11 marzo 2009

Ganarse unos garzones

Santiago González

Recordarán que el juez Baltasar Garzón puso en maceración al clan de la gomina e imputó a 37 personas en el caso Gürtel para irse acto seguido a Andújar, a cenar con el ministro de Justicia, el jefe de la Policía Judicial y una fiscal. La coincidencia era un escándalo, pero la buena fe socialdemócrata protege las intenciones de los suyos en contra de las apariencias, y, a veces, de los hechos. Tenía que ser fortuito. Para hablar del caso, podrían haberse encontrado de manera más discreta. La denuncia hecha por el Supremo de que Garzón ocultó al CGPJ el cobro de 203.000 dólares en EEUU ha sido rechazada con la misma técnica argumental.

El mismo juez declaraba ayer por personas allegadas que sus retribuciones en la Universidad de NY no estaban fijadas al pedir permiso, que el CGPJ no le preguntó si iba a cobrar y que si hubiera tenido intención de ocultar los ingresos no los habría declarado al fisco de EE UU, como hizo hasta el último dólar.

Vayamos por partes, con permiso de Jack el Destripador: los supuestos de la Ley 53/1984, de 26 de diciembre, de Incompatibilidades del Personal al Servicio de las Administraciones Públicas son extraordinariamente restrictivos para los funcionarios que pretendan cobrar de dos trabajos a la vez (y no estar locos). Es ridículo argumentar que en 2005 no estaba estipulado el salario del juez por su trabajo americano, porque un año más tarde solicitó una prórroga, cuando ya sabía lo que cobraba. Por otra parte, ha tenido cuatro años para devolver a las arcas públicas el dinero cobrado de más. Lo más surrealista, con todo, es esta perla del pensamiento lógico: si hubiera tenido la intención de ocultar los cobros, no los habría declarado al fisco estadounidense. Fantástico. Un juez, que para ocultar una falta cometería un delito fiscal ¡y en Estados Unidos! Por algo así metieron en la cárcel a Al Capone y tiraron la llave.

Es la arrogancia lo que lleva a la impudicia de exhibir la carta robada a la vista de todo el mundo. ¿Cómo puede ser tan indulgente consigo mismo quien considera que unos trajes regalados son indicios sólidos de la corrupción de un presidente autonómico? Ayer, Camps puso la mano en el fuego por sí mismo, en plan Cayo Mucio Scévola: “por supuesto que me pago mis trajes”. Si se comprueba que los de la gomina le esponsorizaron algún terno, deberá dimitir. No sería la prueba de su corrupción, pero tendría que comerse el marrón al haberse dejado agasajar por una trama de corruptos. El CGPJ va examinar el asunto de Garzón y no tiene mucho margen. Si al juez le saliera gratis se resentiría mucho la confianza ciudadana en la justicia. Y en las incompatibilidades. Los funcionarios se pedirían unos ‘moscosos’ para ganarse unos ‘garzones’, que la vida está achuchá con esto de la crisis.

Ah, la mujer del César y la necesidad de guardar unas ciertas apariencias. Pero eso había sido en los buenos viejos tiempos en que la primera dama era la honesta Calpurnia, la mujer de Cayo Julio. Más de un siglo después, la concentración del poder había favorecido mucho la impunidad y Popea habría podido preguntarle a su César: “Nerón, cariño, ahora que tenemos tanto mando, ¿por qué no puedo permitirme parecer un poco puta?”

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