Los pobres y la merluza
PV Santiago González
La noche del domingo pasado fue al tiempo momento de gloria para los socialistas vascos y noche triste para el Gobierno de Ibarretxe y adláteres, en general, y para el PNV en particular. Los vascos, considerados en su conjunto o segmentados por territorios históricos, votaron socialista en la misma medida que retiraron una parte notable de la confianza que antaño depositaron en el nacionalismo y en Madrazo.
Algo fundamental ha cambiado. Lo cantan las palabras y el aplomo con que Patxi López matizaba el miércoles la predisposición que Zapatero había mostrado dos días antes para negociar preferentemente con CiU y el PNV. El secretario general de los socialistas vascos descartaba que el Gobierno socialista fuera a alcanzar pactos con el PNV mientras mantenga la hoja de ruta de Ibarretxe.
Nunca antes había pasado tal cosa. Los socialistas vascos tenían el difícil papel político que han desempeñado todos los delegados del Gobierno en Euskadi desde Jáuregui hasta Luesma. ¿Cómo acreditar el cargo si el Gobierno al que representan se entiende directamente con el vasco, y si el sueño dorado de todo nacionalista es la interlocución directa con ‘Madrid’, el diálogo de poder a poder? El único papel que el nacionalismo concedía al socialismo vasco era de naturaleza vicaria, como representante o recadista de Madrid. El PNV acepta con naturalidad al PSE como adversario o interlocutor. No tiene ningún inconveniente en tratarlo como socialista, pero tiene más dificultades en aceptarlo como vasco y soslaya en cuanto puede el hecho de que sus votos representan democráticamente a una parte importante de la sociedad vasca.
A partir de los resultados del domingo, al PNV le va a resultar más difícil repetir, una vez más, el mismo juego. Patxi López, en cambio, puede advertir al lehendakari de que no pondrá en marcha su ‘consulta’, a sabiendas de que Ibarretxe no puede cumplir su amenaza de convocar elecciones anticipadas. No podemos tener seguridad de que en las próximas autonómicas se vayan a reproducir los resultados de estas generales, pero esa posibilidad se ha hecho verosímil por vez primera y eso es una noticia relevante.
Todavía queda mucha partida por delante y es probable que las dos partes –si el lehendakari se deja,- acaben pactando una reforma estatutaria que vaya algo más lejos de lo que en su día propusieron los socialistas y se quede algo más corta que el Plan Ibarretxe, pero termine en referéndum. Nuestros nacionalistas son unos maestros en el arte de salir de cada crisis un poco más cerca de sus objetivos máximos, aunque sea en cantidades infinitesimales y por malas que sean sus posiciones de partida. Nunca les alcanzarán para darles satisfacción; esta vieja historia es una variante de la paradoja de Zenón de Elea sobre Aquiles y la tortuga. Cuanto más se acerquen a las posiciones nacionalistas, más radicales se harán estos para no dejarse.
Los actuales dirigentes del PSE manifestaron públicamente su admiración por el modelo que Maragall puso en marcha en noviembre de 2003, pese a las tempranas evidencias de la catástrofe. Quedan ya muy lejanas las elecciones autonómicas de 1990, en las que los socialistas tuvieron como lema de campaña: “Tu garantía”. Por aquel entonces nadie de cuantos soñaban con que Pujol perdiera unas elecciones frente al candidato del PSC, entonces Obiols, pero mejor todavía Maragall, habría creído que Maragall llegaría al Palau dels Canonges, -la Ajuria Enea de Barcelona-, pero que sería al precio de redefinir el proyecto socialista en el terreno identitario: “la lengua es el ADN de Cataluña”, y de reivindicar un nuevo Estatut que los nacionalistas gobernantes no habían pedido en 23 años. La sabiduría popular tiene acuñada una expresión que resume el asunto en clave metafórica y explica la existencia de una izquierda melancólica, resignada a que los suyos sólo puedan tocar pelo al precio de dejar de ser los suyos: “Cuando un pobre come merluza es que uno de los dos está enfermo”, dicho sea sin ánimo peyorativo.
El gran Peridis lo explicaba en una tira publicada en El País durante una de las primeras campañas, probablemente la correspondiente a las elecciones legislativas de 1979. Se veía en ella a Dolores Ibarruri junto a su fiel y sempiterna secretaria, Irene Falcón. El televisor, frente al que se sentaban las dos mujeres, emitía eslóganes electorales. La Pasionaria pregunta dulcemente: “Irene, ¿cuándo salen los nuestros?”, a lo que replica la secretaria: “Pero Dolores, ¡si ya han salido!”. “Vaya por Dios”, lamenta la anciana. “Me habré quedado dormida”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario