10 octubre 2009

Enaltecimiento

Santiago González

Quién nos iba a decir que cinco años después, ante el auto de procesamiento, el portavoz Arnaldo Otegi había de recordar el día que inauguró lo que el presidente del Gobierno llamó ‘el proceso’.

Era el 14 de noviembre de 2004. Ante los 15.000 batasunos que llenaron Anoeta, el portavoz subió al estrado para cerrar el mitin. Cubrió con la kufiya que llevaba en la mano el atril del orador en señal de homenaje a Yasser Arafat, fallecido tres días antes en un hospital de París. Y dijo: “Hoy, un portavoz ilegal de un partido ilegal, celebra un acto ilegal”. Tenía razón. Batasuna había sido ilegalizada el 27 de marzo de 2003 por sentencia del TS en la que se ordenaba la prohibición de todos su actos. Y sin embargo, allí estaban, en un polideportivo cedido por el alcalde de San Sebastián, celebrando un mitin publicitado desde dos semanas antes, sin que la Delegación del Gobierno ni el consejero de Interior se dieran por enterados.

El orador estrella homenajeó a Arafat. La víspera se habían cumplido 30 años de la inolvidable comparecencia del líder palestino en la Asamblea de la ONU, en la que dijo: "Vengo con el fusil de combatiente de la libertad en una mano y la rama de olivo en la otra. No dejen que la rama de olivo caiga de mi mano".

Era una amenaza elíptica, pero las almas pías no pierden ocasión de embobarse con las metáforas. A casi todo el mundo debió de parecerle que Arafat ofrecía paz con una mano y libertad con la otra. Otegi parafraseó: "la izquierda abertzale se presenta hoy aquí con un ramo de olivo en la mano. Que nadie deje que se caiga al suelo." No dijo lo que escondía en la otra mano. Elipsis sobre elipsis. Supongamos que un individuo entra en un banco y le dice al cajero: “tengo una bolsa vacía en una mano y una pistola en la otra. Tú verás”. El ramo de olivo era una oferta para la constitución de dos mesas negociadoras, a buen seguro lo recuerdan ustedes, porque este mitin fue el acto fundacional de lo que el Gobierno y sus servicios de propaganda llamaron ‘el proceso de paz’. Exactamente dos meses más tarde, el portavoz ilegal escribió una carta abierta a Zapatero, proponiéndole ser “el Tony Blair español”. No se había visto nada parecido desde que la Komintern halagó los bajos instintos al mentecato de Largo Caballero llamándole “el Lenin español”.

Surtió efecto. Al día siguiente, 15 de enero, el presidente del Gobierno le respondió en un acto de su partido en San Sebastián: “Los ciudadanos saben hasta qué punto soy capaz de hacer esfuerzos por la paz que quieren los vascos y todos los españoles, que tenemos que ganar con el esfuerzo de la razón como vamos a demostrar en los próximos tiempos".

Así fue, queridos y queridas, como empezó aquel esperpento que se convirtió en la columna vertebral de la primera legislatura en la era Zapatero. Ahora, tanto tiempo después, el juez Eloy Velasco ha decretado la apertura de juicio oral a Arnaldo Otegi por enaltecimiento del terrorismo en aquel acto que tantas esperanzas suscitó en el Gobierno y sus aliados, en tantos medios de comunicación, en el vuelo de tantas togas y en tantas almas bellas. Y resulta que era un delito. Cómo no comprender la perplejidad que debe de sentir Otegi. Hay que joderse; pero es que hay que joderse, oigan.

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