Instantánea de familia
Santiago González
Hace ya algunos años, ETB emitió un programa antropológico sobre la manera de ser de los vascos que arrancaba con la imagen de un rebaño en prado idílico. Un sorprendente texto explicaba en off que la diferencia de las ovejas vascas con las de otras latitudes era que, mientras éstas solían agruparse mirando en una misma dirección, las vascas iban cada una a su aire. La foto de familia del nuevo Gobierno que ayer publicaba la mayor parte de los diarios recordaba vagamente la falta de disciplina de las ovejas vascas al posar para la foto, lejos de la convención y el formalismo del alineamiento en tres escalones, la mirada al frente y preparadas (y preparados, claro) para decir ‘patata’ a la voz del fotógrafo. Daba la impresión de que no habían encontrado su terreno, salvo Chacón, que en todas las fotos mantenía su posición. Todo muy ‘casual’; no se había visto tal desorden desde el Congreso del PP el año pasado en Valencia.
Hasta aquí llegó la cosa en el jueves santo de 2009. El secretario de Estado de Economía, David Vegara, ha dimitido tras haberse reunido con la nueva vicepresidenta, Elena Salgado para volverse a Barcelona el mes que viene. La noticia es tanto más relevante por tratarse de un gesto insólito en el socialismo de hoy en día y porque Vegara es un buen economista. De casta le viene al galgo. Hace ya muchos años asistí a un seminario impartido por su padre, Josep Mª Vegara, uno de los pocos economistas que estuvieron a punto de convencerme de que la Economía era una ciencia.
Vegara era, junto a Joaquín Almunia y Miguel Ángel Fernández Ordóñez, el candidato más cualificado para suceder a Solbes. Una primera cábala sobre las razones que le han llevado a dimitir puede estar en las expectativas defraudadas. Sería normal. Su nombre ya había sonado para la cartera de Sanidad, primero, y después para la de Industria. No conseguirlo tampoco a la tercera es una señal. Aunque es un hombre joven, no puede ejercer de joven promesa hasta que los caprichos selectivos de Zapatero lo conviertan en una vieja gloria con un futuro más incierto que el pasado.
También podría ser que la nueva ministra quiera hacer su propio equipo y haya decidido prescindir de Vegara por ser una reliquia de Solbes, aunque no es probable.
No es Elena Salgado una mujer que pueda mostrar éxitos incontestables en sus dos cometidos ministeriales o en su etapa anterior como capitana de empresa y no sería prudente poner patas arriba el organigrama, no siendo ella muy versada, ante las dificultades del presente y el futuro. Los ministros prudentes deberían considerar que estas audacias son prerrogativas constitucionales del presidente del Gobierno.
Como la propia crisis, (de Gobierno, quiero decir) aunque en esta ocasión se la hayan dado hecha a Zapatero. Por eso ha salido mal. Y por eso no se ha cerrado adecuadamente. La víspera de los nombramientos, antes de que nadie, aparte de Zapatero supiera que González-Sinde iba a ser ministra de Cultura, un bloguero escribió con tanta economía de lenguaje como poder de síntesis y polisemia: “José Luis, la crisis que no ceja”. No sería de extrañar que continúe.
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