16 marzo 2008



Un tiempo nuevo

Santiago González

Según dijo el presidente del Gobierno el viernes en Bruselas, “el resultado de las elecciones en el País Vasco demuestra de forma contundente que existe un rechazo masivo y definitivo de la violencia, que no tiene ninguna cabida y que no se puede hablar nada, y con nadie, con violencia”. Ésta es una prueba de que el Señor escribe derecho con renglones torcidos. Porque si bien la conclusión es correcta, no lo es tanto el itinerario a través del que Zapatero ha llegado a ella. Lo que demuestra el éxito electoral del PSE es que los vascos han premiado el fracasado intento de negociar con los terroristas.

Al día siguiente, durante la reunión del Comité Federal del PSOE, el presidente tendió la mano al PP: “la práctica totalidad de los españoles quieren vernos juntos a todas las fuerzas políticas en la lucha contra el terrorismo. La unidad no ha sido posible en los pasados cuatro años, pero tiene que serlo hasta la completa erradicación de la violencia criminal. Por mí y por nosotros no va a quedar”.

No es exactamente lo mismo ‘la unidad en la lucha’ que ‘la unidad en la negociación’, al igual que las conversaciones con Batasuna iniciadas por Eguiguren en 2002 eran bastante incompatibles con el camino que señalaba el Pacto Antiterrorista que el PP y el PSOE firmaron el 8 de diciembre de 2000: “Desde el acuerdo en el diagnóstico y en las consecuencias políticas que del mismo se derivan, el PP y el PSOE queremos hacer explícita, ante el pueblo español, nuestra firme resolución de derrotar la estrategia terrorista, utilizando para ello todos los medios que el Estado de Derecho pone a nuestra disposición.” Por decirlo con las últimas palabras del presidente, es cierto que la mayoría de los españoles queremos ver juntos a los partidos en la lucha contra el terrorismo, pero no está claro que la mayoría sea la misma si se trata de la unidad para negociar con los terroristas. Especialmente después de comprobar el fracaso de la vía negociadora.

Hay, sin embargo, algo nuevo en la oferta de lo que debería tomar nota el partido de la oposición. Independientemente de la polisemia inherente al discurso de Zapatero, las elecciones han abierto un tiempo nuevo. La experiencia no aconseja extender un cheque en blanco al Gobierno en materia antiterrorista, ni en ninguna otra. La democracia es siempre un contrato de desconfianzas, pero no obliga a basar la oposición en profecías catastrofistas. Un ejemplo: La oposición más radical a Zapatero preveía una entrega pactada de las armas de ETA en vísperas de la jornada electoral, justo el día en que enterrábamos a Isaías Carrasco, la última víctima de los terroristas.

Las elecciones han sido un acto de catarsis después de una legislatura marcada por la tensión. El nuevo tiempo debería estar marcado por el acuerdo entre el partido que gobierna y el que puede llegar a hacerlo en el futuro en torno a los grandes temas de Estado, uno de los cuales es la erradicación del terrorismo. El PP debería esperar a que el presidente en funciones, mucho más libre ahora de las hipotecas que tuvo la legislatura anterior, concrete su oferta. Habrá una primera señal de las intenciones presidenciales en la continuidad o no del ministro más inadecuado para conseguir pactos de Estado con el PP: el titular de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, que al sectarismo y la dudosa competencia que han marcado su gestión, sumaba el hecho de ser uno de los peor valorados por los ciudadanos españoles, según la encuesta que ayer mismo se publicaba en estas páginas.




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