02 octubre 2009

La canción del pirata

Santiago González

El castillo del Morro de Santiago de Cuba alberga un Museo de la Piratería, que es apenas una muestra de reproducciones fotográficas de grabados antiguos, organizada con criterios muy pedagógicos y algo doctrinarios. La introducción es una guía por los siglos dorados de la piratería en sus distintas modalidades y procedencias: corsarios, bucaneros, filibusteros y berberiscos. Al llegar al final del siglo XIX, los visitantes se encuentran con la Enmienda Platt, un apéndice a la Constitución cubana durante la dominación estadounidense y a partir de ahí, el imperialismo. En ese punto, el escrito hace una recapitulación del tema: “Así es como se resumen las dos grandes etapas de la historia de la piratería: la piratería clásica y la piratería contemporánea.”

No sé si se habrá actualizado el censo histórico de piratas en Cuba para incluir, no ya a los virtuales o ‘hackers’, sino a los que, entrado el siglo XXI han convertido una parte del océano Índico en una zona altamente peligrosa para la navegación y la pesca. Últimos hechos: Ayer, el atunero de Bermeo, ‘Alakrana’, fue asaltado por piratas somalíes. Defensa ha contado que se hallaba fuera del área protegida por la ‘Operación Atalanta’ y el portavoz del PNV en el Congreso ha pedido explicaciones a quienes votaron contra su iniciativa parlamentaria para incorporar a cada pesquero cuatro infantes de Marina armados. La medida es discutible. ¿Bastan cuatro infantes con armamento convencional para poner en fuga a unos piratas dotados de medios sofisticados?¿Quién les manda? ¿Irá precedido cada secuestro de un tiroteo con bajas?¿Cuál es la masa crítica de seguridad? El Gobierno, propiamente dicho, prefiere que los armadores contraten vigilantes privados. Lo mismo que en el caso precedente, pero peor. También quiere tener agrupados a los atuneros españoles para protegerlos, como ha hecho Francia con los suyos, mientras los atuneros temen que pescar en flota reduzca significativamente las capturas.

La piratería es asunto internacional que no se puede atajar mediante legislaciones nacionales. La piedad por el niño interior que hay en cada pirata somalí, tampoco resulta práctica, aunque las causas de los delincuentes gocen de mucho prestigio entre nosotros. Las web amigas han insistido en su condición de antiguos pescadores conducidos por el hambre y la desesperación hasta la piratería. Ha llegado a describírseles como nacionalistas enragés tras la esquilmación de su pesca por las potencias extranjeras o ecologistas cabreados por los vertidos tóxicos que esas mismas potencias hacen en el Índico.

La disuasión y la represión en dosis armónicas son irrenunciables desde que Julio César inauguró el método con los piratas cilicios que lo secuestraron en su juventud. Lo mismo hicieron 21 siglos después Sarkozy y Obama, tras los secuestros del ‘Le Ponant’ (abril de 2008) y de Richard Phillips, capitán del ‘Maersk Alabama’ (abril de 2009). Como se recordará, el Gobierno negoció el rescate del ‘Playa de Bakio’. Dejamos muy buena impresión a los piratas; “los españoles, unos caballeros”, se dirán entre ellos, pero el éxito les anima a repetir y el dinero que les dimos les ayuda a hacerlo con mejores medios materiales.

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