La consulta instrumental
Santiago González
Íñigo Urkullu ha movido pieza de manera un tanto atípica respecto a la tradición de los nacionalismos españoles (dicho sea con perdón) y a las normas del ajedrez. El presidente del PNV ha hecho el movimiento de apertura, pese a que en el sorteo de la noche electoral le tocaron las negras.
La tradición, en efecto, pedía que en caso de no alcanzar mayoría absoluta ninguno de los candidatos, iniciara el baile el más votado, señalando sus preferencias (o sus necesidades) para alcanzar una mayoría suficiente de gobierno. El nacionalismo requerido hacía sus cálculos, sopesaba las alternativas de pacto del candidato y a continuación se manifestaba dispuesto a contribuir a la gobernabilidad, añadiendo: “pero se te va a poner en un pico, chato”. En esta ocasión, al contrario, el PNV hace la primera oferta y aporta dote.
Lo que ha cambiado es que Zapatero se ha quedado cerca de la mayoría absoluta y el Partido Nacionalista ha obtenido un fracaso rotundo, cosechando una derrota homogénea en los tres territorios históricos. Sus seis votos son muy convenientes al candidato socialista para asomarse a la mayoría absoluta, pero no imprescindibles y menos aún si el nuevo presidente hubiera escarmentado en cabeza propia y no se arriesga en el futuro a meterse en jardines tan frondosos como los de la legislatura pasada.
Por poder, Zapatero podría acordar alguno de los grandes temas de Estado con el PP y dedicarse al menudeo para lo demás. Podría alcanzar la mayoría suficiente con CiU, pero no le va a dejar Montilla. Para conseguir la cuasi mayoría con el PNV no le deja Ibarretxe. No sería presentable la firma de un acuerdo de legislatura con un partido empeñado en un referéndum autodeterminista a plazo fijo.
Aquí es donde Urkullu ha recurrido a una paráfrasis del Sermón de la Montaña que inspira la bicefalia del PNV: que tu cabeza derecha no se entere de lo que piensa tu cabeza izquierda. El presidente del EBB no considera, al menos en voz alta, que el referéndum de octubre sea un obstáculo para un pacto de legislatura, porque el lehendakari y el partido son dos planos diferentes y la idea de la consulta es “una propuesta presidencial”.
Hay ciabogas que requieren espacio y tiempo. Muy pocos meses después de que el PNV demostrara que el amigo y antecesor de Urkullu tenía razón, es necesario volver atrás sin desdecirse del todo ni perder la cara. El pacto de legislatura se va a cobrar una víctima a corto plazo. De manera tácita o expresa, mediante reforma estatutaria o por las buenas, el segundo Plan Ibarretxe será hoja muerta en cuanto se materialice la buena voluntad con que las partes se miran.
Las vueltas que da la vida. En una glaciación anterior ya hubo entre nacionalistas y socialistas un pacto de legislatura que fue seguido por un gobierno de coalición. Ambos se sucedieron entre enero de 1985 y diciembre de 1990 y supusieron una experiencia positiva para la sociedad vasca. El lehendakari, entonces Ardanza, acabó con ella para poner en marcha un tripartito nacionalista junto a EA y Euskadiko Ezkerra.
Apenas duró ocho meses. Al lehendakari de entonces no le gustó lo que ahora es el sueño de su sucesor y disolvió la cámara vasca en septiembre de 1991, cuando su socio Eusko Alkartasuna comenzó a suscribir en algunos ayuntamientos proclamas autodeterministas junto a Herri Batasuna. Ardanza dio al PSE las carteras de sus socios y hubo paz. Y después, gloria. Con razón ha dicho el diputado Josu Erkoreka que para ellos la consulta es algo instrumental.
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