12 marzo 2008




Rajoy persevera

Santiago González

El melancólico “adiós” de Mariano Rajoy en el balcón de Génova era, en realidad, un “hasta luego”. Ayer anunció el adelanto del Congreso a junio y su intención de presentarse a la reelección. Los resultados han sido una derrota inequívoca, pero no una catástrofe. Por eso no era preciso, ni siquiera aconsejable, que imitase a Almunia en su noche triste del 12 de marzo de 2.000. El PSOE consiguió aquel día sus peores resultados desde 1979, mientras Aznar alcanzaba la mayoría. Donde Ignacio de Loyola había prescrito “en época de desolación, no hacer mudanza”, quería decir en realidad: “tómate el tiempo necesario para prepararla”.

Es ya un lugar común que al revés que Zapatero, un mal presidente, pero un excelente candidato, Rajoy sería un buen presidente del Gobierno, pero no resiste la comparación como candidato frente a la fotogenia, la telegenia, la sonrisa y otras cualidades del marketing.

Esto es así en las creencias ciudadanas, lo señalan siempre las encuestas al término de los debates, pero no resiste mucho el contraste con los hechos. Zapatero y Rajoy se han enfrentado electoralmente dos veces. En las elecciones del domingo el voto average particular en Madrid entre los dos aspirantes fue muy favorable al segundo. El dirigente popular obtuvo 345.374 votos más que Zapatero. Mientras el candidato socialista perdía 152.502 votos respecto a los que él mismo había obtenido el 14 de marzo de 2004, Rajoy ganaba 164.288 votantes nuevos respecto a las citadas legislativas y aumentaba la ventaja de su partido en dos escaños.

En 2004 las listas del PSOE obtuvieron 1.279.175 votos más que las del PP. En los comicios del domingo, el PP enjuagó 384.624. Estos datos revelan al mismo tiempo la fortaleza y la debilidad de Mariano Rajoy. Si descontamos la ventaja que su lista electoral ha obtenido sobre la que encabezaba Zapatero, el PP sólo ha podido recortar a los socialistas 39.250 votos en todas las demás circunscripciones españolas. Si descontamos Madrid, la contienda electoral en el resto de España es un juego de suma cero.

Suponiendo que Zapatero cometa los mismos errores de aquí en adelante, que los ciudadanos le pasen por ellos la misma factura que en esta ocasión y que la oposición siga recuperando terreno al mismo ritmo que en la pasada legislatura, el sorpasso sería un hecho en las elecciones generales de 2024.

No es plan. Los partidos no trabajan para la historia, sino para llegar cuanto antes al poder y es comprensible que cundiera alguna inquietud por los pasillos de Génova durante la noche de autos. La política es el arte de tocar pelo cuanto antes, pese a lo que digan las proclamas altruistas con que se envuelve.

Pero Rajoy ha sido derrotado por segunda vez y cabe albergar dudas sobre si hay una tercera oportunidad para los candidatos que pierden. Es verdad que Felipe y Aznar la tuvieron y la aprovecharon, pero Aznar había progresado mucho entre la primera y la segunda ocasión. González era muy joven y estábamos en la transición y el voto no estaba encorsetado por el sectarismo.

No es seguro que la candidatura de Rajoy, si acierta a renovar su equipo, vaya a ser cuestionada con facilidad. No hay tradición de confrontación abierta en el PP. Tampoco la había en el PSOE hasta que se postuló Borrell en las famosas primarias, una y no más, y el Congreso de 2000. Por otra parte, tampoco es fácil que en un Congreso extraordinario aparezca de la nada un Zapatero. Podrían intentarlo quienes hayan probado su gancho electoral en lances menores, pero el PP no es un partido con baraka (obama). También podría salirles otro Antonio Hernández Mancha.

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