dado la condición de que Bizkaia, Gipuzkoa, Alava y Navarra conformasen una Comunidad Autónoma única en un plazo de dos o tres años, según explicó el 29 de julio de 2007, el entonces presidente del EBB, Josu Jon Imaz, en declaraciones a Europa Press.
Tal como declaró Imaz, se barajaron 'algunos borradores' con 'aproximaciones en algunas materias', pero 'no hubo acuerdo político entre las tres formaciones' y que, tanto el PSE como el PNV se opusieron frontalmente a 'a que se intentase forzar al Partido Socialista con la amenaza violenta por medio'.
Al invocar Loyola, Erkoreka debió haber tenido en cuenta en precedente que Lorca escribió en ‘Poeta en Nueva York’ sobre el santo lugareño: “San Ignacio de Loyola asesinó un pequeño conejo/ y todavía sus labios gimen por las torres de las iglesias”. Algo parecido podría contar Txiki Benegas, que hace treinta años, cuando todos éramos tan jóvenes, felices e indocumentados, se vio un día agarrado a una pancarta que reclamaba la autodeterminación y no ha habido ocasión en que los nacionalistas no le hayan exigido la vuelta a las posiciones que en realidad no tenía entonces.
Bueno, a decir verdad, sí ha habido alguna. Exactamente aquellas ocasiones en las que las prioridades del partido-guía no contemplaban la autodeterminación. El entonces presidente del EBB no dejaba de manifestar su desdén por un concepto que a veces no sentía como propio. Empezó relativizándolo en el Congreso frente al entonces diputado de Euskadiko Ezkerra, Francisco Letamendia, Ortzi. Pasó después a despreciarlo abiertamente, con expresiones que remitían a sutilezas ideológicas de izquierdistas: “la autodeterminación, esa virguería marxista” o a aperos de labranza: “¿para qué queremos la autodeterminación, para plantar berzas?” No sólo en el terreno teórico. En el práctico, llegó a romper en septiembre de 1991 un gobierno tripartito nacionalista porque uno de sus socios, EA, firmó iniciativas autodeterministas en algunos ayuntamientos con los mismos que, mucho más recientemente, aprobaron el Plan Ibarretxe en el Parlamento vasco. “El Gobierno vasco”, dijo entonces Xabier Arzalluz, “no es una balsa de náufragos”.
Cuenta siempre Benegas que aquella manifestación y aquella pancarta fueron productos del azar, que se encontró con un lema en que no había sido pactado, pero que, puesto en la disyuntiva de optar por plantarse y ordenar la retirada de los suyos, optó por lo que le parecía el mal menor. En vano. Txiki quedará asociado siempre en el ideario nacionalista a aquella pancarta que reivindicaba la autodeterminación en el Aberri Eguna de 1978.
El problema que plantea negociar con nacionalistas arranca de un hecho: generalmente, sus interlocutores siempre están más dispuestos a ceder en sus postulados para llegar a un acuerdo. Los nacionalistas, mucho más anclados en sus posiciones clásicas, no entienden esos acercamientos como ofertas condicionadas a la consecución del pacto y, por tanto, perecederas. Inevitablemente recordarán para siempre lo que el interlocutor estuvo dispuesto a ceder en el pasado y tomarán esas ofertas como terreno conquistado del que partir en el futuro. Si es que les conviene, claro.
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