15 abril 2009

Ramón Jáuregui Atondo

Santiago González

Habría sido un buen ministro, pero Zapatero, que tiene desmitificado el poder, según confesión propia, le decía cada noche a su mujer: “Sonsoles, no te puedes imaginar la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar”. La reflexión es admirable, aunque lleva a cierta perplejidad: con tanto banquillo, podríamos decir, aprovechando su flamante condición de presidente del Gobierno y los Deportes: a) ¿por qué no aspira a la excelencia? b) ¿por qué tiene que vaciar el partido para atender el Gobierno? y c) los afiliados madridistas que están contra Raúl, ¿qué pensarán del alineamiento de Chaves, ese nuevo secretario de Estado con rango de vicepresidente del Gobierno?

Todas las tareas que Ramón Jáuregui ha desempeñado en su vida política, las ha resuelto con decencia, y esta última no era una excepción. Todos los diputados y los cronistas parlamentarios lo conocen como negociador tenaz y afable, razonador y pundonoroso. A Zapatero le van más otros perfiles: Calvo, Aído, Corredor, Moratinos, Bermejo, Sebastián, Montilla, Álvarez, Soria, Jiménez, Chacón and so on. Él no es un gran ‘head hunter’, qué le vamos a hacer. La explicación oficial es que va a reforzar la candidatura encabezada por López Aguilar.

Es improbable: era mucho más eficaz en la política española que en la europea y el rasgo más sobresaliente de Jáuregui no es su tirón electoral, sino su condición de trabajador eficaz, buen organizador y persona decente. ¿Por qué sustituirlo por Madina?¿Por qué los aplausos al nuevo adjunto llevaron a comentar al jefe: “parece que la dirección del partido y Alonso han acertado esta vez"?

Es un misterio simple: Zapatero gobierna España como si fuera su partido y para gobernar su partido se limitó a repetir las mañas que aprendió mientras apacentaba la agrupación socialista de León. Un mal pensado diría que se limita a aplicar la táctica de tierra quemada; si llegara el momento del fracaso del Gobierno, no habría nadie que pudiera sustituirle al frente del partido. No pensemos mal. Tal vez se trate sólo de una afinidad juvenil: “A mí también me decían que era muy joven” (y aquí me veis).

Hay otra relación: la tendencia a confundir la responsabilidad con la exhibición de los sentimientos. No hay manera de saber si Plutarco sacaría mucha agua de este pozo, pero hay una anécdota que parece apuntar hacia una respuesta afirmativa. Eduardo Madina escribió un artículo para El País, ‘Perdido en el laberinto’, en 2005. Antes de enviarlo al periódico pidió su parecer al jefe. Zapatero le dijo que estaba muy bien y le preguntó si se acordaba de la conversación que tuvieron en el hospital en el que Eduardo convalecía del atentado terrorista que sufrió en febrero de 2002. “¿Por qué no lo añades?”, sugirió el presidente. El artículo, publicado el 20 de mayo de 2005, termina con estas palabras: “Una tarde en la habitación de un hospital. Unos días antes, una bomba de ETA había explotado debajo de un coche. El secretario general del PSOE entró por la puerta, se acercó a la cama y preguntó qué tal. Bien -dijo el chaval- ¿Y tú? Bien -contestó Zapatero-, te voy a regalar una Euskadi en paz.”



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