El vuelo del halcón
Santiago González
El pasado 1 de marzo, al cumplirse un año de las elecciones que otorgaron a Juanjo Ibarretxe el papel de jefe de la oposición, al que renunció de la misma, el portavoz del Grupo Socialista en el Parlamento Vasco preguntó al Gobierno el coste de aquella fantasía euskaldun con pregunta que se llamó ‘Plan Ibarretxe’. El Gobierno, que es amigo, ha respondido en tiempo y forma que 1,9 millones de euros.
La mayor parte del dinero fue empleada en la promoción del nuevo Estatuto Político, antes de que este encallara en el Congreso de los Diputados el 1 de febrero de 2005. Como se sabe, Juan Josué no era gobernante tocado por el don de la prudencia, pero a noble y tenaz no había quien lo ganara y siguió con su raca-raca hasta las elecciones que lo sacaron de Ajuria Enea. Entre los datos que hemos conocido figura una partida de 33.470 euros de un viaje al Ulster que realizó 27 días antes de las elecciones, ya convocadas, que perdió. Fue en vuelo privado, un charter fletado para la ocasión, ya que de momento lehendakaritza no cuenta con flotilla de Falcon 900 propia, como Madrid.
Se le escapa la razón a chorros al portavoz Pastor cuando pide explicaciones por el vuelo privado de Ibarretxe para difundir su plan, que para entonces había dejado de ser institucional para ser una iniciativa partidista. Abunda en ello cuando señala que para entonces (febrero de 2009) ya estábamos en crisis.
Lo que pasa es que hace apenas una semana, el Tribunal de Cuentas dirigió una amable, pero seria recomendación al Gobierno de España para que regulase de manera clara el uso de los Falcon 900 tras la polémica surgida por el empleo habitual queb el presidente Zapatero hace de los aviones oficiales para ir a mítines de partido, incluso cuando él no es candidato. Recientemente hemos sabido que el 30 de abril de 2009, la secretaria de Organización del PSOE viajó a Alicante en un Falcón adscrito al Ministerio de Asuntos Exteriores. Un año después, que por mayo era por mayo, cuando hace el calor, es decir, el mes pasado, tres ministros viajaron a Bruselas el mismo día y lo hicieron en tres aviones Falcon que despegaron con media hora de diferencia entre uno y otro. Impresionante lección práctica de austeridad en tiempos de crisis por una parte, y de coordinación interdepartamental por la otra. Para que no crean que todos son iguales, hubo un ministro en este Gobierno que viajó en Iberia a El Cairo. Fue el penúltimo ministro de Cultura, César Antonio Molina, pero no volvió en el vuelo regular que tenía reservado. Allí mismo fue destituido por teléfono (ah, el motorista de Franco) y el presidente envió un avión de la Fuerza Aérea para traerlo. Qué menos que un detalle para un hombre sometido a semejante trance, dejarle probar la erótica del poder, siquiera fuese a título póstumo. A título de ejemplo: el viceprimer ministro británico, que vino el jueves a cenar con nuestro presi, viajo en un vuelo low cost de Easy Jet. Como la Reina.
Los compañeros de Pastor tienen una ocasión de predicar con el ejemplo el próximo martes y votar la proposición no de Ley de la leal oposición para que el uso partidista de aviones oficiales corra a cargo del partido beneficiario del servicio. Urge una moral unívoca, un embudo de forma cilíndrica que no adjudique la parte ancha y la estrecha del instrumento a conveniencia de quien lo maneja.
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